La designación de Mauricio Rojas como Ministro de Cultura por parte del presidente Piñera volvió a enardecer el ambiente político, particularmente al mundo de la cultura y de los DDHH, por expresiones vertidas en el libro «Diálogo de Conversos», escrito hace unos años junto con Roberto Ampuero, quien fue confirmado como Ministro de Relaciones Exteriores. En el libro, Rojas sostuvo que el Museo de la Memoria era «un montaje», afirmando que su “propósito, que sin duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar”.
Esta expresión, junto con otras, impulsó la petición de renuncia por parte del grueso del mundo de la cultura que se sintió ofendido con la nominación de Rojas como el responsable de las políticas públicas en materias culturales.
Calificar como un «montaje» el museo supone un desprecio por su significado.
Dado que yo no conocía el museo, decidí visitarlo estos días para poder escribir en torno a lo que había provocado la caída de un ministro que solo alcanzó a ser tal por un fin de semana.
El museo no difiere mayormente de otros existentes en el mundo destinados a recordar los horrores producidos por regímenes dictatoriales. Son museos abiertos a la comunidad creados para no olvidar, pero cuyo fin esencial, es generar conciencia para que nunca más vuelva a ocurrir. Son museos que se caracterizan por mostrar hechos, vía fotos, documentos, medios de prensa, lo que son capaces de hacer quienes logran el control total del Estado, cuando todos los poderes se concentran en una persona, en un partido político o en una clase social.
Estos museos no están destinados a analizar las causas de los horrores, porque no existe causa alguna que justifique tal horror. En la discusión que ha emergido en estos días, han surgido voces que apuntan a una suerte de sesgo por parte de lo que presenta el museo. No hay tal, por cuanto todo lo que se muestra es justamente el gran acuerdo que se supone que hemos alcanzado, y que no es otro, que los horrores –las torturas, las desapariciones, los lanzamientos de cuerpos vivos al mar, los asesinatos, etc.- no debieron haber ocurrido jamás, y que por lo mismo, no deben volver a ocurrir.
Donde no hay consenso, es respecto de las causas que condujeron al período más negro de nuestra historia. Quienes insisten en meter en un mismo saco las razones que desencadenaron los acontecimientos con lo ocurrido durante la dictadura, no buscan sino justificar, implícita o explícitamente, lo ocurrido. Con ello abren espacio para que de repetirse las condiciones que generaron esta negra etapa, los actores que emerjan incurran en los mismos horrores pasados.
Se equivoca Rojas al afirmar que uno de los propósitos del museo es el de impedir razonar a quienes lo visitan. Muy por el contrario, nos invita a reflexionar, a pensar de modo que nunca más volvamos a vivir algo similar; también nos incita evitar que se reproduzcan las causas que nos condujeron al desastre.
Por lo mismo, también se equivoca Ampuero cuando afirma que es un museo de la mala memoria. Bajo ningún contexto persona alguna, ni siquiera los criminales, tienen derecho a ser torturados, ni acribillados por la espalda, ni desaparecidos por agentes del Estado.
Que la caída de Rojas haya sido consecuencia de que hay personas que se pusieron de pie rechazando su nominación, es una muy buena noticia. Es signo de que el país mantiene su vitalidad, que está vivo.