Entrevista de Luisa Morgantini luisamorgantini@gmail.com con Shireen Essawy, 39 años, abogada palestina, ex prisionera política en las prisiones israelíes.
Sheerin Essawy tiene 39 años, es palestina de Jerusalén Este y es abogada. Ella eligió este camino desde niña después de que soldados israelíes entraron a su casa con perros, a las 4 de la mañana para arrestar a su hermano Medad, de 12 años de edad, acusado de tirar piedras y tenerlo encarcelado durante 6 meses.
La historia familiar es impresionante, pero no es única en Palestina. Un tío fedayín, asesinado en el Líbano. La madre, Leila, el día de su boda fue arrestada y acusada de ayudar a los combatientes palestinos heridos durante los enfrentamientos con los israelíes; eran los años 70. En la familia son 6 hermanos y 2 hermanas. Rafat y Medad en la primera Intifada han entrado y salido de la cárcel varias veces con sentencias de un año y de un año y medio. Fadi fue asesinado por una bala dum dum durante una manifestación en Jerusalén, después de la masacre cometida por Baruj Goldstein en Hebrón; tenía 16 años y ya había estado en prisión.
Medad y Firas estaban en prisión cuando lo mataron. «Cuando desaparecieron, pensamos que los habían matado, y durante tres meses no supimos nada de ellos”. A Firas le dieron tres años; a Medad, seis años. Medad, que ahora tiene 44 años, pasó 23 años de su vida en prisión, fuera y dentro. En 2011 salió de la cárcel; después de dos meses en casa, se casó y tiene una niña. El cargo contra Sheerin y Medad era ayudar a los prisioneros en Gaza y tener contacto con sus familias. Él fue sentenciado a ocho años y Shireen a cuatro.
Samer, que estuvo en huelga de hambre durante más de 180 días durante su detención, fue detenido una semana después de Marwan Barghouthi, en abril de 2002, durante la segunda Intifada, acusado de formar parte de una célula militar y condenado a 30 años de prisión. Liberado de la cárcel por el intercambio de prisioneros palestinos con el soldado Gilad Shalit, fue arrestado de nuevo y sigue en prisión. La única que no ha estado en la cárcel es Rasha, la hermana, que hoy, a sus 32 años, es enfermera y tiene 4 hijos: «era necesario que alguien de la familia estuviera libre para ayudar a mamá y papá». En 2010, excepto Rasha, estaban todos en la cárcel: Firas, Medad, Samer, Sheerin, Rafat. Hoy Firas vive escondido porque la casa construida por la familia en sus aldeas, en las afueras de Jerusalén, es de su propiedad y los israelíes lo están buscando porque quieren hacerle pagar miles de shekels de impuestos y han dado la orden de demoler la casa.
Hoy Sheerin, libre, como abogada quiere dedicarse a la causa de los prisioneros palestinos.
¿Cómo te convertiste en activista de la libertad contra la ocupación militar israelí?
La historia de mi familia está impregnada de luchas de resistencia, desde los militares hasta las fuerzas del orden internacionales. Mi abuelo me hizo leer en voz alta la revista política
al Bayader al Ziasi desde muy joven, pero no fueron los libros los que me hicieron tomar conciencia de la ocupación militar, sino mi propia experiencia de vida. Mi abuelo estuvo con la revuelta árabe, fue arrestado durante el mandato británico y sentenciado a muerte, pero logró escapar de la prisión de Akko. Mi padre fue uno de los fundadores de la OLP, supo trabajar en secreto y nunca fue detenido, mi madre fue detenida el día de su boda, era enfermera y fue acusada de haber tratado a los fedayines heridos en los enfrentamientos con el ejército israelí.
Nunca tuve los sueños de una niña, nunca pensé que mi vida debía ser el matrimonio. Salía a la calle con los niños, tiraba piedras como todo el mundo y mi sueño era acabar con la ocupación militar, mi mente siempre ha estado llena de estos pensamientos, como ser libre junto con el pueblo palestino. Me aceptaron por lo que era y por lo que quería ser. Una vez también me enamoré y me comprometí – lo conocí en la cárcel, yo era su abogada, luego fue liberado con la obligación de no hacer actividad política. Así que nuestras vidas se separaron.
A veces pienso en tener hijos o un marido, no por un verdadero deseo, sino que pienso que de este modo mi madre no estará sola para cuidarme cuando me encuentre en la cárcel; ella es vieja, está enferma y ha pasado la mayor parte de su vida tratando de conseguir permiso para visitar a los niños en la cárcel. Pero quién sabe, tal vez no sea sólo por esto, tal vez podría enamorarme.
Por supuesto que tu familia paga muy caro la lucha por la libertad. Por tu hermano Samer, durante su larga huelga de hambre, también hemos hecho huelga de relevos aquí en Italia.
