Por Débora Nunes. Traducción de Pressenza
Millones de brasileros –y sobre todo brasileras–, nos llenamos de alegría y emoción con las manifestaciones del 29 de setiembre pasado. El sentimiento de estar juntos y ser fuertes contra el oscurantismo propició esa emoción placentera, esa euforia emancipada que la libertad nos da. Las imágenes inolvidables de la mayor manifestación feminista de la historia del mundo hablan por sí solas: millones de personas desfilando en paz, cada una portando en sí misma los trazos de sus elecciones. Poetas y músicos cantando sus rimas por la libertad; gente negra ostentando su colores, sus cabellos rizados, sus homenajes a los ancestros; gente gay con su bandera multicolor riendo y bailando por la euforia de ser quienes son y amarse siendo así; gente de todo tipo abrazándose al encontrar a un compañero o compañera de lucha en este Brasil que exigió tanto de dos generaciones, para restablecer a democracia y salir de la semi esclavitud. Lindo de ver para nosotros que estamos en ese desafío cotidiano de ser nosotros mismos, de pagar el precio de vivir como creemos que es correcto, de buscar profundamente la igualdad y la emancipación. Sobre todo nosotras, mujeres.
Pero ¿cómo nos vieron los que aún no declararon su autonomía, ni sintieron el sabor de la libertad de ser quién son? Nos miraron con miedo. Vieron el peligro de que los valores tradicionales “de la familia” pudieran ser sacudidos inclusive en sus casas. Vieron nuestras sonrisas, besos y abrazos como “libertinaje” confrontando sus propios deseos escondidos de ser espontáneos. Vieron aquella masa de mujeres tirando por tierra es establishment, el “modo normal de ser”, como algo desestructurador de sus vidas. Esa vida que buscan mantener intocable aun cuando duela, con miedo a la incertidumbre de lo nuevo, con miedo a la libertad.
La libertad causa miedo porque significa también responsabilidad, significa tener que estar a la altura de lo que vendrá, sin poder controlarlo. Salir corriendo en búsqueda de un “padre severo” que libere a los que tienen miedo de la incertidumbre, hizo subir las intenciones de voto al candidato de la derecha. Los argumentos que envuelven el comunismo, Venezuela, Cuba, los “ladrones del PT” son sólo una disculpa, la mayor parte de las veces. Racionalmente, muy poca cosa podría hacer que la gente tuviera miedo de un gobierno del PT, cuyas elecciones de alianza con las elites fue opuesta a la de Chavez –de enfrentamiento total.
Cuando un niño tiene miedo de un monstruo imaginario atrás de la puerta, el abrazo de la madre o el padre es mucho más efectivo que decirle “no hay ningún monstruo, hijo”. No sirve argumentar racionalmente con quienes resolvieron votar a la extrema derecha. Es mucho más una necesidad de sentirse protegidos y amados, sin pagar el precio de la responsabilidad por los propios actos. No dejar que esa ola de miedo nos alcance y repartir amor y consideración, es nuestra mayor defensa ahora. Reforzar el “campo mórfico” de la compasión frente al miedo de los otros, sentir empatía por esas debilidades tan humanas de quien tiene miedo, es más poderoso que vociferar contra lo que nos amenaza. Vamos a conversar tranquilamente con quien está confundido, vamos a confiar en las victorias que ya tuvimos hasta aquí y a mantener la paz de espíritu para vencer. Lo que venga nos encontrará fuertes y dispuestos a defender la libertad, la igualdad y la fraternidad, valores universales destinados a ganar, como nos muestra la Historia.