«Los humanistas son internacionalistas, aspiran a una nación humana universal.» Silo pronunció estas palabras en 2008 en Punta de Vacas.
También entiendo que el neocolonialismo y la globalización, que prevalecen hoy en día, no son sinónimos de internacionalismo.
Sin embargo, me parece que la conclusión del proceso político de regionalización de Europa puede representar un paso importante hacia nuestro diseño utópico actual.
Detener la globalización, o más bien invertirla en el proceso –como parecen prometer los defensores de los antiguos nacionalismos– me parece, por otra parte, aún más utópico. Como salir del euro. Y no creo que pueda garantizar una mejor calidad de vida.
Y, sin embargo, hoy en día el término nacionalismo ha vuelto a estar de moda, incluso en la izquierda, incluso en el sentido de soberanía equivalente, pero más aparentemente correcto desde el punto de vista político.
Un término que, por otro lado, es claramente sinónimo de peligrosas «nuevas glorificaciones de la propia cultura y nuevas demonizaciones de la cultura ajena».
Entre la propuesta que nos da la esclavitud de las oligarquías financieras globales (ver gobernanza del euro) y la que nos quiere dar la esclavitud de un mundo uniforme, la nacionalista (soberana), estoy seguro de que hay una tercera vía.
Pensé que lo había dejado claro en mi reflexión anterior: «Más Europa o más nacionalismo» cuando defendía la necesidad, en mi opinión, de «crear una Europa de los pueblos y no sólo un espacio de libre comercio de mercancías y de circulación de trabajadores».
Sin demagogia: el euro y las instituciones europeas, ¿qué reformar?
De manera aún más explícita, yo diría que el proceso constituyente de la Nación Europa debería completarse. En otras palabras, hay que construir un Estado, Europa, al que los países miembros ceden su soberanía, sin perjuicio, por supuesto, del derecho a descentralizar determinadas tareas a los Estados regionales (protección de las minorías, educación, formación, cultura, investigación, protección civil, infraestructuras de transporte, etc.).
Todo esto, por supuesto, sólo puede pasar por la superación del actual Tratado de Lisboa y la adopción de una Constitución Europea que reforme las instituciones, en particular aboliendo el Consejo Europeo y el Consejo de la Unión Europea, y que se inspire en valores de tipo socialdemócrata (Estado-Provincia) y no en los del Mercado como el actual Tratado de Lisboa que favorece la «competencia interna«, la «expansión del consumo» (art. 32) o la «libre circulación de los trabajadores» (art. 48) en lugar de los hombres como tales.
Sobre todo, debería ir más allá de la actual gestión de la moneda única, del euro, que hoy en día no está sujeta a control político y que, por lo tanto, es popular sobre la base de los artículos 123, 282.3 y 284.3 del Tratado de Lisboa.
Entiendo que el Tratado tiene una duración ilimitada y un procedimiento de revisión complejo y largo (artículo 48), pero está claro para todos –aparte de las declaraciones más demagógicas y populistas de partidos políticos claramente identificados– que las negociaciones para la retirada de la Unión (artículo 50) no son menos complejas, largas y dolorosas.
Sin embargo, soy optimista. Estoy seguro de que todos los miembros de la Unión Europea están de acuerdo en que ha llegado el momento de «una nueva etapa en el proceso de creación de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa».