Me pregunto qué pensaría mi abuelo. Nacido agricultor, transformado en trabajador por la necesidad de la historia. Me contaba de la fatiga de tumbarse y raspar los tubos impregnados de pasta. Recostarse en los tubos, raspar con una espátula los trozos de pasta seca que ya se habían solidificado. No le quedaba mucho tiempo, pero tenía que terminar el trabajo de todos modos y hacerlo bien. Al día siguiente todo el proceso comenzaba de nuevo, esa masa de pulpa sin forma sería devuelta a donde estaba. Una especie de puente sobre el río Kwai. Una Penélope del Valle del Po. Trabajo, trabajo, trabajo, trabajo sabiendo que lo que hiciste será destruido y tendrás que hacerlo de nuevo. Quién sabe lo que pensaría mi abuelo al ver el nombre de la empresa a la que dedicó su vida y sacrificó su salud involucrada en esta sombría historia. Una historia denunciada y difundida por todo el mundo, una historia que ha permitido que los acontecimientos lleguen al punto en el que nos encontramos hoy: en las escaleras de la catedral, como en aquella vieja foto, para gritar por nuestra libertad de existir.
La denuncia es muy grave: 156 empresas adquieren ilegalmente los datos personales de millones de votantes para formar, a través de un sofisticado sistema de robots electrónicos, una enorme red de difusión de información falsa contra el candidato Haddad, representante del Frente Democrático. Una empresa capaz de llegar a los teléfonos móviles de todos y a las páginas de Facebook de cada uno de nosotros. Esto explicaría la discrepancia entre las encuestas y la realidad del resultado de la primera vuelta en las elecciones. Los efectos nefastos de las noticias falsas divulgadas ilegalmente continúan hasta el día de hoy y será imposible revertirlas.
Goebbels enseñó que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Haddad tiene un Ferrari, un reloj de oro, Haddad, si es elegido, legalizará la pedofilia y el incesto, Haddad se llevará a los niños de sus familias para convertirlos en propiedad del Estado, y así sucesivamente. Un tsunami de noticias falsas en las que muchos han creído ciegamente, ayudado en todo esto, además de su ingenua ignorancia, por el compromiso masivo de las iglesias evangélico-pentecostales de destruir la figura del candidato contrario a sus intereses.
156 empresas involucradas en el uso ilegal de fondos y la difusión de información falsa caracterizan un «delito electoral» específico cuya sanción es la prohibición de competir. La Policía Federal está empezando a investigar. El Tribunal Supremo concede al acusado cinco días para dar una explicación convincente. El mismo tribunal decidirá entonces qué hacer. Cinco días de regalo para el acusado. Cinco días para hacer desaparecer todas las pruebas y preparar una coartada de hierro. La votación final será dentro de una semana y le habrá dado cinco días para defenderse. Hoy estamos en la plaza, en todo Brasil. Una mano de color arco iris se levanta: si hieres mi existencia, yo seré la resistencia. ¿Cuántos somos? Muchos. Recibimos solidaridad de París, Londres, Ámsterdam, Barcelona, Milán. ¿Cuántos somos? Muy pocos. Por primera vez nos damos cuenta de que esta puede ser la última manifestación libre en la que participemos. El acto final es en las escaleras de la catedral. Estoy pensando en esa vieja fotografía que siempre tengo delante de mí.
Entre las 156 grandes empresas involucradas en la denuncia que dio la vuelta al mundo, hay algunas de ellas que son conocidas internacionalmente, como aquella a la que mi abuelo dedicó su vida y su salud, armado con una espátula sobre su espalda para pelar un tubo impregnado de una masa deforme. Una masa deforme transformada en este hermoso y delicioso plato de espaguetis que tengo delante de mí. Desde una agradable ciudad italiana, una colosal empresa llega a Brasil, logra imponer su producto y dominar el mercado. Pero eso no es suficiente, junto con otras 155 empresas se comunican a través de las agencias especializadas en marketing de WhatsApp, que poseen listas con millones de direcciones y números de teléfono; programas sofisticados que son utilizados para enviar millones de mensajes en segundos; cada mensaje cuesta 30 centavos (una sola agencia ha recibido más de doce millones); los programas simulan números de teléfono de otros países para obstaculizar cualquier investigación; las mentiras de las noticias falsas contra Haddad se envían a más de la mitad de todo el electorado, ochenta millones de personas en todo Brasil. Y mi abuelo se pasó la vida raspando los tubos. Y estamos en las escaleras de la catedral, como en la foto de hace muchos años.
Es la ley. El último acto del gobierno ilegítimo de Temer. El último acto para preparar el terreno a los tiempos venideros. Traduzco del Diario Oficial: «Se ha creado un grupo de trabajo de coordinación entre el servicio secreto civil y militar para lidiar con las organizaciones criminales, con el poder de analizar y compartir datos, recolectar información con el fin de crear políticas y acciones de gobierno contra aquellos que se enfrenten al Estado y sus instituciones». Durante mucho tiempo, las acciones de los movimientos sociales han estado asociadas a la seguridad del Estado. Bolsonaro, el gran ganador de la primera vuelta de las elecciones, siempre ha definido como «terrorista» a cualquier organización o movimiento que se ocupe de la reforma agraria. Bolsonaro siempre ha definido como «terrorista» a cualquier organización o movimiento que se ocupe de la política urbana y de la redistribución justa del espacio vital, de la ocupación de tierras abandonadas e improductivas y de edificios en ruinas para crear viviendas sociales. Bolsonaro ha prometido aplastar todas las formas de activismo. Ahora también está escrito en el Diario Oficial. El último decreto de Temer: crear un enemigo inexistente para implantar un sistema represivo capaz de llegar a todas partes. Bolsonaro lo ha prometido: licencia para matar a cualquiera que invada la propiedad privada de otros por cualquier razón.
En los escalones de la catedral estamos todos, hemos caminado kilómetros. Ahora está oscuro. En la vieja foto de hace muchos años, en cambio, todavía es de día: los soldados, los perros, la iglesia, nosotros. Estos fueron los últimos años de la dictadura militar, contra la feroz represión se protestaba por pan, para comer, para sobrevivir. Cuando llegaron los soldados, todos subimos los escalones del Santuario inviolable. Soldados, perros, nosotros, estábamos nosotros, en la plaza, por el pan. Terminó mal.
Han pasado 40 años. Hoy estamos de vuelta en la plaza. Esta vez para asegurar nuestra supervivencia, para decirnos el uno al otro que existimos. Cada discurso termina con «No tengas miedo», «No debemos, no podemos tener miedo», «No tenemos miedo». Manos, colores, mucha gente joven, música, banderas. El movimiento transversal organizado por mujeres ha llenado la ciudad, su voz ha viajado por todo el mundo. La esperanza es que el pasado no se repita nunca más.
Pienso en la mano del arco iris cerrada en un puño: si hieres mi existencia, yo seré la resistencia. En el cansancio de mis piernas siento mis cincuenta y cinco años vividos y pienso en mi abuelo a mi edad, tendido dentro de un tubo.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez