Simpáticas notas las de Amador Fernández-Savater sobre el ver y el pensar. Exquisitas observaciones de un pensador de raza con la frescura del descubridor. Deliciosas y agradezco su lectura.
Me han puesto en presencia de alguien que mira “del otro lado del espejo”. Sin saber muy bien cuál será el suyo y cuál, el mío, pero seguro que está del otro lado.
El mío es el de un “atendedor” de raza (valga la equiparación con el “pensador” que apunté arriba) dedicado a investigar lo que subyace al pensar, lo que lo genera, alimenta y funda. Que no es otra cosa que el propio pensar, entendido según Descartes, afín en amplitud a la vivencia (erlebnis) husserliana, que abarca todas las manifestaciones de la experiencia interna (sensaciones, sentimientos, imaginación, volición y por supuesto, pensar estricto) y, por tanto, escapa a la crítica de los teóricos del siglo XX quienes, sin embargo, han hecho un tremendo aporte al desplegar los aspectos del sentido interno.
Desde cachorro aprendí de Silo que lo primero es atender y largas décadas dediqué a navegar las procelosas aguas de mis vivencias hasta que, llevado por mi interés sobre el pensar, los métodos y las teorías, recalé en tierra firme: una cosa es mirar y otra, muy distinta, pensar. Esa tierra que me ofrece sustento es el mirar, la pura atención como manifestación intencionada de ser.
Tan difícil que resulta, nada tiene de permanente porque el mismo mirar lleva en sí su propia fuente de desvío: la representación que acompaña a la percepción y la imaginación que se dispara a partir de ella, abriendo las dimensiones de lo posible y lo fantástico.
Si parece que hablo como transitando el último tramo de la caverna platónica, lo confirmo: ese es el sabor que queda después de haberme asomado a la luz del día tantas veces, y tantas otras vuelto a hundirme en la confusión y la oscuridad de eso que llamamos “realidad”, que desde el punto de vista de la vivencia no es más que una majamama de sentimientos y opiniones pujando por parir su expresión.
Otra vez Silo. Con sus comentarios sobre la mirada fue arrimando material conceptual que en mi paisaje fue delineando con más precisión una noción apenas esbozada en su obra con trazos gruesos, que cada vez más fue dando cuenta de mi ser y el de los otros.
Fue la ocasión del Sexto Simposio del CEHM en Lima, el pasado octubre, lo que me movió catalíticamente a esbozar notas teóricas que modelaran el tema, y ahora, los comentarios tan precisos, preciosos y preciados de Amador, me mueven a exponerlas aquí, a partir de la próxima, la primera de una serie sobre “la revolución de la mirada”, que ése fue el título de la ponencia.
Las miradas que encuentro
El problema de la mirada es, con harta frecuencia, el de las miradas. Se oponen, se enfrentan, divergen. Son distintas aún cuando se posan sobre la misma cosa.
Ver en un hecho o en una cosa algo que no se veía, es un fenómeno que pueden haber vivido quienes hicieron psicoterapia y los entendidos llaman resignificación. También puede suceder espontáneamente, con participación o no de otros, aunque el intercambio ayuda porque otro punto de vista promueve el cambio de significación. De pronto, algo deja de verse como se veía y se ve de otro modo. El caleidoscopio de mi mirada se acomodó de otra manera y ya no puedo volver atrás. Un poco como las imágenes que usa la Gestalt para poner de manifiesto el modo en que varía la percepción: cuando veo la vieja me cuesta descubrir la joven, pero cuando la descubro, perdí la vieja.
Me parece más relevante la diferencia radical entre miradas, que el cambio de significado en la misma mirada. Un luchador de alguna causa digna es a la vez (para otres) un revoltoso que merezca la represión bastón en mano; un grupo que protesta por la miseria de su situación se convierte en una turba que molesta el paso; y mi ejemplo dilecto: que el vientre de una mujer sea transparente en la mirada de quien ve la vida que lleva. El cuerpo que manifiesta una vida en pleno desarrollo pierde valor frente a lo invisible, la figura imaginada de una vida posible alucinada en un embrión. Me gusta este ejemplo porque sintetiza cómo la libertad ajena resulta transparente y depende de una idea que la opaque, que le dé concreción, porque de otro modo se la atropella fácilmente, por el encandilamiento de las ideas desarraigadas de la realidad.
Además, están los temas que contaminan, que configuran el filtro que solemos llamar mirada cuando hablamos de mirada de género, economicista, jurídica, política, aludiendo a la perspectiva o punto de vista desde el que hablamos. Las perspectivas diferencian las miradas pero son sólo una parte.
Así como mi casa fue achicándose a medida que crecía, otras cosas fueron variando. El valor que les adjudicaba se fue modificando. Cómo pudo alguien que me fascinaba, pasar a aburrirme; perder interés por lo que antes me interesaba; o cambiar de amigos súbitamente, “porque sí”.
Más fuerte: ¿cómo para un padre una hija puede ser un objeto sexual y para otro un ser inviolable? O para una madre, ver cómo su hija adorada se convierte en una competidora a la que tiene que destruir. Claro, éstos pueden ser vistos como casos extremos o patológicos. Bueno, entonces ¿cómo puede un gobernante ser un saqueador para unos y alguien que sólo se equivoca, para otros? Son todos casos de miradas divergentes. Diferencias en las miradas que justifican la crítica de la “objetividad”.
Bien, también puede decirse que son todos cambios de afectos; distintas configuraciones de personalidad; distintas ideologías. Sí. Son distintos trasfondos de la mirada. Todos esos factores a los que otorgamos materialidad aún cuando sean conceptos, determinan una configuración de la mirada. Todos se conjugan, combinan, complementan o proporcionan en ese fenómeno tan transparente, fugaz y constante a la vez, que es la mirada.
Una mirada que siempre es mi mirada. Un fenómeno que me configura en el instante que vivo; que actualiza franjas enteras de abstracciones que puedo reconocer, en distintas medidas; pero que siempre, como ese instante que actúa, es único.
Veremos si puedo hacer opaco lo transparente.