Por Néstor Tato
En la nota anterior esbocé que “…el aborto mutó en IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo), que no es lo mismo. Este cambio de terminología no es gratuito y, si bien no ha comenzado a ganar espacio en los medios de comunicación, recién comienza a andar y hay que apoyarlo. Hay que desterrar el “aborto” de nuestra habla cotidiana. El peso imaginario es tremendo: de una imagen cruenta, de muerte, se pasa a una imagen de vida ejercida en su más sólida manifestación de libertad, la elección. Una renegada de su condición gestante a la que está destinada por la biología se convirtió en una mujer libre que puede elegir su destino”.
Este cambio en el habla tiene raíces en el imaginario colectivo y me parece uno de los núcleos que hay que trabajar para minar el patriarcado.
Esa frase produjo en mí una mutación del nombre al escribirla. Hubo un ramalazo imaginario que reconfiguró la trama del paisaje. Hasta el jueves 14 de junio, el tema fue el aborto, como lo es todavía para la mayoría. El eco en la prensa lo refleja, hablan de la despenalización del aborto, de la legalización del aborto, con el sentido de que se lo está promoviendo, alentando. El lema (aquí en Argentina) es conocido: aborto legal, seguro y gratuito. Es cierto que una palabra corta es un ahorro tremendo para el hablante. Pero IVE es más corta todavía.
Lo primero que me surge es ¿por qué hablo/hablamos de aborto? El aborto es un procedimiento quirúrgico, cosa de médicos. El sujeto del verbo abortar no puede ser nunca la gestante, a menos que lo intente sola o sobrevenga un mecanismo espontáneo, involuntario. Aun así, en este caso es el cuerpo el que aborta, no la mujer embarazada.
“Bueno”, podrán decirme, “es un modo de hablar”. Claro, obvio, pero incrimina a la mujer.
Vamos por otro lado. El objetivismo materialista, esa perspectiva teórica que ve todo desde afuera, aun cuando quiera conocer el adentro, curiosamente contamina la visión católica del tema. Una visión que pone el foco en el aborto. Otra vez podrían decir “¿qué otro nombre podría tener? Es la denominación clínica del procedimiento que pone fin a una vida en gestación, un aborto no puede ser otra cosa, se corta un proceso vital y eso es lo que es”.
Veamos esto. “Aborto” remite inmediatamente en mi pensamiento (¿en el de Uds. también?) a un médico, al útero que es intervenido y al feto destrozado. Esta asociación no es azarosa, es la opuesta a esa foto donde el dedo del cirujano es agarrado por la manita del feto. Es el horror del crimen contra la maravilla de la tenacidad de la vida.
En esta foto o película mental, en cualquiera de las dos, la “madre” está como una tenue sombra de fondo. En ninguna de las dos aparece, pero en la del aborto está copresente como una criminal.
En las gráficas, el tema central no es la mujer sino un corte de su cuerpo: un dibujo del útero, que en la foto de la manita ni siquiera se ve porque la perspectiva obvió los bordes de los tejidos abiertos. Pero se sobreentiende, ¿de dónde va a asomar esa manita si no es del útero? De un útero, de un órgano corporal, que aunque pertenezca anatómicamente a una mujer, no es la mujer. Un gráfico que sintetiza el nudo de este asunto: la mujer es soberana de su cuerpo pero sólo parcialmente. El útero no le pertenece, está expropiado por la moral vigente. La mirada social ve un útero por dentro, pero ese útero tiene tejidos que lo envuelven y forman parte del cuerpo de la mujer que lo porta. Pero eso, el ser humano que constituye esa mujer, queda obviado gráficamente. Y esa gráfica es la mirada social, la de esa moral materialista. La humanidad de esa mujer queda velada. Ella está reducida a parte de su cuerpo, la que la sociedad (léase los intereses dominantes) valora.
En cualquier caso, el embarazo hace madre a la mujer y eso no tiene vuelta de hoja. Es objetivo, biológico y por tanto, material. Pero hay otro modo de ver las cosas.
El punto de vista humanista pone lo humano como centro de las situaciones de vida, que es poner a la vida en el centro de sí misma, o considerar a la vida en su ser vida. Esta perspectiva cambia la película. No hay un útero-cosa ni un feto-cosa. Porque antes que nada, no hay una madre-cosa. Para el humanismo, cuando se habla de seres humanos no se ven cuerpos sino intenciones en proceso, proyectos existenciales. De modo que no hay una madre si no eligió serlo, si el embarazo no es un proyecto querido, si el embrión no es un capullo de sueños para esa mujer, si no lo ha instalado en su futuro. La maternidad impone una dirección que necesita ser querida para crecer ambos, tanto la mujer como madre como el nuevo cuerpo que está gestando para ser portador de una nueva humanidad. De modo que se impone preguntarse: un embarazo no querido ¿adónde lleva? En todos los casos, la interrupción de un embarazo tiene que ser un acto tan libre como su continuación.
Cuando la visión pretendidamente objetiva (que en definitiva es materialista) habla del aborto, ya desde el mismo nombre está ocultando a la mujer. Desconoce ideológicamente su voluntad de no maternar. Niega su soberanía para decidir libremente sobre su vida y su cuerpo, sin importar las condiciones existenciales en que tomó la decisión.
