La evolución social condiciona la distorsión de los ideales con la finalidad de un reajuste hacia nuevas circunstancias. Este proceso de reconstrucción de la realidad, en muchos casos implica dejar atrás logros alcanzados y el ser infiel con los principios por los que se ha trabajado.
Cómo es posible hablar en un discurso tal de evolución, cuando se retoman formas antecedentes a las existentes. Cuando se nos presenta de frente una posibilidad tal, cómo avanzar hacia el futuro sin que implique una vuelta hacia el pasado, en apariencias distante, pero en realidad, demasiado cercano.
La construcción de un estado de relaciones trae consigo el estudio, no solo de las mejores posibilidades de la colectividad social, sino también el reconocimiento de las potencialidades reales de desarrollo de un espacio. Esto implica la identificación de las verdaderas necesidades sociales y no la imposición externa y arbitraria de estas, con la finalidad de corresponderse con intereses ajenos y disonantes respecto a la realidad misma. Una vez más las minorías de la élite logran dominar la imagen de la necesidad de las mayorías.
En esta producción y reproducción del ideal social, la transformación se expone de manera externa y en apariencias ajena a la verdad que representa. Se dibuja bajo la imagen de formas renovadoras, progresistas para esconder una esencia conservadora y legitimadora de estados de relación que niegan la evolución social real.
La forma en sí, aparece disfrazada con la imagen de lo necesario, se trasluce en la inmediatez de lo novedoso y se pierde en la conformación de lo real. Un ideal vencido, una vez más, se toma por lo verdadero, y, nuevamente la revolución constante y necesaria del ideal queda detenido para un momento menos problemático.