Hay una zozobra sobrevolándonos, una estupefacción que deberíamos mantener a raya porque lleva a la parálisis. Millones de personas nos preguntamos qué ha pasado que otros millones de personas en la región han virado hacia una extrema derecha que parece no tener techo.
Los abruptos virajes en la cultura, decía Orwell, siempre tienen motivos políticos y económicos. Es decir: todos los cambios subjetivos y colectivos que permiten que personas como Macri o Bolsonaro se hayan alzado con el poder a través del voto –la romantización de la violencia, la irrupción fascinada del odio, la inclinación apenas velada hacia las soluciones finales que en otros tiempos tuvieron forma de genocidios o escuadrones de la muerte– no se han dado espontáneamente; esos cambios han sido necesarios para que tenga lugar lo que ocurre en principio y en paralelo: países saqueados desde sus raíces por una nueva patria financiera que antes se sirvió de los militares pero ahora ya no los necesita: tiene votos. Esa nueva patria financiera también está integrada por sujetos de esta nueva fase del capitalismo. Expresan la gula despersonalizada que tiene como fetiche erótico al dinero. No van a reparar sus errores porque gozan con ellos.
Para que ese pequeño sector de chupapueblos pueda acceder al control político de varios países, ha sido necesario pensar y generar herramientas para un disciplinamiento feroz que ha tenido lugar desde hace muchos años pero al que ahora se le ha soltado la lengua.
Sobre los relatos oficiales de las respectivas derechas nacionales, ha sido sobreimpreso otro relato, nuevo, apátrida, sanguinario, bobo, iletrado, siniestro. Como uno puede pensar si ha visto –en mi caso, varias veces– Terrenal, la exquisita obra de Mauricio Kartun, estamos en el lado del péndulo que se rige por la estirpe de Caín. En este paradigma no hay hermanos, aunque para que estos cambios subjetivos sean posibles, el nuevo paradigma se vale de las decenas de nuevas iglesias neo evangelistas, que vienen entrenándose desde hace décadas enraizadas en los sectores populares, para reemplazar los sentimientos religiosos por la ferocidad y la anulación del pensamiento de los otros. Traen un pensamiento religioso autoritario. Mujeres que, como ocurrió esta semana con el liderazgo del periodista de La Nación Mariano Obarrio, piquetean en un hospital para impedir un aborto que estaba amparado por la ley, son instrumentos y ejemplos muy claros de este nuevo paradigma, que por un lado lleva al poder a corruptos desembozados y por el otro se contenta con impedir que alguien lleve a cabo algo con lo que ellas no están de acuerdo. El fascismo no por casualidad está tan adherido a la fascinación. A ese tipo de personas le fascina ver a otro y a otra morder el polvo. Se relamen con los ajusticiamientos. Disfrutan del olor a bala. Descreen de cualquier relación dialéctica entre sujetos e ideas: son fanáticos. Pero fanáticos de una causa basada en su propia supremacía.
No hubiéramos llegado hasta aquí si desgraciadamente, desde hace mucho, no estuviéramos cediendo, incluso sin darnos cuenta, a la lógica de ellos, que no es la nuestra. Lula no debería estar preso ni Dilma debería haber sido destituida. Fue ilegal. Todos lo sabían. Como sabemos que ni Milagro, ni Amado Boudou, ni Julio De Vido, ni Fernando Esteche ni tantas otras personas hoy detenidas por motivos políticos han sido hallados culpables todavía de nada. Cuando se admite y se consiente entrar en esa lógica, después ya es imposible escapar de la red de connivencias, ilícitos, violaciones a la ley y a la Constitución, aprietes y extorsiones, miedo, confusión, sociopatía. Ni aquí ni en Brasil hubo reflejos para detener esa lógica del desastre, que incluye golpes blancos invisibles, presos políticos, asesinatos, jueces construyendo causas mediante ilícitos, fallos que hay que cumplir aunque sean producto de una asociación ilícita entre poderes que ya no fingen ningún estado de derecho. Obviamente, por eso necesitan y promueven no sólo la concentración de medios, sino sobre todo de un solo mensaje.
No se puede pelear si no se sabe contra quién o quiénes. Y como en materia de acceso a emisión y recepción de discurso vivimos desde hace décadas y ahora mucho más en una restricción autoritaria, nuestras maneras de pensar juntos son escasas. La cultura de masas y la “comunicación” están al servicio del poder. La “comunicación” hace rato que no es tal y se reduce a acción psicológica. No es novedoso y sin embargo vivimos como si eso no ocurriera, como si de verdad creyéramos que en 2019 puede haber elecciones de las que surja un nuevo gobierno que nos devuelva al péndulo de la producción, o la patria, o el amor al otro.
No será así de sencillo. Ellos quieren el control total y absoluto del pensamiento para seguir concentrando riqueza mientras millones de personas pasan a una dimensión desconocida,en la guerra de baja intensidad que formará parte de la agenda cotidiana de los grandes medios. Nos interesará a quién detuvieron, a quién mataron, cómo lincharon o echaron o violaron a alguien o a miles, mientras nuestros países serán totalmente expoliados y deshechos.
¿Vieron el spot de Bolsonaro “Nació un mito”? El nuevo paradigma es así de mágico. Increíbles Hulks o nazis negros. Mujeres que odian mujeres. Persecución de disidentes políticos o de diversidades sexuales. Muerte a la negrada. Un menú regado con mentiras y “valores” del tipo de los que puede hablar gente como Patricia Bullrich.
Quién nos hubiera dicho que no era la revolución, sino la democracia, la que alguna vez requeriría revolucionarios. Porque sin una fabulosa capacidad de reflejos y una ciclópea voluntad de acción coordinada, que pase por encima de todas las diferencias que en este lado del péndulo sí respetamos, este monstruo nos va a comer a todxs, y se comerá también a la x. Falta muy poco para que quieran prohibir el lenguaje inclusivo, que no tiene peso estético sino político. La derecha siempre supo mejor que la izquierda cómo de la degradación del lenguaje puede nacer un pueblo muerto. Ellos están contra el aborto, pero lo único que han hecho a lo largo de la historia es abortar las vidas de los que ya nacieron.