Sean “putas” y los tendrán de rodillas.
Que consejo más horrible, ¿no? Es la mejor síntesis que puedo ofrecer sobre cómo pelear esta guerra imaginaria que anuncié en el anterior artículo, en la que se juegan eso que normalmente llaman “valores” y no lo son. No hay valores en juego, esos conceptos abstractos que no pueden arraigar en la sensibilidad individual y en los que insisten en educarnos los rectores de esta sociedad opresiva y deprimente. Esos valores se ven arrasados cuando se despierta la sensualidad porque no son más que imágenes, representaciones que no mueven profundamente el cuerpo.
Estoy convencido que detrás de la penalización del aborto se juega la condena el placer sexual de la mujer, como se puede leer con frecuencia en estos días. Lo que no se lee es que, de rebote, caemos en la volteada los varones, porque está en juego nuestro placer o, mejor, nuestro modo de obtenerlo.
Esta guerra contra el patriarcado es una guerra contra modelos conductuales, contra los modelos imaginarios que estructuran las conductas, y por eso se desarrolla en nuestros pensamientos que es donde se actualiza, donde se hace concreto el imaginario colectivo. Es como si la sociedad fuera una masa imaginante e imaginaria al mismo tiempo, que moldea la realidad a través de mis pensamientos que, a la vez, son moldeados por ella en una retroalimentación constante. Mis pensamientos no son míos, son nuestros o, mejor dicho, pertenecen al patrimonio cultural (como habitualmente se llama al imaginario colectivo desde otro punto de vista), los asimilamos y nos formatean, y mi conciencia los formatea a ellos con mis recuerdos, mis sensaciones y expectativas.
Por eso hay que tomar como referencia el sentido común de las palabras y no el de diccionario. El modelo de la sociedad patriarcal es la monogamia, que en sentido estricto quiere decir “un solo matrimonio”, pero el sentido usual es el de “una sola mujer” dado que lo contrario es “poligamia”. Con ese término se designa el uso de algunas culturas de tener un solo hombre varias mujeres. Pues bien, en esta parte del planeta resulta que el modelo, en ese sentido, es mentiroso: un hombre puede tener un solo matrimonio pero varias amantes, muchas, todas las que pueda, se le antoje y su mujer soporte. Algo que está siendo cada vez menos frecuente, pero vale para demostrar que el patriarcado se asienta sobre distorsiones de la vida.
La liberación sexual que vivió mi generación (la del 48, allá por los 70) era una liberación conductual. Era lícito tener sexo por el sexo mismo, considerarlo un valor por sí mismo. Eso era una búsqueda profunda de sentido de vida, pero era un sexo externo, motriz, aunque se valorara el orgasmo. Sirvió para instalarlo como algo valioso en el imaginario colectivo, lo que no es poco. Pero se recompuso la mirada social y la represión continúa, atenuada, más liberalizada, pero sigue.
Es cierto que las recetas conductuales ayudan, pero no siempre producen cambios profundos, o mejor, sólo a veces. El problema del patriarcado no es de conductas, porque éstas sólo son el resultado de las creencias que las estructuran. Y tampoco las creencias son el problema aunque generen las conductas que se consideran problemáticas. El problema es que la sexualidad está trabada aun cuando se hayan modificado conductas y creencias. Porque lo que comúnmente se llama creencia no nos mueve profundamente, no arraiga en el cuerpo y afecta sus estados provocando conductas.
Visto de modo grueso, siendo el sexo una función y observando el fenómeno social, creo que podemos estar de acuerdo en que no funciona. Al menos, como debería. Hay parvas de literatura médica y psicológica sobre las disfunciones sexuales y las estadísticas abruman. Pero creo que lo más abrumador es la ausencia de sexo, que no se ejerza. En definitiva, que no se goce. Y esto, no depende de que se tenga sexo o no, porque se pueden tener relaciones sexuales y no gozar, ¿cierto, chicas? A nosotros también nos pasa, pero tenemos la ventaja de lo aparatoso de nuestra performance que nos permite quedarnos satisfechos con una simple eyaculación, mientras repasamos lo vivido en el televisor interno.
