El continuo aumento del fascismo en todo el mundo está atrayendo cada vez más la atención, sobre todo porque se necesita un mayor control dentro de las sociedades nacionales que durante mucho tiempo se ha visto que lo han rechazado.
Algunos estudios recientes nos han recordado las características de los movimientos e individuos fascistas, particularmente cuando se manifiestan entre fascistas políticamente activos. Por ejemplo, en su reciente libro How Fascism Works: The Politics of Us And Them (Cómo funciona el fascismo: nuestra política y la de ellos), el profesor Jason Stanley ha identificado diez características compartidas por los fascistas las cuales han sido presentadas de forma simple en el artículo ‘Prof Sees Fascism Creeping In U.S.’ (El profesor ve al fascismo avanzando sigilosamente en los EE.UU.)
Estas características, fácilmente evidentes en los EE.UU., Europa, Israel, Arabia Saudita, Myanmar y otros lugares hoy en día, incluyen la creencia en un pasado mítico (falso), propaganda para desviar la atención y responsabilidad de la verdadera fuente de corrupción, el anti-intelectualismo y la creencia en el «hombre común», mientras que se burlan de «las mujeres y las minorías raciales y sexuales que buscan la igualdad básica como si de hecho estuvieran buscando la dominación política y cultural», promoción del dogma de la élite a expensas de cualquier idea que compita con ella (como las relacionadas con la libertad y la igualdad), representación de la élite y sus agentes como víctimas, confianza en la ilusión más que en los hechos para justificar su búsqueda del poder, uso de la ley y el orden «no para castigar a los verdaderos delincuentes, sino para criminalizar a ‘grupos marginales’ como las minorías raciales, étnicas, religiosas y sexuales» es por eso que ahora estamos «viendo que la criminalidad se escribe en el estatus migratorio», e identificando a «grupos marginales» como perezosos mientras atacan a los sistemas de bienestar social y a los organizadores laborales, y promoviendo la idea de que las élites y sus agentes trabajan arduamente mientras que los grupos explotados son perezosos y drenan al estado.
En un artículo anterior, publicado en el número de primavera de 2003 de la revista Free Inquiry, el profesor Laurence W. Britt identificó catorce aspectos comunes que unen a los fascistas. Estos incluyen expresiones poderosas y continuas de nacionalismo, desdén por la importancia de los derechos humanos, identificación de enemigos/chivos expiatorios (como comunistas, socialistas, liberales, minorías étnicas y raciales, enemigos nacionales tradicionales, miembros de otras religiones, laicos, homosexuales y «terroristas») como una causa unificadora, obsesión con la seguridad nacional y apasionada identificación con el ejército, el sexismo, unos medios de comunicación controlados/conformistas que promueven la agenda de las élites, una percepción fabricada de que oponerse a la élite del poder equivale a un ataque a la religión, al poder corporativo protegido por la élite política mientras se suprime o elimina el poder del trabajo, desprecio por los intelectuales y las artes, aumento del poder policial y de las poblaciones carcelarias en respuesta a la obsesión por el crimen y el castigo de los ciudadanos comunes (mientras que los delitos de la élite están protegidos por un poder judicial sumiso), amiguismo desenfrenado y corrupción, y elecciones fraudulentas defendidas por un poder judicial que está en deuda con la élite del poder.
Ofreciendo una caracterización más directa del fascismo en el contexto estadounidense, que también destaca su violencia de manera más explícita que las caracterizaciones anteriores, el eminente investigador noruego de la paz, el profesor Johan Galtung, lo explica así: «¿Fascismo estadounidense? Sí, en efecto; si por fascismo entendemos el uso de la violencia masiva para fines políticos. El fascismo estadounidense adopta tres formas: global, con bombardeos, misiles teledirigidos y francotiradores por todas partes; doméstico, con armas militares utilizadas a través de divisiones de raza y clase; y luego la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA), que espía a todo el mundo». Vea ‘The Fall of the US Empire – And Then What?’ (La caída del Imperio Estadounidense – ¿Y luego qué?).
Entre varios comentarios recientes, uno llama la atención sobre una reciente reunión fascista en los EE.UU. – ver ‘Davos para fascistas’ – otro sobre las formas en que el fascismo, bajo varios nombres, se está difundiendo efectivamente – véase ‘Cómo la nueva ola de populistas de extrema derecha está usando el fútbol para aumentar su poder’ – y otro advierte que hay que concentrarse en un tema sin tener en cuenta la amenaza más amplia que representa el fascismo. Ver ‘El fascismo está aquí en EE. UU.’.
