Por Edgardo Ayala
– En el hogar de Lilian Gómez, enclavado en las montañas del este de El Salvador, la oscuridad de la noche apenas se aliviaba con las tenues y temblorosas llamas de un par de velas, al igual que sucedía entre sus vecinos. Hasta hace seis años.
La luz se hizo cuando todos se propusieron levantar juntos su propio proyecto hidroeléctrico, no solo para iluminar la noche, sino para ir dando pequeños pasos hacia emprendimientos que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la comunidad.
Ahora ella, valiéndose de un refrigerador, elabora “charamuscas”, helados a base de refrescos naturales, que vende para generar algunos ingresos.
“Con el dinero de las charamuscas pago la luz y compro comida y otras cosas”, contó a IPS esta mujer de 64 años, al frente de una de las 40 familias beneficiarias del proyecto Minicentral Hidroeléctrica El Calambre.
Esa es una iniciativa comunitaria que provee de energía a Joya de Talchiga, uno de los 29 caseríos del municipio rural de Perquín, de unos 4.000 habitantes, en el oriental departamento de Morazán, fronterizo al norte con Honduras.
Esta región fue durante la guerra civil (1980-1992) escenario de fieras batallas entre el ejército gubernamental y la entonces guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, ahora partido político y en el poder desde 2009, tras ganar dos elecciones presidenciales consecutivas.
Ya sin guerra, los pueblos más grandes del área lograron despuntar con el ecoturismo y el turismo histórico, en el que el visitante conoce de batallas y de masacres en la zona. Pero los caseríos más apartados carecen de servicios básicos para hacer lo mismo.
La Minicentral Hidroeléctrica El Calambre toma el nombre del río de aguas frías y color turquesa que nace en Honduras y serpentea entre las montañas hasta cruzar el área donde se asienta La Joya, como le llaman, dedicada a la agricultura de subsistencia, sobre todo maíz y frijol.
Un pequeño dique embalsa el agua en un segmento del río, y parte del caudal es dirigido por medio de tuberías subterráneas hacia una caseta, la casa de máquinas, 900 metros abajo, en cuyo interior una turbina hace rugir un generador de 58 kilovatios.
La Joya es un ejemplo de cómo sus habitantes, en su mayoría campesinos pobres, no se quedaron de brazos cruzados esperando que la empresa que distribuye la electricidad en la zona les conecte un servicio tan vital.
La distribución de la energía en este país centroamericano, de 6,5 millones de habitantes, está a cargo de varias compañías privadas, desde que ese sector se privatizó a finales de los 90.
Durante las jornadas que IPS pasó en La Joya, los vecinos contaron que son propietarios de los terrenos donde habitan, pero carecen de toda la documentación formal, y sin ella la empresa que opera en la región no brinda la electrificación. Solo dio acceso a un par de familias que sí tienen todo en regla.
En esta nación centroamericana, los hogares con electricidad representan 92 por ciento del total en las áreas urbanas, cifra que baja a 77 por ciento en las rurales, según datos oficiales publicados en mayo.
Sin muchas esperanzas de que la empresa trajera la energía, los residentes de La Joya se propusieron obtenerla por sus propios medios y recursos, con el apoyo técnico y financiero de organizaciones nacionales e internacionales.
Una de esas fue la asociación Saneamiento Básico, Educación Sanitaria y Energías Alternativas (SABES El Salvador), que jugó un papel primordial al llevar a La Joya la iniciativa, inicialmente recibida con reservas.
“La gente aún dudaba cuando nos vinieron a hablar del proyecto en 2005, y hasta yo dudaba, nos costaba creer que podría darse. Sabíamos cómo funciona una presa, del agua que mueve una turbina, pero no sabíamos que podía hacerse en un río pequeño”, explicó a IPS el campesino Juan Benítez, presidente de Nuevos Horizontes, la organización comunal de La Joya para impulsar iniciativas de desarrollo.
La pequeña planta hidroeléctrica, en funcionamiento desde el 2012, fue edificada con el trabajo voluntario de hombres y mujeres de la comunidad, a cambio de ser beneficiarios del servicio. Para el trabajo especializado, como el eléctrico o albañilería compleja, fueron contratados trabajadores en esas ramas.
El costo total de la minipresa sobrepasó los 192.000 dólares, de los cuales unos 34.000 los aportó la comunidad con las muchas horas de trabajo que pusieron los vecinos, al asignarles un valor monetario.
