Rachel Ibreck, Goldsmiths, Universidad de Londres para The Conversation
Recientemente se eligió a una mujer como jefa mayor en Sudán del Sur, un acontecimiento no poco común, pero muy inusual que muchos esperan que pueda traer un cambio positivo a un país devastado por la guerra civil y la violencia sexual que conlleva. Rebecca Nyandier Chatim es ahora la jefa del grupo étnico Nuer en el sitio de Protección de Civiles de las Naciones Unidas (PoC) en Juba, donde más de 38.000 personas han buscado asilo con la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS). Su victoria es de importancia simbólica y práctica.
Los jefes de Sudán del Sur ejercen un poder real, incluso durante tiempos de guerra. Administran leyes consuetudinarias que pueden resolver disputas locales pero también refuerzan las diferencias de género y las desigualdades, en beneficio de la elite militar.
Entonces, ¿podría una jefa de familia trabajar para cambiar esto? Es cierto que, incluso si la nueva jefa está decidida a cambiar, lo cual queda por verse, las probabilidades están en su contra. Ella y su comunidad son personas vulnerables y desplazadas que viven en una especie de campamento interno de refugiados, custodiado por personal de asistencia de la ONU. Los combates y las atrocidades han continuado afuera, especialmente en las tierras devastadas de los Nuer. Pero la nueva jefa cuenta con el apoyo del ex director y un grupo de paralegales masculinos, que han celebrado su victoria como un avance para la igualdad de género. Juntos, podrían hacer la diferencia.
Mujeres en el poder
Sudán del Sur necesita más mujeres en puestos de autoridad. El nombramiento de una jefa da un impulso a la causa del empoderamiento de las mujeres y proporciona una bienvenida distracción de la desesperación general y la frustración con los líderes militarizados y masculinos del país. En su guerra civil interna, que estalló en diciembre de 2013, atacaron a civiles y mataron a más de 50.000. Han obligado a más de 200.000 personas a ingresar a los sitios de protección de la ONU dentro de Sudán del Sur, y a más de 2 millones a través de sus fronteras.
Los informes de violencia sexual son alarmantes: la ONU encontró «el uso masivo de la violación como un instrumento de terror», y Amnistía Internacional informó que era «desenfrenada». La violencia doméstica también es común. Un estudio reciente del Global Women’s Institute estimó que más del 65% de las mujeres y las niñas habían experimentado alguna forma de violencia de género, el doble del promedio mundial. Y recientemente surgieron acusaciones de violación y explotación sexual por parte del personal de asistencia y ayuda humanitaria.
Por supuesto, no se puede esperar que las mujeres líderes transformen solas un orden patriarcal violento. A menudo tienen identidades ambiguas; e incluso pueden tener impactos negativos. La jefa Nyandier ahora es una jefa, pero ella fue un general en un ejército rebelde, el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán del Sur en Oposición (SPLA-IO). Sin duda, su historial militar ha contribuido a su posición.
El nombramiento de una jefa es muy inusual, aunque no sin precedentes. Ha habido jefes Nuer mujeres desde la década de 1990, y hay otras formas establecidas en que las mujeres pueden ganar autoridad dentro de la sociedad Nuer, convirtiéndose en «hombres sociales«, o mediante afirmaciones de posesión divina como profetas. Pero esas mujeres pueden incluso estar directamente involucradas en la violencia. Por ejemplo, en la guerra actual, la profetisa Nyachol ha ejercido autoridad espiritual sobre jóvenes armados, cultivando algunos límites en el uso de la violencia, pero también movilizando a sus seguidores para luchar en defensa de la comunidad y en ataques de venganza contra sus vecinos.
Aun así, las mujeres de Sudán del Sur se están uniendo a través de las divisiones etnopolíticas en las protestas contra las atrocidades o los llamados a la inclusión en la mesa de negociaciones por la paz. Todavía tienen que ganar una tracción real. Pero en la última ronda de conversaciones de paz, una activista de las mujeres expuso sucintamente sus intenciones: «La paz es para la gente, no para los líderes».
Jefes patriarcales
Los jefes están en condiciones de hacer cambios a las normas sociales y a los acuerdos. Obtienen autoridad de su estatus como una institución formal del gobierno local. Su legitimidad se basa en sus relaciones con las personas que los seleccionan.
Los jefes actúan como mediadores a nivel comunitario y también tratan de «tratar con el gobierno«; se han adaptado o resistido de forma diversa a sucesivos regímenes depredadores coloniales y autoritarios. Sus tribunales consuetudinarios son asuntos transparentes y participativos que pueden emitir juicios rápidos y tangibles. Proporcionan el mecanismo judicial más accesible, a menudo el único disponible, y han seguido presidiendo los casos, en medio de las interrupciones del conflicto, con poco o ningún salario.
