Sus ojos miran fijamente, su boca bien abierta, sus alas extendidas. El ángel de la historia debe verse así. Su cara está vuelta hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve sólo una catástrofe que acumula implacablemente ruinas sobre ruinas y las derrama a sus pies. Bien le gustaría permanecer, despertar a los muertos y recomponer a los quebrados. Pero sopla del cielo una tormenta que se enreda en sus alas, y es tan fuerte que ya no puede cerrarlas. Esta tormenta lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de ruinas se eleva ante él hacia el cielo. Lo que llamamos progreso es esta tormenta. (Walter Benjamin)
La amenaza es una parte integral de lo que dice y hace el presidente. Hay innumerables frases contra individuos o categorías enteras: promesas de muerte, tortura, exilio. Una de ellas: «las minorías o se someten a la voluntad de la mayoría o deben desaparecer». Ayer se identificó el segundo cadáver de los 1045 que aún no tienen nombre. “Cadáver” es una forma de decir. Trozos de huesos, suficientes para recolectar material genético para la identificación. Hace 30 años se encontró una tumba subterránea en un cementerio de São Paulo. Una fosa común con restos humanos. Aluísio Palhano, sindicalista, desapareció en 1971 cuando fue capturado por el ejército. Ya nadie sabía nada al respecto. Hasta la fecha, el ejército ha denegado el acceso a los documentos. De hecho, incluso negó la dictadura misma. La llama «movimiento», «revolución». Ahora tenemos unos diez ministros militares, generales y coroneles bajo las órdenes de un ex capitán elegido presidente de la república. Las minorías o se someten a la voluntad de la mayoría o deben «desaparecer». Pobre Aluísio Palhano, de él quedan fragmentos de huesos. Identificado cuando está a pocos días de tomar posesión de su cargo un gobierno civil-militar elegido democráticamente.
Normalmente se dice «hechos, no palabras». Yo digo lo contrario, quiero palabras. Pero las palabras correctas. El futuro presidente es muy claro en sus intenciones: «No cederemos ni un centímetro más de tierra a las reservas indígenas». «Los indios son como nosotros, no son inferiores, tienen derecho a integrarse en la sociedad y a no seguir viviendo aislados en las reservas como animales de zoológico. No es posible que nueve mil indios ocupen un espacio equivalente a un área del doble del tamaño del estado de Río de Janeiro». Las palabras presidenciales nunca han sido tan claras como ahora. Declarar la igualdad de los indios con el resto de los ciudadanos les priva de la protección legal de la que sólo recientemente han disfrutado. En este caso específico, se refirió a los indios yanomami, en el corazón de la región amazónica. También hay grupos aislados que nunca han tenido contacto. Declarándolos «iguales a nosotros» se les privará, además de su identidad, de la tierra sobre la que las grandes compañías mineras ya han extendido su mano peluda. En pocas palabras, el nuevo presidente da inicio al genocidio.
Palabras: en un mitin babeaba así: «No existe esa historia del estado que es secular. Somos un país cristiano y los que no están de acuerdo deben irse: ¡Brasil sobre todas las cosas, Dios sobre todos los pueblos! Para mostrar al mundo su amor por la democracia, nombra a un ministro de derechos humanos: Damares Alves. Militante evangélico, «pastor» del culto. La primera afirmación: «Las instituciones del Estado se han vuelto locas, la Iglesia de Dios debe llenar este vacío, la Iglesia de Dios debe gobernar este país. Si la iglesia de Dios no actúa, el Señor vendrá a cobrar su deuda». Sobre el aborto y las mujeres, lo que ha dicho, no quiero siquiera escribirlo que me duele. Pero es bueno saber que el sexo y el orgasmo femenino son una invención del PT (Partido de los Trabajadores) cuyo único propósito es la extinción de la raza humana. Sobre los indios… incluso peor. Bolsonaro, sus ministros y quienes los apoyan, han llegado a devastar no sólo las instituciones, sino la propia convivencia civil.
Ayer en Salvador, un buey se escapó del camión que lo llevaba al matadero, nadie logró detenerlo en su loca carrera que lo condujo al mar donde desapareció entre las olas. Nadie pensó en el suicidio. Todo lo contrario. En Salvador saben que los que mueren en el mar son siempre felices. Quizás el buey ha visto a la cara al Ángel de la Historia de Walter Benjamin. Prefiero pensar que ha escuchado el canto de Iemanjá, la Dama del Agua, y que ha recordado esa maravillosa canción que todo marinero conoce de memoria: É doce morrer no mar, nas ondas verdes do mar – es dulce morir en el mar, entre las ondas verdes del mar.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez