Por Patricio Zamorano
Fueron cuatro golpes uno tras otro. Primero, el ex jefe de campaña de Donald Trump, Paul Manafort, fue condenado el 21 de agosto por ocho cargos criminales, que incluyen falsificación de documentos tributarios, fraude bancario y ocultamiento de ingresos, entre otros. El mismo día, el abogado de Trump, protector de cuestiones privadísimas y personales, Michael Cohen, portador de los secretos más confidenciales del presidente de EEUU, confesó varios crímenes, involucrando directamente al mandatario en la operación de pagos a dos mujeres, una actriz porno y una ex modelo de Playboy, para evitar un escándalo sexual en medio de la campaña presidencial de 2016.
Ahora esta semana, Bob Woodward, el mítico periodista premiado a nivel mundial, cuya investigación periodística derrumbó a Richard Nixon, anuncia la publicación de “Fear: Trump in the White House” donde recopila una detalladísima descripción de cómo funciona una Casa Blanca donde los asesores más cercanos a Trump no se guardan palabras para describir a su jefe como un “idiota”, “mentiroso” y “loco”. Se revela también que altos funcionarios han sacado documentos desde el escritorio de Trump para que no los firme, entre ellos uno que terminaba un acuerdo comercial con Corea del Sur, uno de los principales aliados de los intereses de EEUU contra Corea del Norte, y en toda la región asiática.
Mientras Trump y sus consejeros más cercanos estaban en pánico y en plena crisis comunicacional atacando como pudieran el relato de Woodward, el New York Times puso, si es posible, una espina aún más profunda y letal este 5 de septiembre: una columna de opinión, anónima, de un alto oficial de la Casa Blanca. En ella revela que existe un grupo de resistencia dentro del círculo de poder que rodea a Trump, unidad de funcionarios que considera al empresario incapaz mental y moralmente para administrar la presidencia de EEUU, y que hacen lo posible por frenar las locuras del mandatario. Es una columna demoledora de cómo funciona una Casa Blanca que está plagada de filtraciones, traiciones, verdades a medias y una gerencia política caprichosa y caótica.
Por supuesto, Donald Trump tiene un grado importante de blindaje comunicacional. Mal que mal, con un mínimo porcentaje de los escándalos del presidente de EEUU de estos dos años, cualquier mandatario del planeta ya habría sucumbido bajo su propio peso.
Pero esta vez es distinto. Tras las revelaciones de Cohen hace un par de semanas, ya en el plano netamente legal, ha habido un cambio profundo de folio. Se respira en el ambiente acá en Washington DC. Para entender el fenómeno, se debe comprender a la cultura estadounidense. Tras todos los dimes y diretes con sabor a farándula en los que navega Trump con soltura, la confesión de Cohen hizo que el nombre de Trump ingresara inmediatamente al sistema de tribunales de EEUU. Y dentro de este poder, receloso de su independencia, la denuncia de Cohen está ya incrustada en un proceso que será muy difícil detener. Es decir, el mundo Trump dentro de la presidencia se ha judicializado por primera vez. Y eso es un llamado de alerta preocupante para su futuro político.
Al mismo tiempo, en un hecho que pasó casi desapercibido tras el escándalo mayúsculo de Cohen, el gerente de finanzas de la Organización Trump, Allen Weisselberg, recibió sorpresivamente inmunidad de los fiscales de justicia. No se hicieron públicas las razones, pero liberar a un involucrado en posibles crímenes de la posibilidad de cárcel, dice mucho sobre lo que las cortes están averiguando sobre Trump. También recibió inmunidad el presidente del tabloide National Enquirer, David Pecker, quien según las informaciones de prensa tiene mucho material comprometedor contra Trump, recopilado por años, y obtenido bajo una técnica familiar para el actual presidente: comprar los derechos de historias comprometedoras, y luego sepultarlas en el secreto. El editor ahora goza de inmunidad, y eso parece anticipar un futuro de más sorpresas para el dueño de casa en la White House.
Entonces, ¿se está potenciado el escenario de impeachment, o acusación constitucional para expulsar a Trump de la presidencia? Ya con la confesión de Cohen, sin ni siquiera estar lista la investigación sobre la colusión Trump-Rusia, ya hay material de sobra para ese proceso de revocación. Lo único que falta para expulsar a Trump es simplemente votos. La mitad de la Cámara de Representantes y dos tercios del Senado. Más allá de los votos, desde los pasillos de poder en Washington DC uno se pregunta qué tanto es capaz de soportar la institucionalidad de EEUU la presión política y moral que emana desde la Casa Blanca.
Pero ha sido el propio Trump el que se está convirtiendo, curiosamente, en el principal promotor del impeachment. En una muestra de su ingenuidad política, y al mejor estilo Trump, lejos de defender su inocencia de forma férrea e inequívoca, el propio mandatario se ha dedicado, al contrario, a explicar las consecuencias de expulsarlo de la presidencia. Primero, advirtió que de ser revocado su mandato, “los mercados caerán y la gente se hará más pobre”. Luego dijo a sus seguidores en una manifestación pública que si es expulsado debido a un impeachment, “será culpa de ustedes”. Una curiosidad enorme: Trump simplemente sabe que la acusación constitucional está golpeando su puerta. Simplemente lo asume como una verdad ineludible de su vida presidencial.
El Partido Republicano, por su parte, ha permanecido casi en completo silencio. Frente a lo apabullante de las pruebas cedidas por Cohen, y las otras que se avecinan y que se han anunciado, el panorama legal de Trump se pone de una densidad difícil de tragar. Hablar en público para los republicanos implica dos opciones suicidas políticamente, frente a las elecciones legislativas de noviembre: o defienden a Trump, contradiciendo las pruebas legales que han surgido formalmente en su contra, o lo atacan, salvando por lo menos la reputación moral. En ambos casos el costo electoral será significativo.
Ante lo imposible de uno u otro escenario, han optado por el silencio. O por atacar a los mensajeros, al prestigioso periodista Bob Woodward, o al columnista anónimo de la Casa Blanca, contra quien han lanzado una cacería pocas veces vista en este país. Pero sobre la verdad dolorosa de tener a uno de los suyos, Donald Trump, cavando su propia tumba política al tope del poder total de EEUU, el Partido Republicano parece impotente de reaccionar. En ese sentido, no hay duda que el Partido Republicano ha perdido a su propia colectividad a manos del mundo Trump. Mientras el mandatario sigue aumentando su nivel de desaprobación a nivel nacional (que según la encuesta ABC News/Washington Post ya va en el 60%, con solo 38% de aprobación), la militancia republicana sigue regalándole un 80% de apoyo, pese a todos los escándalos, pese a las pruebas incontrarrestables sobre la incompetencia que rodea a su administración presidencial.
La resistencia anti-Trump ha surgido en cambio dentro de su propio equipo de colaboradores más cercanos en la Casa Blanca. Al igual que los tumores malignos, es una “célula” que podría empezar a crecer de forma descontrolada en cualquier momento…