Si hablamos de función, estamos en presencia de un sistema, que es un conjunto de funciones. Y si una no anda, el resto se desencuadra, por lo menos. No es el caso de abundar aquí sobre las maldades del patriarcado, las doy por conocidas. Son todas esas contra las que se putea en las calles en la marea verde, y bastantes más.
De modo que si se trata de un sistema biológico que falla, y se sabe qué es lo que no anda visiblemente, pues entonces, hay que hacerlo andar. Es como si hubiera un enorme cuerpo que no funciona bien porque está aherrojado, porque no desarrolla la dinámica que necesita.
Es como si las piernas estuvieran entumecidas por una convalecencia. Hay que hacer lo mismo que se hace en esos casos de motricidad disminuida, mover el cuerpo. Sólo que en el caso de les jóvenes habrá que empezar a moverlo y ver cómo hacerlo. Sobre todo las mujeres que están codificadas en contra del goce sexual.
Si esta función se pone en marcha van a rechinar los mecanismos oxidados del machismo, pero DE AMBOS LADOS. Porque de lo que no se habla en profundidad es cómo ha calado el machismo en las mujeres. ¿Acaso, chicas, no esperáis todavía al príncipe azul? Cualquiera sea la versión que tengáis de él. Seguramente, la figura que propongo puede provocar repudio intelectual, pero, ¿no hay un sentimiento puesto ahí? Y, ¿no os provoca incomodidad pensar que puede ser rico tener sexo con alguien más (aparte de la pareja, claro), simplemente porque así lo sienten? Cuando os dé la gana, con quién sea, simplemente porque lo sienten.
Parecería que el “sean putas” no vale para gays y trans que aparecen bastante sueltos en el tema y por eso, son las víctimas dilectas del machismo. ¿Porque se animan a mostrarse y gozar? ¿Porque gozan? Pero, ¿gozan? Tengo mis dudas de que escapen a las generales de la ley, también están formateades por el machismo. ¿Acaso no defendieron la posibilidad de casarse, casi compitiendo con los matrimonios hetero? ¿No ensueñan con la pareja eterna y la maternidad? Ellos también quieren lo que tienen los “normales”, y eso que quieren, es formateo machista.
A esta altura se estará creyendo que propongo la promiscuidad. Nada más alejado. Ya dije arriba que la externidad de la revolución sexual no llevó más allá de un afloje del dogal. Sí, seguramente, hubo quienes progresaron o desarrollaron o evolucionaron sexualmente, pero el promedio de las poblaciones apenas llegó a beneficiarse con un relajamiento de las costumbres y no para bien, si es que algo llegó. Y pienso en la generalización de esa cuasipornografía televisiva que es el uso de culos femeninos para cualquier cosa.
Lo que propongo es desarrollar la sensualidad, la sensibilidad sexual. No vale ocultarla, bajar o quitar la mirada del objeto-persona que atrae, disimular haber sido afectadas por esa presencia mientras necesitan acomodar la entrepierna con un revolverse inquietas en el asiento. El brillo de los ojos no se puede opacar cuando la activación del sexo se manifiesta en ellos.
Se trata de educar la sensualidad, manifestándola. Muchas veces es simplemente un juego seductor que, hecho explícito, no les va a valer el mote de “histéricas” con que los varones calificamos la seducción estéril. Porque, ¿qué otra cosa produce el famoso “no” que se resuelve en un “siiiiiiiiii” cuando se alcanzó la temperatura que derrite las inhibiciones? Es muy probable que esto tenga validez en el territorio argentino, porque una actitud mucho más afín a lo que propongo fue la que viví en Chile.
La que quiera, puede experimentar la variación, no le va a pasar nada malo. El sexo es sensibilidad. Comienza por una sensación que lo dispara y ésta se convierte en su hilo conductor, la referencia que no hay que perder para poder desarrollarla. Durante el acto sexual pero también a lo largo de la vida, porque la sensación, con las debidas variantes situacionales, es siempre la misma. Calculo que después de los 20 o 30 se aprende a gozar de manera autónoma, sin depender de la familiaridad de la piel, de los gestos habituales, de la estimulación puntual y precisa de las zonas erógenas. Por las dudas aclaro que no me refiero a los años sino a las/os compañeras/os de juego.