En cualquier caso, para aquellos que prestan atención a lo que está sucediendo en lugares como Estados Unidos, Europa, Israel, Arabia Saudita, Myanmar y otros, es fácil ver que el apremio por abrazar el fascismo se está acelerando.
Pero ¿por qué? Seguramente, en esta era de la «iluminación», nociones como libertad, democracia, derechos humanos e igualdad están profundamente arraigadas en nuestra psique colectiva, particularmente en Occidente. Creemos que las elecciones deben ser, y son, «libres y justas» y no determinadas por donaciones corporativas; creemos que el poder judicial es independiente de la influencia política y corporativa. ¿Pero lo son?
Bueno, de hecho, las pruebas que ofrece la observación casual de los acontecimientos en los lugares mencionados anteriormente, así como en otras partes del mundo, nos dicen que ya nada de esto es así, si es que alguna vez lo fue. Déjenme explicar por qué.
El fascismo es una etiqueta política, pero, como cualquier otra etiqueta, tiene un fundamento psicológico. Es decir, el comportamiento político de los fascistas puede explicarse por la comprensión de su psicología. Por supuesto, todo comportamiento puede ser explicado por la psicología, pero aquí me centraré en la psicología del comportamiento fascista.
Ha habido intentos de entender y explicar la psicología del fascismo, comenzando con el primer trabajo de Wilhelm Reich en The Mass Psychology of Fascism (La psicología de masas del fascismo). Entonces, ¿cuál es la psicología de los individuos que son fascistas?
Puede que no le sorprenda leer que la psicología de los fascistas es compleja y es un resultado directo de la naturaleza de la extraordinaria violencia a la que fueron sometidos cuando eran niños.
La psicología de los fascistas
Permítanme identificar brevemente el perfil psicológico de los fascistas y la violencia específica -«visible», «invisible» y «totalmente invisible»- que genera una persona con esta psicología. Para una explicación y elaboración completa de este perfil, y explicaciones de los términos violencia «visible», «invisible» y «totalmente invisible», ver ‘¿Por qué la violencia?’ y ‘Psicología del valor y psicología del temor: Principios y Práctica’.
En primer lugar, los fascistas están aterrorizados y están particularmente aterrorizados por las personas que perpetraron actos de violencia contra ellos cuando eran niños, aunque este terror sigue siendo inconsciente para ellos. Segundo, este terror es tan extremo que los fascistas están demasiado aterrorizados para identificar conscientemente a su propio perpetrador (uno o ambos padres y/u otros adultos significativos que se suponía que los amaran) para decir que es este individuo o individuos los que son violentos y están equivocados.
Tercero, debido a que están aterrorizados, son incapaces de defenderse contra los perpetradores originales, pero también, como resultado, no pueden defenderse contra otros perpetradores que los atacan más tarde en la vida. Esta falta de capacidad para defenderse lleva a los atributos cuarto y quinto: un profundo sentido de impotencia y un profundo odio a sí mismo. Sin embargo, es demasiado aterrador y doloroso para el individuo estar consciente de cualquiera de estos sentimientos/atributos.
Sexto, porque están aterrorizados de identificar que son víctimas de la violencia de sus propios padres (y/o de otros adultos significativos de su infancia) y que esta violencia los aterrorizó, los fascistas inconscientemente se engañan a sí mismos sobre la identidad de su propio perpetrador. Inconscientemente identificarán a su «perpetrador» como una o más personas de las cuales no tienen miedo de un grupo ya existente de «víctimas legitimadas», como niños o personas de un género, raza, religión o clase diferente. Esto también se debe a que su terror inconsciente y su auto-odio les obliga a proyectarse en personas que son «controlables» (porque sus autores originales nunca lo fueron). Por esta razón, sus víctimas son (inconscientemente) cuidadosamente escogidas y siempre son relativamente impotentes en comparación.
Esto es fácil de hacer porque, en séptimo lugar, los niños que se convierten en fascistas han sido aterrorizados para que acepten un conjunto de creencias muy estrechas y dogmáticas que excluyen la consideración de los que pertenecen a otros grupos sociales (incluidos los de género, raza, religión o clase). La idea de que puedan considerar abiertamente otras creencias, o los derechos de aquellos que no están en el «grupo» es (inconscientemente) aterradora para ellos. Además, debido a que han sido aterrorizados para que adopten su rígido conjunto de creencias, los fascistas desarrollan un intenso miedo a la verdad; por lo tanto, los fascistas son tan fanáticos como santurrones. Además, el conjunto de creencias de los fascistas incluye una poderosa y violentamente reforzada «lección»: «Bien« significa obediente; no significa intrínsecamente bueno, amoroso y cariñoso.
