Naturaleza humana y lazos afectivos
Por Juan Espinosa
Octubre 2018
Bien entendemos cuan diferentes son las consecuencias en nuestra vida, en nuestra sociedad y en nuestro futuro, dependiendo de cuál sea nuestro concepto de ser humano. Hemos tenido una larga etapa de unos 300 años en los que se ha impuesto una visión racionalista y materialista de la naturaleza humana. “El hombre es una animal racional” o “solo se puede creer en lo que materialmente se puede comprobar y medir” son verdades que han dominado nuestro mundo occidental en los últimos siglos.
Pero esta visión de nuestra naturaleza muestra signos de desmoronamiento en los últimos dos decenios abriéndose a otras concepciones que, aunque tímida o ambiguamente, crecen poco a poco mostrándose vigorosas. Por esto apreciamos cada vez con más frecuencia en nuestro entorno de relación a amigos, familiares o compañeros de trabajo que participan o practican algún tipo de meditación. En los últimos decenios han crecido los locales de yoga, meditación oriental, etc. Además podemos apreciar como las personas valoran estos temas y aumentan las lecturas, las películas, las conversaciones sobre esta nueva visión.
Quizá ya el ser humano no sea un animal racional sino un espíritu encadenado que debe aprender a desenvolverse y crecer para superar su malestar y su contradicción elevándose hacia la paz interior y la alegría. Quizá ya se abren otras posibilidades más allá de una visión materialista y cientifista de la vida.
Quizá este cambio repercuta también en la toma de decisiones alejándonos del dominio de la rentabilidad económica, la optimización y el desarrollo material. Quizá es el momento de que lo afectivo, lo poético, lo espiritual sean elementos decisivos en nuestro comportamiento y en las decisiones sociales. Porque con estos 300 años de racionalismo-materialismo ha quedado demostrado una cosa: el ser humano no es más feliz por tenerlo todo controlado racionalmente. Y también ha quedado claro que ni el desarrollo material ni las explicaciones racionalistas del mundo nos hacen más felices. La felicidad tiene que ver con la paz y el bienestar internos. Esto tiene como consecuencia que el viejo mito de que el dinero da la felicidad se está rompiendo porque vemos a las claras que las personas adineradas sufren igual ante las desgracias de la vida.
Otro aspecto de nuestras vidas está cambiando y no es menos importante: la importancia y el cuidado en nuestras relaciones afectivas. Ahora escuchamos cada día como se expresan muy buenos deseos sobre las situaciones de los demás; ahora sentimos un trato más afectivo y estamos más atentos al bienestar de las personas de nuestro entorno. Este cambio en el tono afectivo de nuestras relaciones, impulsado con más fuerza por los jóvenes, me parece algo muy grande.
Muchos aspiramos a un mundo afectivamente blando, fácil, amable, comprensivo. Y rechazamos la dureza, la aspereza, el control, la recriminación y la frialdad. Y esta aspiración y este cambio social tienen que ver con lo que consideramos que es un ser humano, con nuestro concepto de naturaleza humana. Quizá no muy conscientemente, pero es claro que si nuestra afectividad hacia nuestro entorno de relaciones se está ablandando es porque consideramos a los demás y a nosotros mismos de manera diferente.
Quizá estamos entendiendo que nos sentimos mejor siendo bien tratados y tratando bien a los otros. Pero si para nosotros fuese importante aspirar a superar a los otros, si fuese importante la elevación de nuestra imagen, si fuese muy importante nuestro éxito material y social, esta afectividad sincera con los demás se vería seriamente perjudicada porque los demás estarían considerados en función de nuestras aspiraciones. Por esto podemos decir que los exitistas y los materialistas tienen más propensión a utilizar a los demás en beneficio propio. En cambio, si en nosotros está ganando importancia el cuidado de los lazos afectivos significará que tenemos unos valores más humanos o más espirituales. Obviamente las cosas no son blancas o negras pero si son tendencias o estilos de relación diferentes.
Y hay incluso algunas personas, un poco difíciles de creer, que sienten que sus lazos afectivos no se han roto con la desaparición presencial de los cuerpos de sus seres queridos, sino que de una forma muy difícil de explicar, sienten o presienten que sus afectos continúan con aquellos que partieron y dejaron nuestro mundo. Esto no se ve como se puede explicar. Y está muy bien así, quizá no sea necesario explicarlo. Pero resulta que quienes hemos tenido estas experiencias, estos sentimientos, quienes hemos sentido a nuestros seres queridos después de que partieron, tenemos la experiencia de una alegría y una esperanza que no se olvida si es que consideramos válidas esas experiencias.
Juan Espinosa
Octubre de 2018