Teklehaimanot Tesfazigi tiene 103 años y ha sido testigo de muchas etapas de la historia Eritrea, desde el período colonial italiano hasta la administración británica, que terminó en 1951, cuando se unió a Etiopía en una federación.
A pesar de un acuerdo de paz firmado en Argel en diciembre de 2000, que puso fin a la contienda, las dos naciones se mantuvieron en un estado de amarga enemistad a lo largo de su área limítrofe de mil 100 kilómetros.
Esa hostilidad terminó en julio de este año, cuando firmaron una declaración de paz que permitió la reanudación de los servicios aéreos, la reapertura de las líneas telefónicas y el restablecimiento de las misiones diplomáticas; la frontera común reabrió el 11 de septiembre.
Tesfazigi vive en la pintoresca y tranquila ciudad eritrea de Adi Quala, a 30 kilómetros al norte del paso entre los dos pueblos, pero luego de que el cruce abriera, ha podido visitar Addis Abeba en al menos dos ocasiones.
Ya el centenario había vivido una vez aquí y fue dueño de dos hoteles y un negocio de procesamiento de goma natural, que debió abandonar al estallar el conflicto, cuando se le hizo regresar como parte de un intercambio forzoso de población que vio a cientos de miles de personas deportadas.
Según expertos, muchos comerciantes encuentran un mercado lucrativo en Eritrea para sus productos; la distancia de Mekelle al puerto de Massawa es aproximadamente la mitad de la que lleva al enclave de Djibouti, por ejemplo.
Con la normalización, podemos reducir los costos de transporte para las aproximadamente 25 mil toneladas de carbón que importamos mensualmente para encender nuestra planta de cemento, así como hacer que sea rentable exportar nuestros productos al mercado global, comentó a Prensa Latina el empresario Tewolde Adamus.
Adamus subrayó que ambos países perdieron oportunidades significativas en las últimas dos décadas y espera cumplan sus promesas en esta ocasión.
Si bien la reapertura ha experimentado un auge comercial en las ciudades fronterizas, el número de migrantes y refugiados eritreos ha crecido.
Como motivos, muchos citan la economía en apuros y el reclutamiento indefinido promovido por la administración del presidente Isaias Afwerki.
Las cifras oficiales indican que, entre el 12 de septiembre y el 13 de octubre, nueve mil 905 ciudadanos del Estado colindante llegaron, la mayoría de los cuales afirmaron querer reunirse con su familia.
Hadas Reda, madre de cinco hijos, arribó hace dos semanas, una travesía que le llevó un día entero caminando.
‘Mi esposo, un soldado, ya había desertado hace un año, dejándome a mí y a los pequeños para luchar y vivir de media hectárea de tierra que me entregó el gobierno’, contó a Prensa Latina Reda, quien ahora vive en Rama.
‘Vine a Etiopía porque quería reunirme con mi marido. Volveré cuando haya cambios significativos. Hasta entonces viviré en mi segunda patria’, aseguró. Las calles de la ciudad de Rama están llenas de eritreos que se registran en los centros de la Cruz Roja y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados antes de trasladarse a los campamentos o mudarse a otras partes para vivir con amigos o familiares.
Por ahora, muchos, a pesar de la desconfianza, tienen grandes esperanzas de que continúe el deshielo diplomático y crezca así una hermandad truncada por años de tozudez, como califica Reda al período de ruptura.
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