¿Puede salir un buen equipo de una liga nacional que tiene bajo nivel? Por supuesto que no. Esto es una verdad de Perogrullo. Entonces, ¿cómo se pretende que suceda eso -un buen equipo- de la liga de cualquier país sudamericano y aún centro o norte americano? En cada uno de esos países surgen jugadores notables, algunos fuera de serie, pero son transferidos prematuramente a las ligas económicamente poderosas, acompañados de muchos que van a los clubes secundarios y que nunca alcanzan un nivel excepcional. Son unos pocos los que se suman al Real o al Atletic de Madrid, Barcelona, Sevilla, Manchester City, Chelsea, Liverpool F.C., Bayer Münich, París Saint Germain, Juventus, Roma o algún otro; la legión de emigrados va a los cuadros que sirven de comparsa. En Sudamérica hoy estamos lejos del nivel del fútbol europeo donde, por otra parte, son los nombrados y alguno más, quienes disputan los trofeos europeos importantes.
Para comenzar con un plan de recuperación tenemos que partir de una base real: hemos perdido nivel. Tampoco podemos apostar a un jugador extraordinario cuando se trata de un juego de equipo. Es una falta de respeto de muchos periodistas, de los “opinadores” y hasta de algunos técnicos, decir, por ejemplo, que la selección argentina es “Messi y diez más”. Es una falta grave que alimenta la peor de las creencias -la magia- y deforma la opinión pública deportiva. Ni siquiera con varios jugadores de primer nivel como los tiene Brasil, Alemania o España, es posible armar un conjunto que actúe como equipo. El desempeño de los sudamericanos, en síntesis, fue menos que discreto. Bien Brasil y Uruguay, aceptable México, Colombia y Perú, de regular a mal, Argentina. Pero todos, fuera de una copa Mundial que ahora se ha convertido en una mini copa europea.
Respecto de nuestro país. ¿Qué hacer? Lo razonable. El gobierno tiene que apoyar el deporte en general -el actual no lo hizo ni lo hará- no sólo para buscar éxitos internacionales, sino para contener a los jóvenes y contribuir a reparar el tejido social. Ese es el contexto imprescindible: una sociedad bien alimentada, que visualice un futuro en todos los campos, incluido el deportivo. La promoción de los deportes permitirá descubrir a los atletas que se destacarán en todos los niveles, no sólo por sus cualidades técnicas sino por su juego limpio y su respeto al adversario deportivo. Apostar por los jóvenes es prever el futuro.
Con referencia al fútbol, particularmente, pero con validez para todos los deportes, las dirigencias nacionales deben estar a la altura de la responsabilidad que asumen y no ser meros títeres de disputas políticas partidarias o de negocios. No se puede ignorar que el dinero incide de modo decisivo en el fútbol pero hay límites. Sabemos que los representantes, los dirigentes de los clubes, los periodistas, los “comentaristas” influyen en las transferencias de los jugadores a instituciones que puedan pagar una calidad que muchas veces está sobrestimada para aumentar la repartija. Detenerse en este punto es imposible en el espacio de una columna, pero hay que poner la lupa sobre esos intermediarios y promotores que distorsionan la realidad y sueñan con clubes que sean sociedades anónimas.
Debemos y podemos exigir a los dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que se arriesguen con proyectos de mediano plazo. Cuando Argentina ganó su primer campeonato del mundo -un éxito amargo que no logró ocultar los crímenes de la dictadura- el seleccionador César Luis Menotti trabajó cuatro años con colaboradores que recorrieron el país buscando jugadores de clubes medianos y grandes con los cuales estructurar un conjunto de buen juego, sin figuras extraordinarias salvo quizás Mario Kempes, alguien lejano a Maradona o a Messi. Otro tanto ocurrió con Carlos Salvador Bilardo, un técnico discutido hasta último momento, particularmente por un grupo de periodistas que representaban a jugadores no incluidos por Bilardo. Con él, con un Maradona integrante de un equipo de buenos jugadores y cuatro años de trabajo ganamos el segundo campeonato mundial en 1986. Continuó otros cuatro años y fue Subcampeón mundial en 1990. Comparando con el mundial que está terminando en Rusia, el entrenador Jorge Sampaoli tuvo sólo 11 partidos en menos de un año (empezó el 1 de julio de 2017) para -además- intentar un esquema de juego que no era compartido por los jugadores. ¿Por qué aceptó Sampaoli esa apuesta perdedora? Por ambición -él lo ha dicho- porque estaba Messi y porque creyó que con ese gran jugador y diez más se ganaba un campeonato. Un error grave.
Ahora es el momento de trabajar con seriedad. No podemos esperar mejoras políticas sociales que puedan crear un contexto razonable de promoción del deporte porque eso depende de lo que voten los ciudadanos. Y no ocurrirá con el actual gobierno. Pero debemos exigir seriedad a los dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que deben elegir y bancar a un técnico con un plan razonable, que privilegie el trabajo conjunto, dispuesto a ignorar las presiones de la prensa, que preste atención privilegiada a las divisiones inferiores de los clubes -cantera de los grandes jugadores- y que no busque engañosos éxitos inmediatos. Pongámoslo así: no nos interesa tanto ganar la copa América, que es dentro de dos años, sino el campeonato mundial que es en cuatro. Sólo se trata de actuar con seriedad, humildad y fuera de los focos de luminarias engañosas del éxito fácil.