La tormenta política desatada en Guatemala marca un capítulo oscuro en el país centroamericano.
En una abierta maniobra represiva y dentro del marco de la conmemoración de la independencia patria, el presidente de Guatemala sacó al ejército a las calles, concentró a las fuerzas policiales desde todos los puntos del país y los apostó alrededor del palacio de gobierno. Acto seguido, dio la orden de revisar a toda persona, niñez incluida. Una de las tradiciones en el país centroamericano son los actos conmemorativos de la firma del Acta de Independencia, llevados a cabo en la plaza central y seguidos de un Te Deum en la Catedral metropolitana al cual acuden autoridades, cuerpo diplomático y público en general. Este año, el cerco se cerró con vallas metálicas y agentes de las fuerzas del orden premunidos hasta los dientes con armas de grueso calibre.
Las imágenes de los miembros de la SAAS escudriñando en las mochilas de niñas y niños ilusionados por ver el desfile y participar en los actos, dieron la vuelta al mundo marcando un episodio más de las vergonzantes decisiones de Morales. El escenario estaba dado para provocar en la ciudadanía una reacción inmediata de repulsa contra este abuso de autoridad con características de golpe de Estado. Y aun cuando no tuvo las repercusiones esperadas, eso fue lo que sucedió.
En otras ciudades surgieron las protestas y en la capital los estudiantes de la universidad estatal se hicieron sentir. Durante el discurso del mandatario –plagado de lugares comunes y con un abierto acento dictatorial- la multitud en la plaza manifestó su descontento gritando consignas y llamándolo a renunciar. Sin embargo, la división de la sociedad guatemalteca está dada. Como una perversa estrategia de dominación diseñada por los sectores poderosos para mantener el control político y económico, el divorcio ideológico implantado desde los tiempos de la Colonia persiste como una nube gris sobre el futuro de la nación.
El presidente Morales cree que esa división entre guatemaltecos lo salvará; está convencido –porque su rosca de militares y adeptos así le aconsejan- de tener el control del país y poder terminar su mandato con los privilegios y honores que él mismo se ha recetado. Su desprecio por la ciudadanía es indescriptible y dado su escaso alcance intelectual, probablemente esto es también resultado de un vértigo de altura, posición a la cual nunca antes tuvo el menor acceso. Entonces, ante un cuadro tan desolador, cabe preguntarse ¿Cómo es posible la defensa de algunos guatemaltecos ante los evidentes abusos de su mandatario? ¿Es acaso una pérdida de fe en el sistema democrático o quizá la protección de privilegios propios conseguidos gracias al tráfico de influencias?
Sin duda hay mucho de eso, pero también es importante tener presente los lazos entre sectores de poder con ciudadanos ansiosos de pertenecer a las élites solo por el hecho de manifestarles su respaldo. El típico arribismo transformado en una venda sobre los ojos para no ver lo obvio porque la verdad suele resultar molesta y estorba en la conciencia. Sumado a ello, la manipulación mediática de los medios de comunicación más poderosos –la red de televisión y radio propiedad del mexicano Ángel González- cuyas frecuencias dependen de las graciosas concesiones del gobierno de turno, crean en amplios sectores de la población, sobre todo aquellos más alejados de los centros urbanos y también los más pobres, la ilusión de que todo está bien.
Guatemala y su democracia están en serio peligro. El destino de sus habitantes está amenazado por las malas compañías de un presidente incapaz de comprender el alcance de sus acciones y convencido de detentar el poder absoluto.