Desde mi regreso a Chile hace pocas semanas, la derecha política está dando muestras del nivel de sus capacidades y pensamientos, ilustrados por medio de dos casos que la retratan de cuerpo entero. Uno está referido a lo que representa una corbata para el abordaje de una política de defensa, y el otro, al rol que cumplen los bingos en la educación chilena.
El primer ejemplo tiene relación con una invitación extendida al abogado y académico, doctor en Derecho, Jaime Bassa, para exponer en su calidad de experto en defensa, a la comisión de Defensa de la Cámara de Diputados. Al asistir sin chaqueta ni corbata, fue cuestionado por dos diputados, uno de la UDI y el otro del partido radical, por considerarlo «una falta de respeto». Ante esta objeción, se le consultó sobre sus antecedentes académicos, a lo que respondió: «Soy abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, doctor en Derecho de la Universidad de Barcelona, magíster en Derecho de la Universidad de Chile, magíster en Filosofía de la Universidad de Valparaíso. No sé si la corbata agrega a algo a lo que tengo que decir”.
En el otro caso, la guinda de la torta la puso el Ministro de Educación, Gerardo Varela, quien en el marco del aniversario de la organización de apoyo a la educación Enseña Chile, afirmó que “Todos los días recibo reclamos de gente que quiere que el Ministerio le arregle el techo de un colegio que tiene goteras, o una sala de clases que tiene el piso malo. Y yo me pregunto: ¿por qué no hacen un bingo?». Frase que llamó la atención por su crudeza. A modo de explicación, sin que se le arrugara la cara, remató sosteniendo: “¿Por qué desde Santiago tengo que ir a arreglar el techo de un gimnasio?. Son los riesgos del asistencialismo, la gente no se hace cargo de sus problemas, sino que quiere que el resto lo haga”. A diferencia de anteriores desaguisados, en este no hubo improvisación alguna, por cuanto se trató de un discurso leído.
La primera anécdota es reveladora del nivel de formalismo imperante, de la importancia que se le asigna a las formas, antes que al fondo, al contenido de lo que se debate, así como al trato que se da a unos u otros en un país donde los delitos de los pobres se castigan con todo el peso de la ley, mientras que ante los delitos cometidos por los personajes de cuello y corbata se mira al techo.
La segunda, revela la mirada imperante a nivel gubernamental, del neoliberalismo que azota al país, donde se asume que cada uno debe arreglárselas como puede, donde el individualismo prima por sobre lo colectivo. Una mirada que empapa y rebalsa el ámbito educacional: se educa para tener más, antes que para ser más; para que prime un espíritu competitivo antes que colaborativo; y esto invade otros ámbitos, particularmente el de salud y el previsional, donde cada uno tiene que rascarse con sus propias uñas, o a punta de bingos.
No obstante esas palabras parecieran invitarnos al pesimismo, el optimismo no debe abandonarnos, porque aún no hemos perdido la capacidad de sorpresa, para asombrarnos ante este tipo de discursos y hechos. Mientras mantengamos y acrecentemos esta capacidad para sorprendernos y elevar nuestras protestas, podemos seguir creyendo en que otro mundo es posible.