Recientemente he escuchado muchas voces que piden que se respeten las opiniones. Estamos en democracia y todas las opiniones deben ser respetadas. Hace tiempo que los derechistas han empezado a pedir explícitamente o no, que se respete sus opiniones incluso cuando son obviamente violentas y discriminatorias, que se respete y conmemore sus símbolos, su pasado. Y, por supuesto, estamos en una democracia, todo el mundo tiene derecho a decir lo suyo.
Pero cuando oigo opiniones como esta: «El racismo es una invención de la izquierda», enunciada después de una serie de episodios inequívocos, francamente tengo que reflexionar.
Así que me pregunto: ¿a quién debemos respetar, a la opinión o a las personas?
Si respeto la opinión violenta me traiciono a mí misma, pero puedo respetar a la persona que expresa una opinión violenta, puedo sentir en ella la misma humanidad que me empuja, a veces, a hacer cosas que no quiero y, luego, a justificarme, en lugar de analizar lo que me está pasando y comprender mejor. Si respeto a la persona, puedo responder objetando duramente su opinión, pero sin aspereza hacia su polémica. Se introduce una cosa importante, una mirada de humanidad y compasión. Aquellos que dicen cosas que son de manera evidente falsas deben realmente tener mucho miedo, o estar en un estado de confusión que ya no distingue el sueño de la realidad, o deben tener una inmensa mala fe que les hace ver en otros seres humanos sólo títeres sin cerebro que deben ser utilizados sin escrúpulos.
Pero ¿son importantes las opiniones o no? Después de todo, son palabras. Verba Volant. ¿O no?
Las palabras son siempre importantes, pero pueden tener diferentes efectos dependiendo de quién las pronuncia. Creo que es muy fácil entender que la palabra de un monaguillo tiene un poder diferente a la de un Papa, aunque digan lo mismo. ¿Y si dicen cosas opuestas? ¿Cuál de las dos opiniones podrá impulsar imágenes de acción en el corazón del creyente? Y también de los no creyentes, ya que el Papa influye en una comunidad humana mucho más amplia que aquella de los que pertenecen a su confesión.
Lo mismo sucede con todas las personas en el poder. Las palabras emitidas por personas que tienen poder permiten (es decir, justifican) acciones que van en esa misma dirección, aunque no sean exactamente las mismas palabras que los poderosos han pronunciado. Sabemos muy bien que en las organizaciones de tipo mafioso se han dictado órdenes criminales con palabras aparentemente inocentes. Somos italianos, no sólo hemos visto muchas películas de la mafia en todas las salsas, esta forma de comunicación es parte de nuestra cultura, nos guste o no. No nos hagamos los desentendidos.
Recuerdo la primera película de Michael Moore, donde el director intenta entender por qué ese chico había entrado en su escuela de Columbine armado y había hecho una masacre. Luego entrevista a Marilyn Manson, acusado por muchos como el inspirador de ese gesto criminal, por el contenido a menudo violento de sus canciones o videos. En esa ocasión, la estrella muestra una envidiable lucidez al analizar el evento en Columbine y, en general, la violencia en Estados Unidos. Comenta sobre la política agresiva del entonces presidente Bush y dice algo como: «Realmente me gustaría ser el que tiene mayor influencia sobre la gente, pero creo que el presidente es más influyente que yo».
A la italiana: quien quiera entender, que entienda.
Traducción del italiano por María Cristina Sánchez