Somos 6 hermanos y dos hermanas. En 2010, excepto mi hermana Rasha, todos estuvimos en prisión. Medad tiene 44 años, 23 de los cuales pasó en prisión y todavía tiene que cumplir 8 años; Samer fue condenado a 30 años, hizo una de las huelgas de hambre más largas, fue liberado a cambio del soldado Gilad Shalit, pero luego fue detenido nuevamente; Firas es buscado y está escondido; Fadi fue asesinado en 1994, en Jerusalén, por un proyectil dum-dum durante una protesta contra la masacre cometida por un colono en la mezquita de Hebrón; Rafat ha estado en prisión durante muchos años. A diferencia de mis hermanos, a los que se llevaron en mitad de la noche, a mí siempre me han arrestado en la calle, ponían sus check point voladores para esperarme. La última vez fue en 2014. Me mantuvieron en prisión durante cuatro años, condenada por el cargo de enviar cartas de prisioneros palestinos en Gaza -de los que yo era la abogada defensora- a sus familias, a quienes se les prohibió y se les prohíbe visitar a los prisioneros. Unos meses después de haber cumplido mi condena, recibí una orden de no ejercer la abogacía durante cuatro años. Ahora la situación ha empeorado y las autoridades israelíes han pedido que se cancele mi licencia. Se decidirá en septiembre. Pero hay muchas familias palestinas que tienen historias como la nuestra e incluso peores. Basta pensar que hay más de seis mil personas en prisión, muchas de ellas en detención administrativa y muchos son menores, tanto niños como niñas, y que más de 800.000 han estado en prisiones israelíes desde 1967.
Son conocidas las condiciones de detención en las cárceles israelíes, los abusos y torturas sufridos por los prisioneros, las violaciones de los derechos y de la legalidad por parte de Israel. Tú que has pasado cuatro años en las cárceles israelíes, ¿qué has tenido que soportar?
Pasé los primeros 30 días bajo interrogatorio en la prisión de Moskobya, en el centro de Jerusalén Oeste. Una celda diminuta, sin cama ni colchón, no había ventana y con luz de día y de noche.
Mucho tiempo, incluso 20 horas, me llevaban a una habitación, atada a una silla en una posición incómoda, con una sucia capucha en la cabeza; a veces me destapaban y me golpeaban la cabeza contra la pared o me daban puñetazos en la cabeza. Todavía ahora siento los efectos, tengo pérdida de memoria y dolores de cabeza, he estado incluso unos pocos días sin poder hablar por una mandíbula contusa. Trataban de aterrorizarme, me decían que habían demolido mi casa con toda la gente adentro o amenazaban con deportarnos a todos a Jordania. Cuando me llevaban a mi celda, el guardia a menudo abría la ventana y me gritaba; otra forma de tortura para impedirme dormir.
En los 30 días, la cruz roja sólo pudo visitarme el día 16, el abogado sólo una vez durante unos minutos; al requerimiento respondían que estaba siendo interrogada. No podía ducharme, había un agujero para mis necesidades, un tazón con agua, pero no había jabón ni cepillo de dientes, ni siquiera para mi ciclo menstrual.
Mi sentencia fue pronunciada en marzo de 2016, dos años después de mi arresto. Me han metido en varias cárceles, todas ellas ilegales, porque la Convención de Ginebra estipula que un país ocupante no puede mantener prisioneros en su propio país, pero sabemos que, gracias a la complicidad internacional, Israel es un país por encima de la ley. Varias veces he estado aislada, decían que incitaba a los otros presos a rebelarse, o porque ayudaba a los jóvenes a hacer los exámenes escolares. La última vez duró un mes, en la celda había una cámara, no tenía privacidad, me observaban constantemente, cuando tenía que hacer mis necesidades, me cubría. Durante la detención no me daban permiso para tener libros, no podía escribir ni recibir correo. Así que leía los libros de los otros prisioneros, aunque fueran historias de amor o vaguedades, ya que tampoco a los otros se les permitían libros de política, pero leía todo lo que me permitiera mantener mi mente distraída.
¿Cómo son las relaciones entre los prisioneros palestinos?
Nos ayudamos mutuamente. He estado en una celda con jóvenes de 16 años que me llamaban madre; los mayores cuentan la historia de Palestina, hacemos educación política. Se ayuda a las mujeres heridas, como Israah, que tenía las manos y la cara completamente quemadas y sin tratar. Nos consolamos unos a otros, dividimos la comida entre los que tienen y los que no tienen, o con los que son castigados y no se les permite comprar comida en la tienda de la prisión. Los largos días en prisión nunca pasan.
Y fuera de la cárcel, ¿te sientes solo o bienvenido por la comunidad? ¿Sientes que algo ha cambiado en los últimos años? ¿Se sienten emparentados como ex-prisioneros?
El refugio es la familia; todos están cansados y tratando de sobrevivir, ya no hay el mismo entusiasmo y esperanza de liberarnos de nuestro opresor. Una vez fuera de la cárcel te quedas solo, tienes que encontrar un trabajo; yo, por ejemplo, no lo he encontrado todavía. Debes curarte de los traumas que has sufrido, pero no hay centros que hagan eso; mantienes tus traumas dentro y a veces estallas. Entre nosotros, sobre todo con los que viven en Jerusalén, nos vemos y nos enfrentamos a diferentes problemas. Algunas tienen malas relaciones con sus maridos, con los hijos que han estado tanto tiempo sin ellas. Por lo general, sin embargo, soy vista como la fuerte, así que no hay un intercambio real. Yo con quién puedo hablar, no puedo ahora darle dolor a mi madre y decirle lo que pasé en la cárcel, las pesadillas que me persiguen, incluso si ves que todas las noches tengo mis efectos personales listos en caso de que los soldados vengan a recogerme.
Estos días aquí en Italia, sin embargo, me siento muy aliviada, me parece muy bueno poder hablar y contar, no sólo para denunciar las violaciones a los derechos del pueblo palestino por parte de Israel, sino que me doy cuenta de lo terapéutico que es para mí poder comunicarme con los demás y no guardarlo todo dentro de mí. Seguiré luchando y resistiendo hasta el final de mis días. Sé que estoy en lo justo.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez