Por Javier Andaluz Pietro
El IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) acaba de publicar el informe sobre el horizonte de 1,5 ºC, un documento que evalúa las posibles consecuencias de superar este incremento de la temperatura global y el camino de reducciones de gases de efecto invernadero requerido. Este panel de expertos suele pecar de optimista, especialmente cuando incluye en sus modelos climáticos técnicas como la captura y el almacenamiento de carbono. Antes de hablar de ello, conviene hacer una distinción entre las capturas que se producen de forma natural por el mejor estado de conservación de los ecosistemas y un manejo de la tierra acorde con el ciclo de carbono (AFOLU), entre aquellas que son aplicaciones tecnológicas conocidas como captura y almacenamiento de carbono (CCS). En cuanto a estas últimas, el propio organismo reconoce que tienen enormes riesgos sociales y ambientales. Cuestiona su efectividad y deja patente que el mejor escenario es no optar por ellas. Sin embargo son incluidas en tres de los cuatro escenarios.
Obviando estas y otras observaciones que podrían hacerse a la metodología, la conclusión es que hay que alcanzar la neutralidad climática mundial antes de 2050. El informe añade el cálculo de los llamados presupuestos de carbono, es decir, la cantidad de emisiones que se pueden emitir sin superar un incremento global de 1,5 ºC o 2 ºC. Unos presupuestos que, siguiendo el ritmo de las emisiones actuales, se agotarán en 2030 y 2036 respectivamente. El documento afirma con contundencia que los compromisos adquiridos por los países en la lucha contra el cambio climático no son compatibles con limitar el incremento de la temperatura global por debajo de los 2º C, siendo contrarios al Acuerdo de París.
Según este informe del IPCC ese medio grado que separa 1,5 ºC de 2 ºC es especialmente relevante, ya que duplica muchos de los impactos previstos. Así, supone, por ejemplo, que se pase de afectar de un 70% al 90 % de las barreras de coral a la pérdida total de ellas, o bien que el nivel del mar se eleve un centímetro más, lo que afectaría gravemente a diez millones de personas que deberán abandonar sus hogares. Tal y como reconoce el informe, la región mediterránea será de las más afectadas si no se contiene el incremento de la temperatura global en 1,5 ºC; de hecho, de llegar a los 2ºC se duplicaría el estrés hídrico de toda la región. Este aumento en la escasez de agua puede ser precisamente el factor que marque la diferencia entre poder adaptarse a un nuevo clima mucho más cálido o afrontar daños irreversibles.
La buena noticia es que aún queda un poco de tiempo, pero para ello es necesaria una transformación mundial sin precedentes. Una acción que debe ser capaz de alcanzar la neutralidad de las emisiones mundiales antes de 2050, un hecho, que sumado a las responsabilidades históricas de países como España debe situar al conjunto de la Unión Europea en una descarbonización total antes de 2040.
A nivel práctico, podría suponer una reducción de las emisiones del 7 al 10% anual en los países europeos. Un reto que solo se puede lograr estableciendo un calendario de cierre de sectores fósiles que culmine en 2040. En efecto, será necesario dar una respuesta a las familias que verán cómo sus oficios y empleos ligados con los fósiles desaparecerán. Un hecho que no puede convertirse en la excusa perfecta para frenar la ambición climática. A la luz de este informe los responsables políticos deberían tener claro que continuar sin abordar con la contundencia requerida esta transformación, en un futuro cercano, obligará a dar una respuesta simultánea a casi todas las familias del país, lo que a priori, parece condenado al fracaso.
Este cambio económico supone un enorme reto que obliga a reducir nuestras emisiones en al menos un 55% para 2030. Para ello, no son necesarias nuevas tecnologías, o utilizar tecnologías altamente peligrosas como la captura y el almacenamiento de carbono, la geoingeniería o la energía nuclear. De hecho, la combinación de tres factores: reducción de la demanda neta de energía –especialmente la del transporte–, despliegue de energías renovables desde una óptica descentralizada y la mejora de conservación de los ecosistemas, junto a un manejo agroecológico de la tierra deberían conseguir mantenernos por la senda indicada.
La reducción de la demanda energética aparece con fuerza en este informe del IPCC. Aunque no con toda la intensidad requerida, la comunidad científica reconoce abiertamente que el consumo mundial de energía está muy por encima de lo que el planeta es capaz de generar. De hecho, el único escenario compatible con limitar el incremento de la temperatura global por debajo de 1,5 ºC ya establece para 2050 un decrecimiento en la demanda energética del 32% respecto a los niveles de 2010. Un porcentaje que deberá ser el doble en los países enriquecidos para atender a la responsabilidad histórica y dejar recursos disponibles para aquellos que tienen menos.
