Los recientes acontecimientos han demostrado claramente el gran papel y poder de los llamados mercados. Las palabras del comisario europeo de presupuesto, Günther Oettinger, «Los mercados enseñarán a los italianos a votar correctamente» lo dicen de manera inequívoca. De hecho, este es un buen paso adelante, finalmente el enemigo comienza a mostrar su cara. ¡Debemos agradecer los cambios políticos que hicieron posible que saliera a la luz parte de la verdad!
Pero, ¿quiénes y cuáles son estos «mercados» que parecen estar por encima de los Estados y que determinan sus opciones políticas? En una forma muy simple y corta, aunque necesariamente superficial, los mercados son personas reales como, por ejemplo, la familia Rothschild, George Soros por nombrar algunos, que tienen tanto dinero que ni siquiera podemos imaginar. Para hacer fructificar este dinero y aumentar el poder que de él se deriva, lo invierten y lo prestan a grandes empresas, bancos e incluso a los estados nacionales. Esto no se hace personalmente, sino a través de instituciones financieras, como la Goldman Sachs con sede en Nueva York. Cito la Goldman Sachs porque es uno de los protagonistas de la crisis griega, como se cuenta claramente en el episodio de Petrolio su rai 1 (programa televisivo italiano) del 18 de abril de 2016. Pero para prestar dinero quieren «confiabilidad» y luego crean instituciones, obviamente privadas, que juzgan el nivel de «salud» de un estado. Es el caso de Standard & Poor’s o Moody’s Corporation, ambas con sede en Estados Unidos, cuatro burócratas exigiendo que, si baja la calificación de Italia (o la de Alemania o Polonia…), debe reformar inmediatamente las pensiones o recortar el gasto público. ¡Quieren inversiones garantizadas y no el riesgo en el que se basaba el capitalismo! Estos caballeros chantajean a los estados porque si venden el crédito que han contratado con los gobiernos, producen una crisis económica. Usan palabras incomprensibles para nosotros los mortales comunes como spread, derivados, futuros, nasdaq, tal como la iglesia usaba el latín y nadie entendía nada al respecto. Pero las palabras sirven para ocultar una verdad que en realidad es terriblemente simple y obvia: pocas personas han tomado posesión del bien común, tienen tal poder financiero que controlan los estados-nación con todos sus habitantes. Incluso el New York Times los llamó «Los Señores del Universo».
Su visión es que, en el universo infinito, en el Cinturón de Gould de la Vía Láctea, el planeta Tierra es una compañía única y grande donde lo único que cuenta es el dinero y las ganancias. Cada uno en esta pirámide social tiene su propio lugar. Para tener un control preciso necesitan de sucursales, es decir, los estados nacionales, administrados por políticos «responsables» que en algunos países son elegidos en elecciones libres. Sin embargo, esto sólo se aplica hasta que los votantes o los parlamentos cuestionan el modelo establecido. En estos casos, los mercados comienzan a «fibrilar» y a «enviar señales», como nos dicen los medios de comunicación. «¡Los mercados enseñarán a los italianos a votar de la manera correcta!», truena constantemente Oettinger. Ahora también podemos entender las declaraciones del presidente Mattarella, el gobernador de la colonia-sucursal Italia, que paternalmente advierte que con ciertas opciones atraemos la ira nefasta del imperio y los mercados y que esto no nos conviene, ¡mejor ser cautelosos!
Está claro que un verdadero gobierno de cambio sólo será tal si cuestiona el papel del capital financiero devolviendo el poder a los gobiernos y a la gente y devolviendo valor a la economía real. Se necesitan opciones valientes en esta dirección o, en el mejor de los casos, veremos reformas interesantes, pero sólo de aspectos secundarios de la sociedad, sin socavar en modo alguno las leyes establecidas por el mercado para las democracias y la vida en el planeta Tierra.
En cualquier caso, serán los tumultuosos acontecimientos del futuro los que dejarán claro que este modelo social y económico no puede perfeccionarse, sino que es necesaria una profunda transformación en la dirección que los humanistas llevan proponiendo desde hace mucho tiempo.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez