Por Fernando Salinas
Pareciera que en Chile no hemos caído en cuenta que el informe del Panel Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC), presentado públicamente hace algunas semanas, nos revela que estamos enfrentando la mayor crisis global de la historia de la humanidad. Según el informe del IPCC todas las consecuencias y los costos de un calentamiento global de 1,5 grados Celsius, por sobre la temperatura preindustrial, serán mucho peores de lo esperado. Advierte que es altamente probable que el aumento de 1,5 grados centígrados se produzca entre 2030 y 2052 si el mundo sigue el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, desencadenando graves consecuencias en el clima, que finalmente afectarán “la salud, los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria, el abastecimiento de agua, la seguridad y el crecimiento económico”. Si superamos los 2 grados, los científicos han anunciado que el proceso puede ser irreversible y se arriesga la sobrevivencia de nuestra especie.
Para evitar el colapso ecológico global se necesita una transición “sin precedentes” y cambios “rápidos” y de “gran alcance” en la electricidad, la agricultura, las ciudades, el transporte y la industria, apunta el informe, algo que parece muy difícil de lograr con el actual modelo económico basado en el crecimiento continuo. Es decir, no hay solución si seguimos creciendo en producción y consumo. La única opción viable es DECRECER, término que no está en el lenguaje de los economistas y políticos del Establishment, menos en las grandes corporaciones que son las que establecen, finalmente, las reglas del juego en la economía. Desde luego, el decrecimiento no puede ser igual para todos, ya que quienes deben hacer el mayor esfuerzo son justamente quienes (países, ciudades y personas) más inciden en el calentamiento global.
Tenemos pocos años para revertir el proceso del cambio climático con un decrecimiento ordenado pero intenso y urgente, y tengo la impresión de que cuando se trata de la vida de los niños de hoy y de sus futuros hijos, los seres humanos comunes y corrientes aceptarían disminuir drásticamente su consumo y estilo de vida, sin embargo, quien define las reglas del sistema no son, hoy, esos humanos corrientes ni tampoco los políticos, sino el poder económico-financiero imperante en el mundo. En Chile hemos podido apreciar hasta dónde pueden llegar las empresas que degradan el medio ambiente -sobornando, haciendo lobby para adecuar leyes, incumpliendo las restricciones ambientales, ocultando información, etc.- sabiendo con precisión cuál es el daño que provocan a las comunidades. En nuestro sistema actual, no hay límite ético, sólo el frágil límite de la ley, y lo digo con absoluta responsabilidad. Esto no es propio de Chile, es de todo el mundo, en mayor o menor grado (en Chile es excesivo, justamente por el sistema neoliberal extremo que tenemos). Es difícil creer que, de mantenerse el actual sistema, se produzca, como consecuencia de las “virtudes” del modelo de mercado, un cambio en la situación actual, más bien lo contrario.
La pregunta que sigue es: ¿Qué relación podría haber entre el informe del IPCC sobre el cambio climático en las pensiones de los chilenos? Hay que partir diciendo que el gobierno de Sebastián Piñera ha iniciado el proceso legislativo para el proyecto de ley de reforma al sistema de pensiones en donde se propone aumentar un 4% la cotización, de cargo para el empleador, entre otros. A raíz de esto se ha iniciado un debate sobre cómo debería ser administrado ese nuevo monto. ¿Lo harán las AFP o nuevas instituciones? ¿Qué porcentaje irá a complementar el pilar solidario y cuál se destinará al ahorro personal? Todas son discusiones que develan las distintas visiones que hay sobre las pensiones. No obstante lo anterior, quisiera abordar el tema de las pensiones desde otra perspectiva, más allá de los tecnicismos y las variables sociales que se ven involucradas, analizando si el cambio climático puede influir en las pensiones futuras.
El sistema de AFP se basa en la capitalización individual de los cotizantes a través del sistema financiero. Estas instituciones invierten los fondos recaudados en instrumentos financieros de Chile y del extranjero: acciones y bonos preferentemente. La rentabilidad de las acciones es variable, lo cual implica un riesgo; por ello estos fondos suelen tener gran variedad de acciones para neutralizar lo más posible ese riesgo (no sistemático), pero no es posible evitar aquel riesgo que tiene que ver con la situación global de la economía (riesgo sistemático). Los bonos son de rentabilidad nominal fija, por lo tanto son menos riesgosos que las acciones (sin riesgo no sistemático) pero igual están sometidos al riesgo sistemático (fue el caso de los bonos del gobierno argentino a comienzos del 2000, que entraron en default). El sistema financiero funciona en base a las expectativas de los agentes económicos respecto del futuro. Basta observar como varían las bolsas de comercio ante noticias que podrían influir en las rentabilidades y riesgos futuros.
