La reciente detención de Mimmo Lucano, alcalde de Riace, por «ayudar a la inmigración ilegal» nos ofrece otro ejemplo del antiguo dilema que enfrenta la ley con la justicia. Un dilema en el corazón de la tragedia griega Antígona, ha surgido innumerables veces a lo largo de la historia cuando los individuos han tenido que elegir si seguir su propia conciencia. Hacerlo puede implicar infringir una ley considerada injusta, y a menudo puede acarrear consecuencias extremadamente graves.
Hay muchos ejemplos de personas que han hecho esta valiente elección. Van desde los que escondieron y ayudaron a los esclavos fugitivos en Estados Unidos hasta los que ayudaron al pueblo judío antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de esos héroes en particular merece ser recordado: Paul Grüninger, un oficial de la policía del cantón de St. Gallen en la Suiza neutral, ayudó a cientos de personas a cruzar la frontera con Austria.
Después de que el Tercer Reich anexara Austria en 1938, una creciente oleada de refugiados intentó entrar en Suiza. Grüninger hizo campaña para que el país abriera sus fronteras, sosteniendo que era «inaceptable devolver a los refugiados, por razones humanas si no otra cosa» y que «muchos necesitaban ser recibidos». Sin embargo, la Confederación Suiza decidió denegarles la entrada al país, decisión con la que Grüninger no estuvo de acuerdo. Haciendo caso omiso de la ley, permitió que un gran número de personas escaparan de la persecución y la muerte que habría sido su destino en Austria.
Sus acciones también tuvieron serias repercusiones para su familia. En 1939 se abrió una investigación contra él, seguida de un proceso penal. Posteriormente fue suspendido de su puesto, despedido y eliminado de la policía, perdiendo su derecho a una pensión. En 1940, incluso fue obligado a pagar una multa de 300 francos por violar el secreto profesional y falsificar documentos. Vivió y murió en la pobreza y durante años su hija fue tildada de «hija de traidor» y le resultó difícil encontrar trabajo. A pesar de ello, Grüninger siempre sostuvo que, si tal situación se repitiera, no se habría comportado de forma diferente.
Antes y después de su muerte (1972) se hicieron muchos intentos de rehabilitar su reputación, todos ellos rechazados por el gobierno de San Gall. Su caso fue finalmente reabierto tras la campaña de la asociación «Justicia para Paul Grüninger». En 1995, el mismo tribunal de St. Gallen que lo había condenado, revocó todos los cargos. Más tarde fue añadido a la lista de los Justos entre las Naciones por Israel.
Hay paralelismos sorprendentes entre lo que dijo Grüninger después de haber sido condenado y las palabras de Mimmo Lucano durante una manifestación de apoyo celebrada la semana pasada en Riace. «No me avergüenzo del veredicto del tribunal», dijo Grüninger. «Todo lo contrario: estoy orgulloso de haber salvado la vida de cientos de personas oprimidas. La ayuda que le di al pueblo judío estaba enraizada en mi concepción de ser cristiano… El caso de salvar vidas humanas amenazadas por la muerte es fundamental. Por lo tanto, ¿cómo podría haber tenido en cuenta seriamente las normas burocráticas y las «consideraciones»? Es cierto que, a sabiendas, crucé los límites de mi autoridad y, con mis propias manos, falsifiqué documentos y certificados. Sin embargo, lo hice con el único objetivo de permitir la entrada de los perseguidos a este país. En comparación con el cruel destino de estos miles [de judíos perseguidos] mi propio bienestar era tan insignificante, y de tan poca importancia, que ni siquiera lo tomé en consideración».
Ejemplos como los de Mimmo Lucano y Paul Grüninger ayudan a iluminar los tiempos oscuros en los que vivimos y nos recuerdan que, incluso en las situaciones más dramáticas, los seres humanos siguen siendo capaces de realizar actos de generosidad y solidaridad.