Perdí una biblioteca. Fue durante la dictadura. Las fuerzas de ocupación hacían razzias por cuadrículas y en mi casa materna había un arsenal de libros.
De los que me acuerdo, los cincuenta y dos tomos de las Obras Completas de Lenin, publicadas por Editorial Progreso de la entonces Unión Soviética; el Manual de marxismo-leninismo, del finlandés Otto Kuusinen; Deshielo, la novela posestalinista de Ilya Ehrenburg; un libro del francés Auguste Cornu (que a mí me sonaba a cornudo); los veinte tomos de Juan Cristóbal, de Romain Rolland; algún libro del todavía marxista Roger Garaudy, quien luego viró de manera lamentable hacia la más rancia derecha (una especie de Vargas Llosa europeo); algo de Evgueni Evtushenko, Vladimir Maiacovski y Bandera sobre las torres, de Antón Makarenko; El Don apacible, de Mijaíl Shólojov; muchos libros sobre Fidel, Cuba, China y Vietnam, mucho material del Partido, su Historia en edición rústica, entre varias obras casi imposibles de digerir hoy.
Se nos hizo difícil sostener esa literatura a la vista. Era una incitación al buchoneo. Por esa casa circulaba mucha gente por cuestiones comerciales.
Un amigo de mi viejo, Alberto Stordeur, eminente médico radiólogo, el introductor de la primera bomba de cobalto en la provincia, un exquisito ser humano reconocido en el mundo por su tarea científica, perseguido por la corporación médica local y a quien Mendoza le debe un reconocimiento, se ofreció a resguardar el tesoro en una de sus tres fincas en el este mendocino. O repartido entre todas.
No recuerdo si fueron dos o tres cajones, supongo que bien acondicionados, los que alguien enterró en medio de alguno de esos campos. Y a esperar a que termine el horror.
Poco, muy poco después Alberto se autodiagnosticó un cáncer de garganta. En realidad, el retorno de esa enfermedad luego de varios años. Y, conocedor como ninguno, de lo irreversible se suicidó.
En síntesis, nunca supe el destino de mis libros. Nadie en su familia tenía noción alguna del secreto. Bien guardado, claro, por nuestro amigo.
Hoy necesitaría una buena retroexcavadora adecuada, pero la tiene un juez en el sur buscando evidencias absurdas y jugando al far west para la tribuna.