En el año 2008, para la crisis subprime, cuando el mercado constató el desequilibrio producido por hipotecas mal evaluadas en su factor riesgo, el sistema financiero mundial estuvo al borde del colapso, el cual se pudo detener debido a que las variables que estaban en juego eran intrínsecas al modelo económico y su sistema de precios: precio de los activos inmobiliarios, precio del dinero, precio de las remuneraciones, etc. En estos casos, las crisis financieras y las recesiones se revierten cuando se ajustan los precios, se pagan los costos (económicos y sociales) y comienza a funcionar nuevamente la máquina de la economía. En otras palabras, se produce un ajuste para lograr un nuevo equilibrio.
El problema es que el cambio climático al cual nos enfrentamos, si bien tiene su origen en el sistema económico, no se ajusta de acuerdo a variables económicas. La ecología no se equilibra en el sistema de precios, tiene sus propias leyes, muy complejas, debido a la sutil interacción de todos los seres vivos de nuestro planeta entre sí y con el medio ambiente. Por lo tanto, si no hay un cambio trascendente de modelo, no importa lo que hagan las autoridades económicas para evitar y/o salir de una crisis, ello no se va a lograr ya que no existe en la naturaleza un “ajuste ecológico” que se derive de consideraciones de política fiscal o monetaria.
Un aspecto que complica el panorama es el hecho de que los modelos matemáticos del clima pertenecen al grupo de modelos llamados caóticos. En palabras simples, un modelo caótico tiene la característica de que, aunque se conozcan las variables que influyen en el fenómeno que se pretende modelar, es imposible hacer predicciones (por el conocido efecto mariposa) y, en el caso del cambio climático originado por la acción humana, es más complejo aún, porque es un fenómeno que se da por primera vez en la historia del planeta; no hay estadísticas pasadas. Es decir, no sólo enfrentamos un futuro degradado ecológicamente sino muy incierto.
Creo que ya estamos en condiciones de inferir las consecuencias que podría tener el cambio climático en el sistema financiero: si sabemos que el sistema financiero es sensible a los escenarios de incertidumbre, no parece razonable pensar que en este nuevo escenario, el sistema financiero mundial que sostiene al sistema productivo, probablemente se enfrentará a una crisis completamente nueva, debido, justamente, a una incertidumbre totalmente nueva: el deterioro ecológico global. Y, lo que es peor, el mejor escenario posible ya es bastante malo, por lo tanto, es cuestión de tiempo. Además, la crisis no involucrará solo a la propiedad, como ha sido históricamente, sino a la misma sobrevivencia de la especie… y ello es nuevo.
Las grandes corporaciones y sus políticos asociados han hecho y siguen haciendo lobby y marketing para que la gravedad del tema ecológico se mantenga obnubilado en las consciencias. Sin embargo, no es difícil imaginar cómo podría darse la crisis cuando las malas expectativas de los científicos anunciadas el pasado 8 de octubre sobre las consecuencias del cambio climático comiencen a permearse en la ciudadanía y desde ahí al sistema financiero.
En estos momentos, el ahorro del trabajo de los chilenos para sus pensiones en el sistema AFP está totalmente invertido en instrumentos financieros. ¿No parece razonable pensar que la mejor opción sería retirarlo antes de un potencial colapso, que podría ser terminal para el sistema financiero, en los términos en que lo conocemos? ¿No parece razonable pensar que, si somos un país pequeño que no influye de manera directa en las decisiones globales, sí podemos prepararnos para las consecuencias, y una de ellas es el impacto que va a tener en el sistema financiero, donde tenemos todos nuestros ahorros? ¿No parece razonable pensar que el tema de las pensiones, que se evalúa en el largo plazo, debe considerar los posibles escenarios precisamente en esos plazos? ¿No parece razonable que, tratándose de un tema tan importante para el futuro de todos los chilenos, se aplique el principio de precaución?
En resumen, tenemos dos opciones ante el problema ecológico global: DECRECER urgente y rápido con la consiguiente pérdida financiera producida por la devaluación de los activos (pero con la esperanza de salvar a miles de especies, entre ellas la nuestra) o SEGUIR CRECIENDO como hasta ahora hasta que el problema sea irreversible, y en el camino habrá sin duda un colapso financiero total (sin esperanza para nuestra especie y para otras tantas miles). En ambos casos, y en cualquier otra situación intermedia, seguir correlacionando las pensiones de los chilenos al sistema financiero sería una decisión TOTALMENTE IRRESPONSABLE… por decir lo menos.