El cobro del servicio se basa en el número de bombillos que posea cada familia, y cada uno cuesta 0,5 dólares. Así, si una familia tiene cuatro, cancela dos dólares mensuales, un monto más bajo del que se cobra comercialmente.
Los residentes locales aún recuerdan cómo era de difícil la vida cuando no atisbaban la posibilidad de que aquí llegase la electricidad.
“Cuando era niña, era tremendo sin luz, nos tocaba comprar velas o gas (kerosene) para encender un candil”, narró a IPS una de las beneficiarias, Leonila González, de 45 años, mientras descansaba en una silla, en el corredor de su casa, localizada en medio de un pinar y a 30 metros del río.
La mayoría de los pobladores, recordó, solía usar “ocotes”, como se llaman localmente los trocitos de madera de pino, cuya resina es inflamable.
“Poníamos en un tiesto unas dos astillitas, y así nos manteníamos, con una luz bien pobre, pero así nos tocaba”, dijo.
Mientras, Carolina Martínez, la maestra que atiende el parvulario en la escuela del caserío, señaló que en esos tiempos los niños llevaban sus tareas manchadas con el hollín de carbón del ocote.
Ella y sus familiares solían comprar baterías de automóviles para hacer funcionar algún aparato, lo cual implicaba costos importantes para ellos, que incluían el pago de los aparatos y de la persona que los traía desde localidades cercanas.
Otros que necesitaban trabajar con aparatos más potentes, como sierras para la carpintería, tuvieron que adquirir plantas generadoras a base de gasolina, contó. Y quienes contaban con un teléfono celular debían mandar a recargarlo a Rancho Quemado, una aldea cercana.
“Ahora vemos todo diferente, las calles están iluminadas en la noche, ya no es escuro”, dijo Martínez.
En el caserío hay personas dedicadas a la carpintería o a la soldadura, y ahora la labor se les hace más fácil con el tomacorriente (enchufe) al alcance de la mano.
Para María Isabel Benítez, de 55 años y dedicada a las tareas del hogar, una de las ventajas de tener electricidad es que puede ver las noticias y enterarse de lo que pasa en el país.
“Me gusta el programa de noticias de las 6:00 AM, ahí veo todo”, narró, mientras sostenía en sus brazos a su pequeña nieta Daniela.
En tato, Elena Gómez, una joven estudiante de sicología, de 29 años, señaló que ahora puede realizar sus tareas en la computadora, en casa. “Ya no tengo que ir hasta el cibercafé más cercano”, recalcó.
El proyecto fue considerado desde el comienzo como binacional, pues el excedente de energía generado en La Joya se distribuye al caserío Cueva del Monte, a cuatro kilómetros de distancia, ya en territorio hondureño.
Para lograrlo se instalaron líneas adicionales y de ese modo su planta puede beneficiar a otras 45 familias, de las que 32 ya están conectadas al servicio.
“Los hondureños nos engañaron, nos dijeron que nos iban a poner el proyecto de energía, pero no lo hicieron, solo nos quedamos con los planos hechos”, sostuvo a IPS el líder comunitario del caserío hondureño, Mauricio Gracia.
Los habitantes de Cueva del Monte son salvadoreños que en septiembre de 1992 quedaron de la noche a la mañana en territorio hondureño, tras un fallo de la Corte Internacional de Justicia de entonces, que resolvió una vieja disputa fronteriza binacional, que incluía esa zona del norte de Morazán.
Benítez, el presidente de la asociación de La Joya, dijo que a veces el generador falla, sobre todo cuando hay tormentas eléctricas, por lo cual la organización se ha propuesto buscar más apoyos para adquirir un segundo generador, que funcione cuando el primero se apague.
También, como comunidad tienen la esperanza de ir, poco a poco, creando algunas iniciativas de desarrollo, con la electricidad que ya poseen, a fin de mejorar la economía del lugar.
Por ejemplo, han manejado la posibilidad de impulsar el turismo rural, aprovechando la belleza natural de la zona, con el bosque de pinos y las pozas y cascadas del río Calambre.
El plan es establecer cabañas de montaña, que cuenten con electricidad. Pero la idea no termina de cuajar porque no se ha logrado poner de acuerdo a los propietarios de los terrenos, que deben dar el aval, dijo Benítez.
Mientras tanto, Lilian Gómez está contenta de que sus charamuscas tengan gran demanda entre sus vecinos, algo que no podría haber logrado si la luz no se hubiera hecho en La Joya.
Edición: Estrella Gutiérrez