Si no hubiese existido, tal como fue, el 2008, quizá no habríamos llegado así como lo hicimos al Bicentenario en 2010. Paradojas impensables de la historia. Parecía, hasta que ganó Macri, que los modelos en disputa seguían siendo el país agroexportador versus el país del desarrollo científico industrial. Los ganadores de la disputa de 2008 se dieron por enterados justo esta semana que el que ganó con Macri es un nuevo modelo que ya no los tiene a ellos como eje, el que se corresponde con esta fase capitalista. Ganó el modelo buitre, que para la tierra tiene previsto algo más epocal que la exportación de materias primas: el negocio será venderlas. O mejor dicho: comprarlas.
En 2008, ya habían pasado un gobierno entero de Néstor Kirchner y estaba empezando el de Cristina Fernández, y sin embargo una enorme parte de los sectores que recién entonces viraron hacia el kirchnerismo, habían acompañado, celebrado y recibido en algunos casos con asombro muchas políticas de Estado, pero no habían defendido al gobierno como propio. Se habían dado enormes pasos, como la política de derechos humanos. Nos habíamos sacado de encima al FMI, que para mi generación era una malformación casi congénita de este país: habíamos salido del secundario en dictadura y ya éramos sólo ciudadanos de la patria financiera. De ninguna patria más.
Nos causaba gracia escuchar a nuestros padres contarnos que en sus adolescencias habían tenido libreta de ahorro. En nuestras adolescencias el ahorro ya no significaba nada, porque había inflación. Mismas políticas, mismos resultados. No hace falta ser Einstein. Lo que conocimos como “natural” cuando crecimos con Martínez de Hoz alternando en la cadena nacional con los militares, es decir, las políticas de endeudamiento y achique del mercado interno, intentaron ser cambiadas luego, con el primer Alfonsín, con el vigoroso impulso de la democracia, y creyendo, un poco atolondrados, que con la democracia se curaba, se educaba y se comía.
Después nos dimos cuenta de que no. Que para eso hacía falta más que un sistema, que hacía falta el poder. Que el poder político era una pata frágil, la más frágil del sistema, porque es la única que puede ser removida. Los poderes fácticos se repliegan y contraatacan sin necesidad de que alguien los vote. Les alcanza con tener un candidato propio, que prometa todo lo contrario de lo que hará. Eso fue Menen, después de que a Alfonsín los mismos sectores que salieron a mostrar los dientes en 2008, lo abuchearon y lo ridiculizaron. Después los grandes medios lo ensuciaron, mancharon entre otros el nombre de Mazzorín –quien finalmente fue hallado inocente–, y le dieron un golpe bestial de mercado. A Menem le abrió el paso la hiperinflación.
Con Menem no sólo retomaron con ímpetu renovado la ansiedad por extranjerizar todo y por deshacer el Estado, sino que intoxicaron al peronismo, porque no existe ningún partido neoliberal en el mundo. Los mercados y sus operadores que juegan en la Champions League lo que hacen es infiltrarse en todo el aparato político de los respectivos países. Por varios caminos. Uno de ellos es el marketing, pero el principal es la corrupción. Son los que sobornan. Y un sobornado ya no puede luchar por nada. Debe cuidarse a él mismo de los carpetazos de jueces que también han sido sobornados y conforman la misma célula maligna. Cambiemos, por su parte, liquidó a la UCR.
Ninguna de esas políticas, las únicas que conocimos en todas nuestras vidas menos en los tres gobiernos kirchneristas –y esto sin hablar de historia, sino para referir a la experiencia–, fue posible sin un sentido común tallado sobre los bajos instintos de una sociedad. Pagan a muchos periodistas para que diseminen el relato del negro que levanta el parquet para hacer el asado. El cliché no importa, puede ser un grasita o un vago, es siempre más o menos el mismo. Para muchos, las pibitas pobres siempre se embarazarán para cobrar la AUH, de modo que para qué tener AUH. Cada prejuicio y estigmatización sembrada contra los sectores populares, si uno sigue la punta del ovillo, termina generándoles extraordinarias ganancias a los cien vivos de siempre.
Cuando en 2008 muchos vieron la crudeza del fin de la metáfora, y las caras de los dueños de la tierra, entrevieron que si ganaban, volverían las mismas políticas que nos habían arruinado la juventud y que habían hecho morir a muchos argentinos en la miseria. Y sintieron que si no se defendía aquel Estado imperfecto pero nuestro, no nos merecíamos la patria. Porque lo que queríamos muchos era eso. Tener una patria y estar incluidos en el himno, cantar algo propio, tener bandera. Fue tímidamente en muchos casos. Con recelo. Era un salto subjetivo enorme el que había que dar. Habíamos nacido opositores. Y no queríamos volver a serlo, porque habíamos visto mucha sangre, mucho dolor, mucho desgarro. Conocíamos historias terribles que habían acompañado a esas mismas políticas en dictadura y en democracia. Esos sectores percibieron con una inteligencia colectiva que lo que estaba siendo atacado no era el gobierno de una mujer, sino esa patria que sin inclusión no es posible, porque la patria vive en los cuerpos y las almas de los que la aman. Y suena grandilocuente pero porque han hecho que suene así: el pan llega a cada boca cuando hay patria.
Por eso al 2010, el año del Bicentenario, llegamos un poco agitados pero íntimamente vinculados a eso que palpitaba en las noticias de los científicos repatriados, las computadoras para los pibes de todo el país, las reestatizaciones, las universidades en los barrios. La patria no era otra cosa que la libertad imprescindible para ser lo que el pueblo quisiera. Un poco así, un poco menos, un poco más, pero articulada esa medida con la voluntad popular.
En esos días y noches inolvidables del Bicentenario, en esas calles, en esas avenidas, en esos escenarios, en esos presidentes populares que cruzaron a pie y sin custodia la Plaza de Mayo, en ese clima multitudinario en el que no hubo ningún incidente, algo nos iba floreciendo adentro. Era sorpresivo. Eramos tan atacados por los grandes medios que no sabíamos que éramos tantos, tantas, que era la conciencia de estar en familia la que llenaba esas multitudes de bebés y niños. Era la confianza en el Estado. Estábamos en paz.
Hoy esa patria está humillada, hundida en el azoramiento con el que se la desgaja, se la perfora, se la tajea, se abusa de ella. Si la patria está en peligro es precisamente porque quienes han llegado al poder están llevándola a una agonía de la que puede que no la podamos recuperar. Esto es más profundo y más importante que nada. Las disputas, los debates, los enconos, toda la borrasca de la democracia, será tragada junto a la patria. Seremos territorio yermo, ajeno, botín de guerra, quizá literal. No hay nada más urgente que estar de acuerdo en esto, y estar a la altura de esta circunstancia límite.