Por Francisco Río
Desde el inicio de la segunda década de nuestro siglo, un número considerable de respetabais pensadores –cada cual a su manera y munidos con sus respectivos arsenales conceptuales – ha alertado a la humanidad sobre la existencia de la Guerra Sucia 2.0 y el uso indebido de nuevas herramientas tecnológicas para su desencadenamiento. Desde Zygmunt Bauman al propio Tzvetan Todorov (ya referenciado en el artículo anterior), pasando por Noam Chomsky, Umberto Eco al brasileño Luiz Alberto Moniz Bandera, solamente para citar algunos. En esta lista, tampoco se pueden perder de vista nombres de denunciadores como Edward Snowden y Julian Assange. De hecho, Snowden –ex-técnico de la CIA que obtuvo asilo político en la Rusia de Vladimir Putin– llegó a denunciar en 2013, que la ex-presidenta Dilma Rousseff y otros jefes de estado fueron blancos de espionaje realizado por la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA).
La Guerra Sucia 2.0 es alimentada sobre todo por algoritmos y propaganda de precisión. Además, es claro, de una gama variable de metodologías de apoyo tal como el espionaje cibernético. Teóricamente, y en lenguaje simple, los algoritmos –que no necesariamente son programas de ordenador– poseen entre otras la función de recoger datos de usuarios de portales, mecanismos de investigación y redes sociales, devolviéndoles una experiencia de navegación optimizada y personalizada. Pero esas mismas herramientas de recolección de datos permiten –por medio de cruzamiento oculto– a confección de un perfil de rayos-X completo de cada usuario, emitiendo pareceres que van mucho, pero mucho más allá del simple resumen de la experiencia de navegación o de relaciones de consumo de los usuarios. Por medio de los algoritmos es posible trazar perfiles completos de cada individuo: sus predilecciones alimenticias; su rutina; su conducta de consumo; su religiosidad y hasta su círculo de amigos y sus inclinaciones amorosas o políticas.
El problema más profundo de esto –es decir de los algoritmos– se evidencia cuando empresas del ramo sufren robos, venden o pasan esas informaciones a terceros: a gobiernos, instituciones y empresas. Entre estas últimas, muchas operan al servicio de grupos y redes ultraliberales que llevan como banderas el debilitamiento y hasta la destrucción de las democracias, la implosión de derechos laborales y sociales, la división social y la violación de los derechos humanos. Divide et impera! –vociferaba Caio Júlio César. Por ese camino y el base al perfeccionamiento tecnológico y a los estudios sobre psicología de masas, en los últimos años “se desarrollaron estrategias brillantes de persuasión activa […], abriendo las puertas a excesos que pueden perjudicar el interés público y la cultura política, fragilizando la integridad de la democracia” (TecReview, mayo-junio de 2018). Esto sucede principalmente en países como lo Brasil, donde gateando todavía –hace cerca de 30 años fue confirmada la Carta Magna de 1988– las instituciones democráticas son aún imberbes, demasiado débiles, corruptibles y frágiles.
Una vez en posesión de perfiles completos de centenares de millones de usuarios, en varias partes del mundo esas empresas, al servicio de grupos ultraliberales, ponen en marcha sus Guerras Sucias 2.0, sea dentro de un país o en diversas regiones de modo concomitante. La estrategia es simple, aunque los mecanismos de cada operación puedan ser variables y complejos. El objetivo fundamental es desestabilizar para imponer representaciones del mundo, conquistando corazones y mentes. Se diseminan por medio de bots, programas de disparo, páginas de apoyo o ciborgues (personas reales contratadas para la confección y administración de perfiles falsos), una catarata de Fake News (falsas noticias) con la intención de desestabilización, convencimiento y movilización de masas. En esas circunstancias, dirigen esos disparos o mensajes a grupos y perfiles que –predefinidos por los algoritmos–, presentan permeabilidad a las (des)informaciones distribuida. Se valen, sobre todo, de los analfabetismos digital y funcional que caracterizan nuestra era, tanto en los países subdesarrollados como desarrollados. Además, es obvio, de las tendencias de opiniones de los usuarios. Como dijo Umberto Eco: “El drama de la Internet es que ascendió al idiota de la aldea, a portador de la verdad”.
