No es que estemos comiendo más, que hagamos menos ejercicio o que nos falte fuerza de voluntad. La vergüenza de la gente con sobrepeso tiene que parar
Por George Monbiot para The Guardian
Cuando vi la fotografía, apenas podía creer que era el mismo país. Una foto de la playa de Brighton de 1976, aparecida en The Guardian hace unas semanas, parecía mostrar una raza alienígena. Casi todo el mundo era delgado. Lo mencioné en las redes sociales, y luego me fui de vacaciones. Cuando regresé, me di cuenta de que la gente seguía debatiéndolo. La acalorada discusión me llevó a leer más. ¿Cómo hemos engordado tanto, tan rápido? Para mi sorpresa, casi todas las explicaciones propuestas sobre el tema resultaron ser falsas.
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Desafortunadamente, no hay datos consistentes sobre obesidad en el Reino Unido antes de 1988, momento en el cual la incidencia ya estaba aumentando drásticamente. Pero en Estados Unidos, las cifras se remontan a más atrás. Muestran que, por casualidad, el punto de inflexión fue más o menos 1976. De repente, alrededor del momento en que se tomó la fotografía, la gente comenzó a engordar – y la tendencia ha continuado desde entonces.
La explicación obvia, insistieron muchos en las redes sociales, es que estamos comiendo más. Varios señalaron, no sin justicia, que la comida era generalmente asquerosa en la década de 1970. También era más cara. Había menos puntos de venta de comida rápida y las tiendas cerraban antes, lo que aseguraba que, si te perdías el té, te quedabas con hambre.
Así que aquí está la primera gran sorpresa: comíamos más en 1976. Según cifras del gobierno, actualmente consumimos un promedio de 2.130 kilocalorías diarias, cifra que parece incluir dulces y alcohol. Pero en 1976, consumíamos 2.280 kcal, excluyendo el alcohol y los dulces, o 2.590 kcal si se incluyen. No he encontrado ninguna razón para no creer en las cifras.
Otros insistieron en que la causa es la disminución del trabajo manual. De nuevo, esto parece tener sentido, pero nuevamente los datos no lo apoyan. Un artículo publicado el año pasado en el International Journal of Surgery (Revista Internacional de Cirugía) afirma que «los adultos que trabajan en profesiones manuales no especializadas tienen cuatro veces más probabilidades de ser clasificados como obesos mórbidos en comparación con los que tienen un empleo profesional».
Entonces, ¿qué tal el ejercicio voluntario? Mucha gente argumentaba que, mientras conducimos en lugar de caminar o andar en bicicleta, estamos pegados a nuestras pantallas y ordenamos nuestros comestibles en línea, hacemos mucho menos ejercicio del que hacíamos. Parece tener sentido – así que aquí viene la próxima sorpresa. Según un estudio a largo plazo de la Universidad de Plymouth, la actividad física de los niños es la misma que hace 50 años. Un artículo en la Revista Internacional de Epidemiología encontró que subsanado por el tamaño del cuerpo, no hay diferencia entre la cantidad de calorías quemadas por la gente en los países ricos y en los pobres, donde la agricultura de subsistencia sigue siendo la norma. Propone que no hay relación entre la actividad física y el aumento de peso. Muchos otros estudios sugieren que el ejercicio, aunque crucial para otros aspectos de la buena salud, es mucho menos importante que la dieta para regular nuestro peso. Algunos sugieren que no juega ningún papel en absoluto, ya que cuanto más hacemos ejercicio, más hambrientos nos volvemos.
Otras personas señalaron factores más oscuros: infección por adenovirus-36, uso de antibióticos en la infancia y sustancias químicas que alteran el sistema endocrino. Aunque hay pruebas que sugieren que todos pueden jugar un rol, y aunque podrían explicar parte de la variación en el peso ganado por diferentes personas con dietas similares, ninguna parece lo suficientemente poderosa como para explicar la tendencia general.
