Hace unas semanas atrás, Rita Segato estuvo en Ecuador. Pressenza tuvo la hermosa oportunidad de dialogar con ella. Compartimos esa charla con nuestros lectores.
Una de las tesis que sostienes con mucho énfasis es la urgencia de desmontar el mandato de masculinidad, ¿qué es el mandato de masculinidad y porque es urgente desmontarlo Rita?
Algo muy interesante ahora que me preguntas y no lo había pensado antes porque esto de pensar en conversación siempre a uno le hace pensar más, es la auto evidencia de ese concepto, ese concepto viene de muy lejos y lo he venido trabajando, lo descubrí en el año 1993 trabajando con presos por violación en la cárcel.
Pero cuando finalmente se destaca como un concepto que es muy central en mis tesis más actuales, veo que tiene una auto evidencia y es que los hombres se dan cuenta rápidamente de lo que quiero decir. Lo sé porque desde que planteo ese concepto, más hombres se comunican conmigo y me piden bibliografía. Es que el hombre es la principal víctima de ese mandato, eso a algunos feminismos les incomoda.
He tenido varias polémicas con algunas feministas que nos dicen que estamos colaborando con la felicidad del hombre con nuestras luchas. Pero es que, si bien a nosotras nos matan mucho más de lo que nosotros matamos, y es justamente ahí donde está la injusticia del femicidio, en la desproporción de nuestra reincidencia de la violencia homicida: nosotras no matamos y morimos siendo asesinadas. Es terrible. Pero los hombres mueren muchísimo más asesinados que nosotras: claro, se matan entre sí.
Entonces uno se va dando cuenta que hay un problema masculino que revierte en nosotras. El coletazo del problema de la conflictividad, de la guerra, de la obligación de potencia, de la obligación de dominio que recae sobre los hombres, eso es básicamente el mandato de masculinidad que, al final nos pega a nosotras, pero primero les pega a ellos porque tienen que titularse, la masculinidad es un título, la feminidad no.
El mandato de masculinidad es algo que simultáneamente le da una investidura a aquellas personas que cargan un cuerpo masculino y, al mismo tiempo, para mantener esa investidura tienen que hacer una lista grande de sacrificios y uno de ellos es titularse diariamente, nunca caer en la sospecha de sus padres, de sus cofrades, del grupo corporativo, nunca caer en la sospecha de que se ha degradado un poquito en su masculinidad, eso se aprende desde chiquito entonces las exigencias son exigencias de capacidad e indiferencia en el dolor ajeno, bajo nivel de empatía, de capacidad de crueldad, de capacidad de desafiar los peligros. Todo eso hace parte de un gran paquete que podríamos pasar días y días examinándolo y que varía de una cultura a otra cultura, de época histórica en época histórica pero que hace un paquete que podríamos identificar como las consecuencias del mandato del ser hombre.
No estoy diciendo con esto que los hombres deberían desaparecer o la “hombriedad”. Lo que estoy diciendo es que esos mandatos, que son muy arcaicos en la historia humana, en el presente se entrecruzan con la precariedad de la vida. Entonces, es un momento en el que un hombre no puede demostrar que se titula como hombre sin un control territorial y es allí donde el control sobre el cuerpo de la mujer, como territorio, se torna objeto de su titulación.
¿Cuál es la relación entre ese mandato de masculinidad y el capitalismo en su momento actual?
Muchas veces he pensado en un tema que me gustaría tratar más adelante: cuándo la mafia se transforma en esa cosa letal que es la estructura mafiosa, las mafias clásicas y las otras mafias que tenemos en el continente; cuándo esa estructura familiar, patriarcal, ese familismo moral, esa lealtad familiar, en cualquier caso, se transforma en lo que conocemos como hombre.
El mundo colonial, la colonización, la fundación de los Estados siempre fue una institución ficcionaria, pero esa ficción se mantenía como una gramática que nos permitía una expectativa de comportamiento más o menos estable incluso en nuestro continente, donde los ataques a la vida mayoritariamente han quedado en la impunidad pero bueno, había una fe institucional, un sistema de creencias nos mantuvo estables en nuestro relacionar juntos. Ese sistema se cayó y hoy ya no podemos siquiera hablar de desigualdad. Yo hablo de que el orden de la vida contemporánea es de dueñeidad, es un mundo de dueños, es un mundo de señoríos.