Esta reducción de la demanda energética es uno de los retos clave y debe basarse en la categorización de una escala de prioridades energéticas que proteja aquellos servicios que son imprescindibles para garantizar una vida digna, desechando otros usos superfluos. Un debate energético que debe tener en cuenta además la adaptación a las nuevas necesidades climáticas. Esta discusión, que ni tan siquiera existe, debe fijar un principio de prioridad de usos de forma que priorice como repartir las 420 GtCO2eq que aún se pueden emitir. Es la única forma de garantizar mecanismos de redistribución de los recursos que eviten las crecientes tasas de desigualdad. Una concentración de los recursos en manos de pocos que se pueden ver agravados de seguir con la huida hacia delante de un sistema económico suicida a través de mecanismos como el lavado verde o las falsas soluciones. Dicho de otro modo, hay que decidir si con esas emisiones restantes queremos seguir construyendo grandes fragatas militares o preferimos utilizarlas para la autoproducción renovable. Esta planificación es clave para determinar con anticipación los retos a abordar, ya que, de no afrontarse, pueden producirse pérdidas irreversibles.
El reto se puede abordar, pero requiere la participación activa de todas las personas. No ha llegado el momento de darnos por vencidas y dejar en manos de otros actores económicos la protección de un futuro. Avanzar en el corto plazo logrando que en 2030 el sistema eléctrico sea 100% renovable es técnicamente posible integrando el necesario decrecimiento de la demanda neta de energía. Además, es posible reducir las emisiones asociadas al transporte en al menos la mitad en 2030, un porcentaje mayor se debería aplicar al tráfico aéreo marítimo e internacional. Actuar sobre este sector requerirá la limitación de muchos desplazamientos ineficientes y especialmente el del vehículo privado en las ciudades.
La agricultura juega además un importante papel: la continua industrialización del campo ha provocado que en estos momentos este sector sea un gran emisor de gases de efecto invernadero, sin embargo, emprender una rápida transformación en los manejos de estos terrenos hacia la agroecología conseguirá evitar la emisión de gases aún más potentes que el CO2 como el metano, y podrá convertir este sector en un sumidero de carbono. La agricultura mundial podría fijar 0,4-1,2 GtC/año mediante técnicas de arado mínimo y agricultura ecológica. En esa recuperación de la fertilidad de los suelos la gestión de los residuos ganaderos y la materia orgánica de los residuos sólidos urbanos cumple un importantísimo papel, donde sistemas de gestión correctos, que respeten el estricto principio de usos en cascada pueden dar una respuesta a la mejora de la capacidad de absorción de carbono, a la vez de aportar biogás que puede ser usado para dar una alternativa a tecnologías altamente dependientes del petróleo.
Junto a la mejora de los ecosistemas atendiendo a su conservación y evitando la especulación sobre el territorio como los biocombustibles, estas medidas pueden poner al alcance limitar el incremento de la temperatura global en 1,5 ºC.
Es indudable que solamente a través de medidas profundamente transformadoras se puede cumplir con las indicaciones del IPCC. Unas medidas que deben de ir acompañadas de un cambio también en las relaciones humanas a todos los niveles, desde una conversación de ascensor que eleva en el estatus social a alguien por haber adquirido el último modelo de todoterreno, hasta la comunidad internacional que al hilo de este informe no puede permanecer impasible ante la falta de ambición de los compromisos bajo el Acuerdo de París. Una comunidad que tampoco puede estar ciega, como ha hecho con Trump, cuando el machista y homófobo candidato a la presidencia de Brasil proponga abrir el Amazonas a cualquier proyecto extractivista.
Porque si algo hace el informe del IPCC es dar nuevamente la razón a todos aquellos que han denunciado la falta de compromisos reales de los gobiernos y han apostado por soluciones ciudadanas como las cooperativas de renovables, de consumo agroecológico o la economía social y solidaria como fuente de auténticas reducciones del impacto de la actividad humana en todo el planeta. Para la región mediterránea, limitar el calentamiento global a 1,5 ºC es el único futuro posible.
Gráfico: El único camino compatible para frenar el cambio climático sin tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Pathway 1 del Informe Especial del IPCC sobre 1,5 ºC.(SR1.5).