Entonces, ¿qué ha pasado? La luz comienza a aparecer cuando miramos las cifras de nutrición con más detalle. Sí, comíamos más en 1976, pero de manera diferente. Hoy en día, compramos la mitad de leche fresca por persona, pero cinco veces más yogur, tres veces más helado y -espere- 39 veces más postres lácteos. Compramos la mitad de huevos que en 1976, pero un tercio más de cereales de desayuno y el doble de bocaditos de cereales; la mitad del total de patatas, pero tres veces más de patatas fritas. Mientras que nuestras compras directas de azúcar han disminuido drásticamente, es probable que el azúcar que consumimos en bebidas y confitería se haya disparado (sólo hay cifras de compra a partir de 1992, momento en el que aumentaron rápidamente). Tal vez, como sólo consumíamos 9 kcal al día en forma de bebidas en 1976, nadie pensó que valiera la pena tomar nota de los números. En otras palabras, las oportunidades de cargar nuestros alimentos con azúcar han aumentado. Como algunos expertos han propuesto desde hace tiempo, esta parece ser la cuestión.
El cambio no se ha producido por accidente. Como argumentaba Jacques Peretti en su película The Men Who Made Us Fat (Los hombres que nos engordaron), las empresas alimentarias han invertido mucho en el diseño de productos que utilizan el azúcar para eludir nuestros mecanismos de control del apetito naturales, y en el envasado y la promoción de estos productos para romper lo que queda de nuestras defensas, incluso mediante el uso de aromas subliminales. Emplean un ejército de científicos y psicólogos de la alimentación para engañarnos y hacer que comamos más de lo que necesitamos, mientras que sus anunciantes usan los peores hallazgos de la neurociencia para superar nuestra resistencia.
Contratan a científicos dóciles y centros de investigación para confundirnos sobre las causas de la obesidad. Sobre todo, al igual que las tabacaleras lo hicieron con el tabaco, promueven la idea de que el peso es una cuestión de “responsabilidad personal”. Después de gastar miles de millones en anular nuestra fuerza de voluntad, nos culpan por no haberla ejercido.
A juzgar por el debate que desencadenó la fotografía de 1976, funciona. «No hay excusas. ¡Asuman la responsabilidad de sus propias vidas, gente!». «Nadie te alimenta con comida chatarra, es una elección personal. No somos lemmings». «A veces pienso que tener atención médica gratuita es un error. Es el derecho de todos ser perezosos y gordos porque hay un sensación de legitimación acerca de arreglarse». El sentimiento de desaprobación resuena desastrosamente con la propaganda de la industria. Nos encanta culpar a las víctimas.
Lo que es más alarmante, según un artículo de Lancet, más del 90% de los responsables políticos creen que la «motivación personal» es «una influencia fuerte o muy fuerte en el aumento de la obesidad». Estas personas no proponen ningún mecanismo por el cual el 61% de los ingleses con sobrepeso u obesos hayan perdido su fuerza de voluntad. Pero esta improbable explicación parece inmune a las pruebas.
Quizás esto se deba a que la obesofobia es a menudo una forma de esnobismo muy disfrazada. En la mayoría de las naciones ricas, los índices de obesidad son mucho más altos en la parte inferior de la escala socioeconómica. Se correlacionan fuertemente con la desigualdad, lo que ayuda a explicar por qué la incidencia en el Reino Unido es mayor que en la mayoría de los países europeos y de la OECD. La literatura científica muestra cómo el menor poder adquisitivo, el estrés, la ansiedad y la depresión asociados con el bajo estatus social hacen que las personas sean más vulnerables a las malas dietas.
Del mismo modo que se culpa a los desempleados del desempleo estructural y a las personas endeudadas de los costes de vivienda imposibles, a los gordos se les culpa de un problema social. Pero sí, la fuerza de voluntad necesita ser ejercitada – por los gobiernos. Sí, necesitamos responsabilidad personal – por parte de los responsables políticos. Y sí, es necesario ejercer control – sobre aquellos que han descubierto nuestras debilidades y las explotan sin piedad.
– George Monbiot es un columnista de The Guardian
Reimpreso con la amable autorización del autor
Traducido del inglés por María Cristina Sánchez