La libertad sólo puede ejercerse, necesariamente, entre condiciones (dice Silo en Cartas a mis amigos). Se decide siempre ante/en/contra determinaciones que movilizan. La libertad no es absoluta ni ideal, de modo que para elegir la maternidad no hay condiciones objetivas necesarias. La circunstancia de que “estén dadas las condiciones” no hace inevitable que haya que asumir la gestación (y en esto nos incluyo a los varones). La mujer sólo necesita querer ser madre. Y recalco: no sólo sino que por necesidad. La condición necesaria para el proceso de gestación es quererlo. Y si no se quiere porque se tienen en cuenta condiciones situacionales, eso no descalifica su elección. Porque en ese acto la mujer elige su futuro, cómo quiere seguir viviendo.
Esa elección es un acto radical de creación de la propia vida, tan creador como la gestación biológica. Una mujer que elige no ser madre en un mundo dominado por una mirada social que le impone la maternidad, no sólo tiene el coraje de asumirse libre y soberana sino que se gesta a sí misma.
Ese acto de elección es el que se vela cuando se habla de aborto. Cuando se menciona el aborto se desconoce en la mujer la asunción radical de su condición humana, la de gestar su propia vida.
Quizás para el consenso mayoritario la IVE sea la frustración de una vida en ciernes, o de la vida que busca reproducirse. Sin embargo, la IVE es un acto productor de humanidad. Al constituirse en ese acto de elección la mujer se afirma como ser humano, ejerciendo su libertad.
Del mismo modo, la mujer tendría que elegir deliberadamente su maternidad, y así, habría una doble gestación. Recién en esa situación se podría hablar de dos vidas.
Para mí, en la elección se afirma como mujer generando una mujeridad que suena más consistente que la feminidad impuesta por la cultura, impregnada de la coquetería que le va a garantizar su colocación en el mercado, esto es, su condición de objeto (a veces sexual). Para eso pagará el precio de una maternidad reducida a la reproducción biológica y extendida vicariamente a la sumisión filial de su varón, devenido padre (ella lo reivindicará diciéndole “papi” y él se delatará con el “mami”).
Desechar la palabra aborto y cambiarla por la IVE es des-velar a la mujer soberana y libre, y reconocerle esa condición básica y fundacional de su ser mujer. Al negarse como madre no niega la vida sino que la afirma en su manifestación, que es su propio ser, el que como mujer le ha tocado en suerte al ser gestada.
Esto parece una elegía de la IVE, como si fuera para la mujer la manera de humanizarse. Nada más lejos de mi intención. Ocurre que la maternidad viene envuelta en papel de regalo con moños de colores. El sistema, la minoría dominante, necesitó hasta el siglo pasado la reproducción de la mano de obra y de tropas. Hoy, la revolución cibernética ha hecho prescindibles a ambos pero el imaginario colectivo está gobernado por la inercia, así, todavía rigen los valores del medioevo que se inspiraron en la Biblia.
Esos son los intereses que inspiran los peluches con moños rosas o celestes, que se regalan según el género del por venir, orquestando por detrás la escena rosa que convierte a la mujer recién devenida madre en protagonista y centro de atención de su entorno. Fuegos de artificio que obnubilan la cruda realidad de las cargas que se le vienen encima y resultan imprescindibles para el desarrollo de esa nueva humanidad que asoma, implacable reclamante de la paciencia y el cariño que necesita para desplegarse a su vez, capullo de proyectos. Y esas cargas necesitan ser queridas profundamente para que concreten su proyecto, porque de otro modo serán un ancla paradojal que desconectará a la mujer que se frustra por la maternidad, ahogándola en la superficie de su cotidianeidad, desarraigándola de sí misma. Peligro que se corre también cuando la maternidad es deseada, pero con un riesgo más acotado porque en la concreción de su proyecto maternal converge también el proyecto social encarnado en el familiar. Pero, sobre todo, porque fue un proyecto elegido.
Cuando la maternidad se impone con un embarazo intempestivo, las fantasías que siempre existen, chocan contra una voz interna que dice: no quiero. Y si se argumenta a favor, sucede que la voz se potencia y repite: NO QUIERO. Y entonces, si se asume, hay que soportar el dolor de los sueños que se siente traicionar y que, por más que se diga que se aplazan por un tiempo, estallan en pedazos frente a la realidad que implica la imposibilidad que se siente, de continuar el embarazo.
A la vez, es el mismo cuadro que se presenta cuando la maternidad elegida avanza y el cuerpo retrocede estéticamente con las consecuentes modificaciones que impone el proceso de gestación, y se pierde el glamour, la belleza que tanto cotiza en el mercado de género.
De modo que no es la IVE sino la misma maternidad la que exige lucidez, sea para seguir adelante con el embarazo o para interrumpirlo. La mujer necesita elegir ese cambio radical que implica un embarazo y refundarse a sí misma en esa decisión, cualquiera que sea.
Pero no sólo nos encontramos con que se oculta la libertad de elección de la mujer cuando se habla de aborto. Descartar esa palabra y el imaginario que implica, es reivindicar el placer que sí se eligió y cuya condena viene de contrabando en el combo ideológico. Pero ése, es otro tema.