La variedad rompe la monotonía de la estimulación. Esa repetición confunde sensaciones con expectativas y también, me co-funde con la otra. Esa monotonía puede ser muy linda y acogedora, por un lado, pero adormece en la comodidad que da la seguridad de obtener siempre lo mismo que busco. No sólo hay gusto en la variación, también hay aprendizaje. Sobre todo, me parece, para las mujeres, que han sido educadas en la monogamia con todo un imaginario que las encierra.
Volviendo al modelo, la monogamia es, en realidad, monoandria porque en las estadísticas los monógamos son infinitamente menos que las monándricas y si no, miren alrededor, ¿cuántos monógamos conocen?, en el sentido estricto de la palabra. Ese término, lo que encierra es la demanda masculina: “sos mía, y sólo para mí”. Tener que compartir la mujer hace saltar en pedazos la exigencia del unicato que pretende el macho. Que está sostenida por la ilusión de que uno es irreemplazable. Sin embargo, el desarrollo sensual enseña que sí, en algún momento se encuentra alguien irreemplazable, y hay que cuidarla/o. Quizás, de este modo se consiga la pareja ensoñada, la que da estabilidad, asegurando la compañía para compartir el camino.
Si no se animan o no quieren la variación, es cuestión de gastar al compañero para, sobre todo, gastarse a sí mismas. El exceso sexual rompe los topes que aherrojan la sensibilidad. Esos frenos están codificados por las imágenes-modelo: el príncipe azul y la madre ejemplar, ésa que ocupa el trono familiar imaginario debido a su calificación de madre santa. Otra vez, mirando alrededor tuve que buscar qué ocultaba esta beatificación social de la función materna y creo haber encontrado en el desván de mis imágenes la figura adecuada para el modelo real: el ama de llaves, una mujer que cuide mi cueva y además, comparta mi cama. (Me inspiraron Descartes –y tantos otros- y la escena que animó Tommy Lee Jones en “Lincoln”, cuando van a buscarlo a la casa y estaba acostado con su ama de llaves, esclava y negra).
La variación por la variación misma ya se experimentó y ha dejado un saldo de liberadas que sólo son funcionales al machismo porque le proporcionan el placer gratuito y descomprometido que exige el macho fuera del matrimonio. El caso más manifiesto de esto son las hipersexuales (antes, ninfómanas) que ofrecen un cuadro patético de sumisión al macho, pese a la actitud de seudoautonomía que exhiben. Así que, chicas, no es fácil recomendar nada preciso porque la cosa no pasa por lo que se haga afuera.
El cambio de paradigma respecto a la conducta sexual no se refiere al cuerpo. En el sexo no sólo se pueden concebir cuerpos. Antes y más allá de lo biológico se concibe la humanidad, pariéndola en dimensión que le es propia, otorgándole materialidad existencial. El sexo activa el corazón, eso que el patriarcado se ocupó de ocultar aunque proponga su coronación, no sólo con la imagen del sagrado corazón sino con la imaginería romántica que contribuye, refuerza y reproduce el código represor. Un hombre ideal es ningún hombre real y, por tanto, aniquila simultáneamente la mujer real al hundirla en un sueño imposible de realizar. Muchas saldrán a rebatir esto, claro que sí, porque están encadenadas por ese ensueño colectivo y creen que es la realidad… que hace siglos ya, han dicho que es sueño.
Claro está que la sensibilidad crece sólo si la cabeza se lo permite. Por eso propongo una imagen chocante que ponga de resalto lo que real y concretamente se cree sobre el sexo, y oculta lo que puede ser: el enfrentamiento íntimo y desnudo/a con otra/o puede desnudar el alma y permitirle deslizarse en la tan propagandizada y exigida entrega o reforzar la defensa, armar la coraza y desplegar una actuación oportuna y acorde a la situación que, en el mejor de los casos, permita un atisbo de placer en un remedo de orgasmo. Que es lo que acontece cuando para producirse necesita procedimientos conocidos y preestablecidos, es un resultado de sensación con variables controladas. Tiene el sabor de siempre igual. Asegura y permite creer que uno goza. Pero el orgasmo, el real y posible, es siempre distinto. Pero asusta.
Y ése, ya es otro tema,