En octavo lugar, y como resultado de todo lo anterior, los fascistas aprenden a proyectar inconscientemente su auto-odio, uno de los resultados de su propia victimización, como odio hacia los que están en los «grupos marginales«. Esto «justifica» su comportamiento (violento) y oscurece su motivación inconsciente: permanecer inconscientes de su propio terror y auto-odio reprimidos.
Noveno, los fascistas tienen la compulsión de ser violentos, es decir, son adictos a la violencia. ¿Por qué? Porque el acto de violencia les permite liberar de manera explosiva los sentimientos reprimidos (generalmente alguna combinación de miedo, terror, dolor, ira e impotencia) para que experimenten una breve sensación de «alivio» delirante. Debido a que el «alivio» es a la vez breve y delirante, están condenados a repetir su violencia sin cesar.
Pero la compulsión por la violencia se ve reforzada por otro elemento de su conjunto de creencias, la décima característica: los fascistas tienen una creencia ilusoria en la eficacia y moralidad de la violencia; no tienen capacidad para percibir su disfuncionalidad e inmoralidad.
Y undécimo, la experiencia de terror social extremo a la que han sido sometidos los fascistas implica que los sentimientos de amor, compasión, empatía y simpatía, así como la función mental de la conciencia, no pueden desarrollarse. Desprovistos de conciencia y de estos sentimientos, los fascistas pueden infligir violencia a otros, incluyendo a sus propios hijos, sin experimentar la retroalimentación que la conciencia y estos sentimientos les proporcionarían.
¿Qué podemos hacer?
No hay una fórmula sencilla para curar la psicología gravemente dañada de un fascista (o de aquellos que ocupan un «espacio político» próximo, como los conservadores que abogan por la violencia): se necesitan años de violento tratamiento de los padres y de los adultos para crear un fascista y, por lo tanto, el camino hacia la curación es largo y doloroso, siempre y cuando se cuente con el apoyo de la persona para hacerlo. Sin embargo, los fascistas pueden curarse del terror y el odio a sí mismos que sostiene su psicología. Véase ‘Poniendo los Sentimientos Primero’. Y pueden ser ayudados a sanar por alguien que sea experto en el arte de la escucha profunda. Ver ‘Nisteling: El arte de la escucha profunda’.
Desafortunadamente, dada su cobardía, es poco probable que los fascistas tengan el valor de buscar el apoyo emocional apropiado para sanar. Mientras tanto, aquellos de nosotros muy propensos debemos resistir su violencia y, en el mejor de los casos, esto debería hacerse estratégicamente, sobre todo si queremos tener un impacto contra los líderes nacionales fascistas. Véase Estrategia de Campaña No violenta o Estrategia de Defensa/Liberación no violenta.
La buena noticia es que podemos evitar crear fascistas. Si quieres criar a un niño para que se vuelva compasivo y bondadoso, vivir de acuerdo con su conciencia y actuar con moralidad y coraje en todas las circunstancias, incluso al resistir a los fascistas, entonces considera la posibilidad de hacer ‘Mi Promesa a los Niños’.
También podrías considerar unirte al movimiento mundial para poner fin a la violencia, fascista o de otro tipo, firmando el compromiso en línea de ‘La Carta de los Pueblos para Crear un Mundo No Violento’.
En esencia: Los fascistas están aterrorizados, llenos de odio a sí mismos e impotentes. Pero demasiado asustados para sentir su propio terror, odio a sí mismos e impotencia, inconscientemente proyectan esto como miedo y odio hacia la gente de uno o más grupos de «víctimas legitimadas», incluyendo a sus propios hijos (creando así la siguiente generación de fascistas). Luego tratan de «sentirse poderosos» buscando un control violento sobre estas personas o tratando de que varias «autoridades» ejerzan un control violento sobre ellas, desde maestros de escuela y figuras religiosas hasta la policía, el ejército y varias agencias corporativas y gubernamentales.
Sin embargo, no importa cuánto control tengan sobre los demás, es imposible controlar su propio terror, odio a sí mismos e impotencia. Por lo tanto, inconsciente e interminablemente se ven obligados a buscar (delirios) «alivio» controlando violentamente a los que pertenecen a grupos de víctimas legitimados. El fascismo se perpetúa fácilmente porque sus propios hijos son el blanco «incontrolable» más inmediatamente disponible.
Traducido del inglés por María Cristina Sánchez