Eureka! Con la masificación del acceso a la Internet 2.0 y de los smartphones estaba preparado – principalmente, en el corazón de una de las naciones más híbridas del planeta, el Brasil– el ambiente perfecto para la implementación y desencadenamiento de una colosal guerra sucia 2.0, al mejor estilo de un guión de ficción científica del siglo XXI. Entonces, en esa Black Mirror” (2011), los idiotas de la aldea ascendidos a portadores de la verdad, transmutaron en una legión de zombis, como en la serie “The Walking Dead” (2010). Se convierten no solamente en difusores de una “La Ola” (2008), sino en promotores de esa ola de representación de mundo que les fue sugerida y que, inclusive, les es prejudicial, ya que como telón de fondo anhela no solamente la diseminación de odios infundados, sino también la anulación de derechos y conquistas de las clases media y baja. Si en los años ‘90 los neoliberales utilizaban outdoors, notas y artículos de periódicos y propagandas anónimas en medios de transporte de América Latina para convencer el público, por ejemplo, que “todo lo que es público es malo” y que “es preciso privatizar”, hoy los ultraliberales utilizan herramientas más sofisticadas para la implementación de sus “dictaduras perfectas” (en alusión al título de película del director mexicano, Luis Carretera, 2014).
Recientemente, los casos más emblemáticos de esa guerra sucia 2.0 fueron el brexit y las elecciones de los Estados Unidos, en 2016. De hecho, el escándalo de la Cambridge Analytica (CA) puso a la vista la punta de un gigantesco iceberg a la deriva en un turbulento mar de incertidumbres. Supuestamente contratada por el operador de la campaña de Donald Trump, el militante de extrema-derecha y ultraliberal, Steve Bannon, la empresa CA creada en 2014 para influenciar e inflar campañas de políticos derechistas el Estados Unidos además de bots rusos, probablemente utilizó datos colectados de usuarios por el Facebook, para direccionar y convencer a la opinión pública y los electores de aquel país. Según artículo firmado por André Barrocal y publicado por Carta Capital, bajo el título “Las pistas del método ‘Cambridge Analytica’ en la campaña de Bolsonaro” [ed. 19/10/18], la información que surge es que “el 25 de septiembre Facebook anunció haber sido hackeado” en Brasil y que “los hackers obtuvieron informaciones sobre 30 millones de personas”. Coincidencia o no, la misma nota informa que un mes antes, en agosto, “uno de los hijos de Bolsonaro, Eduardo, estuvo […] en Nueva York, con el principal estratea de Trump en la campaña, Steve Bannon.”
Otro artículo, esta vez publicado por la BBC y firmado por la periodista Juliana Gragnani, bajo el título “Exclusivo: investigación revela ejército de perfiles falsos usados para influenciar elecciones en Brasil” [edición online de 08/12/17], ya revelaba otra faz perversa de esa guerra sucia: la actuación de los ciborgues. En ese caso, el texto de Gragnani explicita que esa evolución humana de los papeles hasta entonces cumplidos por robots o bots, sirvieron para crear cortinas de humo, orientar discusiones en grupo y atacar (neutralizando y destruyendo moralmente adversarios) y que esa “estrategia de manipulación electoral y de la opinión pública en las redes sociales sería similar a la usada por rusos en las elecciones americanas y ya existiría en Brasil al menos desde 2012.” En la misma nota se expone la opinión del profesor del Instituto de Internet de Oxford, Phillip Howard, que considera la existencia de ciborgues “un peligro para la Democracia”.
La guerra sucia 2.0 es, sobre todo, el nuevo dilema ético del siglo XXI. Y alguna cosa debe ser hecha. Y rápido. Los intereses y la acción de grupos de extrema derecha ultraliberales aliados a los negocios ocultos de empresarios del ramo, a la desinformación sembrada a los cuatro vientos, a la fragilidad de las instituciones democráticas –en especial, en los países subdesarrollados–, a la falta de crítica de las masas y a la inexistencia de leyes más ajustadas sobre los usos y manipulaciones de las nuevas tecnologías, son los ingredientes de un volcán ya en en erupción, cuya lava puede tragar y pulverizar a todos. Se trata no solamente de violación e implosión de las democracias y de los Estados nacionales, sino de crímenes contra la Humanidad, contra la privacidad y los conjuntos, contra los Derechos Humanos. Democracias, sociedades, grupos de amigos, de trabajo, familias, finalmente, comunidades enteras están siendo divididas, convulsionadas, controladas y sustituidas por el formato de la red. Personas están matando y son muertas. ¡El futuro y la supervivencia de la especie humana están en riesgo!
Francisco Río es historiador y militante del Movimiento Humanista, Brasil. Es colaborador de las agencias Pressenza y Cuatro V.