La semana pasada, cuando la designación de Brett Kavanaugh –el elegido del presidente Donald Trump para ocupar un cargo en la Corte Suprema de Estados Unidos– parecía estar llegando a una polémica conclusión, ocurrió un extraordinario encuentro que fue transmitido en vivo por televisión. Dos mujeres se enfrentaron a un senador y cambiaron el curso de la historia. El senador republicano de Arizona Jeff Flake acababa de publicar que pensaba votar a favor de Kavanaugh, quien está acusado de varios cargos de agresión sexual. Ana María Archila y Maria Gallagher, que se encontraban en un edificio del Senado participando de una movilización masiva contra la nominación de Kavanaugh, notaron que Flake se dirigía apresuradamente a un ascensor exclusivo para senadores. Cuando entró, trabaron la puerta del ascensor y enfrentaron a Flake. Le explicaron que eran sobrevivientes de agresión sexual. Poco después, Flake emitió su voto a favor en el Comité Judicial del Senado, pero condicionó su apoyo con las siguientes palabras: “Sería apropiado demorar la votación en el pleno del Senado, por no más una semana, para permitir una investigación del FBI”.
La historia de este suceso no puede ser narrada como la historia de un hombre que cambió de opinión en solitario, sino como una prueba del poder de la organización de base y de la voz de las mujeres.
Durante el encuentro en el ascensor, Archila le dijo a Flake: “El lunes pasado me paré frente a su oficina y conté la historia de la agresión sexual que padecí. Lo dije porque reconocí en el relato de la doctora Ford que ella estaba diciendo la verdad. Lo que usted está haciendo es permitir que alguien que realmente violó a una mujer se siente en la Corte Suprema. Esto es intolerable. Senador Flake, ¿cree que Brett Kavanaugh está diciendo la verdad? ¿Cree que es capaz de hacer frente al dolor de este país y repararlo? Ese es el trabajo de la justicia. La justicia funciona reconociendo el daño. Se responsabiliza del mismo y luego comienza a repararlo. Usted le está permitiendo a alguien que no está dispuesto a responsabilizarse por sus propias acciones ni hacer frente al daño que le ha hecho a una mujer –a tres mujeres, en realidad– y a ponerle fin, a repararlo. Está permitiendo que alguien que no está dispuesto a asumir la responsabilidad de sus propias acciones se siente en el tribunal más alto del país”.
María Gallagher, a quien Archila había conocido esa misma mañana, fue la siguiente en hablar: “Fui agredida sexualmente y nadie me creyó. No le conté a nadie más. Usted les está diciendo a todas las mujeres que no importan, que deberían permanecer calladas porque si relatan lo que les sucedió, ustedes las van a ignorar. Eso es lo que me pasó, y eso es lo que les está diciendo a todas las mujeres de Estados Unidos”.
El senador Flake fue educado, pero se quedó en silencio y desvió su mirada. Gallagher continuó: “Míreme cuando le hablo. Me está diciendo que la agresión que sufrí no importa, que lo que me pasó no importa, y que va a permitir que las personas que hacen estas cosas accedan al poder. Eso es lo que me dirá cuando vote por él. No aparte la mirada”.
Ana María Archila, que es codirectora ejecutiva de la organización por la justicia social “Centro para la Democracia Popular”, explicó en una entrevista para Democracy Now! por qué se apresuraron a enfrentar a Flake: “Soy activista, y sé que tenemos que luchar la lucha hasta el último minuto, así es como ejercemos el poder juntos. […] El hecho de que sabíamos que solo teníamos unos minutos, nos hizo usar esos minutos de la mejor manera posible, reclamándole que prestara atención y sintiera el dolor y la rabia que las mujeres y sobrevivientes de agresión sexual de todo el país están sintiendo en este momento”.
Incluso antes de las acusaciones de intento de violación, el movimiento para detener la confirmación de Brett Kavanaugh como nuevo juez de la Corte Suprema de Estados Unidos fue profundo e interseccional. Cientos de mujeres fueron arrestadas mientras protestaban durante su primera audiencia de confirmación, preocupadas de que Kavanaugh pudiera ser el voto decisivo para revocar el histórico fallo judicial Roe contra Wade, la decisión de la Corte Suprema estadounidense que legalizó el aborto.
Luego de que salieran a la luz las acusaciones por conducta sexual indebida contra Kavanaugh, la oposición creció drásticamente. Más de 1.200 alumnas de la escuela secundaria femenina Holton-Arms, a la que concurrió Christine Blasey Ford, firmaron una carta que expresa: “La experiencia de la Dra. Blasey Ford es extremadamente consistente con las historias que escuchamos y vivimos mientras asistíamos a Holton. Muchas de nosotras somos sobrevivientes”. Más de 3.000 mujeres, estudiantes actuales y egresadas de Yale, la universidad a la que asistió Kavanaugh, firmaron una carta en apoyo a Deborah Ramírez. Ramírez fue la segunda mujer en acusar a Kavanaugh de conducta sexual inapropiada; declaró que, durante su primer año en Yale, él le acercó el pene a la cara durante una fiesta del campus donde abundaba el alcohol.
También hubo hombres que decidieron sumarse al reclamo: más de cien ex-alumnos de la escuela secundaria de Kavanaugh, la exclusiva preparatoria Georgetown –a la que asistía cuando presuntamente intentó violar a Christine Blasey Ford– firmaron una petición que insta a cualquier persona con conocimiento de la conducta de Kavanaugh a que lo diga, “incluso si hablar acarreara algún costo personal”. Los jesuitas, la orden católica de sacerdotes que dirige la escuela preparatoria Georgetown, pidieron en un artículo de su revista America que se retirara la nominación de Kavanaugh para la Corte Suprema.
El divisorio nombramiento de Bret Kavanaugh para integrar la Corte Suprema ha sacudido completamente al país, con las elecciones de mitad de mandato a pocas semanas de distancia. Como expresó Ana Maria Archila en Democracy Now!: “Todos compartimos esta idea de que la democracia no es un deporte del que somos meros espectadores; le insuflamos vida cada vez que actuamos. Nos pertenece”.