La ley no existe, siempre fue ficcional pero ahora lo podemos decir: la acumulación, la concentración nos condujo a este mundo de dueñedad. El ritmo de la concentración- acumulación nunca ha parado, al contrario se aceleró, aumentó incluso durante los gobiernos progresistas, y aumentó de forma tal que para pensar el mundo de hoy uno no puede dejar de pensar en los números. Los números de Oxfam, que nos indican que nos sobran dedos de las manos para contar a las personas que son dueños de una riqueza igual a la mitad de la población del mundo, nos aterran. Pero lo verdaderamente alarmante no es esto. Lo que espanta es el ritmo. En el 2010 era 288 personas, en 2018, son 8. A eso lo llamo yo “el mar chileno”, pero no es chileno el mar, son 6 familias que son dueñas de ese pedazo de gigantesco de costa en el Pacífico.
Quiero decir que el orden de la vida hoy es el orden de la dueñeidad y quiero decir, que la capacidad de compra de estas fortunas atraviesa cualquier obstáculo. La capacidad de compra hoy es así, números pequeños de dueños y todo su entorno naturalmente, sus grandes círculos concéntricos de entorno, la manera en que planean, la manera en que piensan, la manera en que contratan cerebros para planificar la vida, porque eso son los Think Tanks: un capital intelectual absolutamente inteligente, extraordinarias personas formadas con un acceso a la información enorme.
Tú afirmas que el problema del momento no es la impunidad sino la necesidad de mostrar quién es el dueño. ¿Podrías ampliar esta afirmación?
Yo creo el orden de la economía se transformó en un orden mafioso y que el orden del Estado y de las instituciones, también se transformó en un orden mafioso. Todo es absolutamente funcional a esta era de dueños y la estructura de la dueñeidad se repica en todos los niveles. El orden mafioso es global.
Esa dueñidad necesita mostrar que el orden se ha transformado, necesita mostrar que no hay ley, necesita estar en su escondite. El mundo sigue siendo un teatro de sombras, pero los dueños necesitan mandar, es un juego de la serpiente y tiene muchas cosas en común con el nazismo.
Entonces, ese orden necesita mandar la señal de que el mundo está adueñado, esta apropiado en varios niveles: en el nivel de lo público, en el nivel de las mafias y eso se manda con un espectáculo, etc. Ese mensaje se envía con el espectáculo de impunidad. Entonces, cuando uno acusa de impunidad, ni se inmutan, porque es lo que quieren lo que buscan los dueños. Lo que busca el poder es que la gente comprenda que ha caído en las garras de los dueños y eso se envía, ese mensaje, esa publicidad de un poder oculto con la impunidad.
Esa impunidad, las sentencias escandalosamente pequeñas frente a delitos como la violación, son en realidad el mensaje de que no nos movamos, no vale la pena porque el mundo está adueñado; los feminicidios son eso también, el dominio sobre el cuerpo de la mujer y su destrucción hasta la muerte que es una cosa muy distinta que la anexión territorial del cuerpo femenino, características de las guerras hasta un momento muy reciente, que puede coincidir con la guerra en la ex Yugoslavia. Allí hay una discontinuidad, una ruptura, un cambio en la historia de las guerras y ese cambio es lo que le pasa a las mujeres: ya no es la anexión territorial de su cuerpo, sino su destrucción. Otro signo de este momento histórico.
Aunque nos llaman a quedarnos quietos, tú llamas a movilizarnos. ¿Hacia dónde es tu llamado?
En primer lugar, a poner nombre a valores como la risa femenina, el arraigo a prácticas que son nuestras, pero que no tienen retórica de valor. No tienen palabras que lo valoricen, como si las tienen el desarrollo, el progreso, el crecimiento económico. Tenemos que producir retóricas de valor para nuestra forma de felicidad.
En segundo lugar lo vincular. Yo hablo en mis textos de que existen dos grandes proyectos históricos en curso, que se dirigen a metas de felicidad diferentes entre sí. Uno es el proyecto histórico de las cosas que se dirige a la meta de la satisfacción por las cosas, ese es el proyecto histórico del capital y produce individuos y cosas. El resultado del proyecto histórico del capital son zombis que alimentan el proceso de la vida, desvinculados de la familia, la amistad, el vecindario.
Pero hay otro y uno lo sabe cuando ha vivido con el mundo comunitario. Existe el proyecto histórico de los vínculos. En América Latina y en muchos lugares del planeta, hay fragmentos de vida, lo que yo llamo “girones de comunidad”, en el que invertimos cosas en los vínculos, sacrificamos cosas por los vínculos. A esto le llamo proyecto histórico de los vínculos que producen comunidad, producen tejido comunitario.
Son dos proyectos antagónicos. El proyecto histórico de los vínculos es disfuncional al proyecto histórico del capital y por eso hay que apostarle.