Regulan todo tipo de disputas y acusaciones, pero se dedican especialmente a asuntos familiares, incluidos el abuso doméstico, la violencia sexual, el divorcio y el adulterio. De forma abrumadora, los juicios de los jefes privilegian los intereses de los maridos y las familias sobre los de las mujeres y las niñas; pueden atrapar a las mujeres en matrimonios abusivos y administrar adulterio severo o castigos de «fuga» a parejas no casadas.
Las sentencias que violan los derechos humanos y tratan a las mujeres como una mercancía han persistido incluso en los sitios PoC controlados por la ONU, como el de Juba, donde la nueva jefa ocupa su puesto. Pero la autoridad del jefe está hasta cierto punto limitada por el entorno, ya que la UNMISS ha establecido sus propios cuerpos para la gestión del campamento, que incluyen a la policía de la ONU, organizaciones humanitarias y estructuras comunitarias locales, y no reconocen la autoridad judicial de los tribunales de jefes.
Sin embargo, los “internacionales” no tienen el mandato de administrar justicia dentro de los sitios, y las disputas violentas, la criminalidad y los conflictos interfamiliares han proliferado. Las mujeres han recurrido a los jefes y comparecido en el tribunal como demandantes y demandadas en innumerables casos, que van desde discusiones con vecinos a violencia sexual y abuso doméstico, como lo demostramos mis colegas y yo en un proyecto de investigación reciente que documentó más de 300 casos judiciales en el PoC . Entre estos casos, encontramos muchos ejemplos de discriminación y violaciones de los derechos de las mujeres. Pero también encontramos algunos casos que sugieren innovación y adaptación. Esto plantea la pregunta de si se pueden sostener los buenos precedentes y de qué manera.
Ventajas y desventajas
La idea de que los jefes podrían estar entrenados para garantizar los derechos humanos ha generado propuestas optimistas de agencias internacionales en Sudán del Sur durante años. Pero hay muchos obstáculos.
Los jefes son en sí mismos el producto de un sistema de gobierno represivo. Las costumbres se han forjado en interacción con el estado predatorio desde la época colonial, y las leyes consuetudinarias sirven a los intereses de lo que el politólogo Mahmood Mamdani llamó el «despotismo descentralizado» del tribalismo administrativo, que incluye las segregaciones étnicas y de género y las jerarquías que permiten la represión y movilización violenta. Hay intereses poderosos en la preservación de este status quo.
Pero la costumbre también es resistente por razones materiales y sociales. Proporciona previsibilidad y orden en un entorno político radicalmente inestable. Además, defiende la dignidad de las personas como miembros de una comunidad, incluso si viola algunos derechos individuales.
Incluso bajo el gobierno de la ONU, el derecho consuetudinario ha florecido como un baluarte contra la inseguridad. La dolorosa ironía de que la costumbre también suele ser la raíz de los conflictos hace que la reforma sea necesaria; pero no hace que sea más fácil de lograr donde se necesitan respuestas inmediatas.
Esperanza
Sin embargo, el nuevo jefe, Nyandier, tiene oportunidades únicas para liderar los derechos de las mujeres bajo el gobierno de la ONU, independientemente de su experiencia o lealtades anteriores. No menos importante porque tiene aliados en una red informal de jóvenes entrenados como asistentes legales que están decididos a que sus hermanas e hijas no sean «tratadas como recursos».
Los asistentes legales han aprendido los principios básicos de las leyes de derechos humanos, están familiarizados con las costumbres heredadas y han experimentado múltiples injusticias. Se han involucrado en las respuestas creativas y prácticas a las disputas y entienden las confusas consideraciones sociales, económicas y culturales que las impulsan. En contraste con los enfoques técnicos e idealizados de la reforma legal, a menudo adoptados por los programas internacionales de «estado de derecho», estos activistas legales actúan en los márgenes de maneras que resuenan con los enfoques consuetudinarios de resolución de problemas. Son capaces de responder a una realidad que las prácticas cotidianas y las redes sociales gobiernan en Sudán del Sur, más que las ideas y las instituciones.
Esta es la razón por la cual las relaciones entre el nuevo jefe y los jóvenes activistas paralegales son importantes. Y lo que está en juego es más alto de lo que parece. Mi investigación más amplia sugiere que las elites políticas dependen de combinaciones perniciosas de leyes legales y consuetudinarias para sostener su cleptocracia violenta en Sudán del Sur. Por ello, el activismo legal en los márgenes podría ayudar a transformarlo.
Rachel Ibreck, Profesora de Política y Relaciones Internacionales, Goldsmiths, Universidad de Londres
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Léase el artículo original.
Traducido del inglés por Valeria Paredes