Henry Giroux, Universidad McMaster para The Conversation
El terrorismo de Estado tiene muchas formas, pero una de sus expresiones más crueles y repugnantes es cuando está dirigido a los niños.
Separar a los niños de sus padres es ciertamente una forma de terrorismo y apunta no solo a una sociedad que ha perdido su brújula moral, sino que también ha caído a tal oscuridad que exige las formas más ruidosas de indignación moral y una resistencia colectiva dirigida a eliminar las narrativas, las relaciones de poder y los valores que la sustentan.
La violencia estatal contra los niños tiene una historia larga y oscura entre los regímenes autoritarios.
La policía de Josef Stalin se llevó a los niños de los padres a los que calificó como «enemigos del pueblo». Adolf Hitler, Francisco Franco y Augusto Pinochet separaron a los niños de sus familias en gran escala como una forma de castigar a los disidentes políticos y a aquellos padres considerados desechables.
Ahora podemos agregar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la lista de perversos.
Amnistía Internacional ha calificado la decisión actual de Trump de separar a los niños de sus padres y almacenarlos en jaulas y tiendas de campaña como una política cruel, que equivale a «nada menos que tortura«. Muchos de los padres a quienes se les quitaron sus hijos ingresaron legalmente al país, exponiendo involuntariamente lo que se asemeja a una política de limpieza racial sancionada por el estado.
En cualquier sociedad democrática, el índice principal a través del cual una sociedad registra su propio significado, visión y política se mide por la forma en que trata a sus hijos, y su compromiso con el ideal de que una sociedad civilizada es la que hace todo lo posible para que el mundo sea un lugar mejor para la juventud en el futuro.
Abuso y terror
Con esta medida, la administración de Trump ha hecho más que fracasar en su compromiso con los niños. Los ha maltratado, aterrorizado y marcado. Además, esta política ha sido iniciada y legitimada ridículamente por el Fiscal General Jeff Sessions, un notorio defensor antiinmigrante, con un versículo de la Biblia que históricamente fue utilizado por racistas para justificar la esclavitud.
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En nombre de la religión y sin ironía, Sessions ha puesto en juego una política que ha sido un sello distintivo de los regímenes autoritarios.
Al mismo tiempo, Trump ha justificado la política con la mentira notoria de que los demócratas tienen que cambiar la ley para que se detengan las separaciones, cuando en realidad las separaciones son el resultado de una política inaugurada por Sessions bajo la dirección de Trump.
Trump ha escrito en Twitter que los demócratas están dividiendo familias.
Sin embargo, según el New York Times:
El Sr. Trump está tergiversando su propia política. No existe una ley que diga que los niños deben ser retirados de sus padres si cruzan la frontera ilegalmente, y las administraciones anteriores han hecho excepciones para aquellos que viajan con menores de edad al enjuiciar a los inmigrantes por ingresar ilegalmente. Una política de «tolerancia cero» creada por el presidente en abril y puesta en práctica el mes pasado por el fiscal general, Jeff Sessions, no permite tales excepciones, dicen los asesores de Trump.
El secretario de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, en realidad ha agrandado la mentira de Trump y la ha convertido en un horrendo acto de ignorancia y complicidad deliberada.
Esta es una extensión del estado carcelario a los grupos más vulnerables, poniendo en juego una política punitiva que señala un descenso al fascismo, al estilo estadounidense.
Marsha Gessen de la revista The New Yorker hace bien al comparar las políticas de Trump hacia los niños con las utilizadas por Vladimir Putin en Rusia, lo que equivale a lo que ella llama «un instrumento de terror totalitario«.
Ambos países arrestan a niños para enviar un poderoso mensaje a sus enemigos. En este caso, el mensaje de Trump está diseñado para aterrorizar a los inmigrantes mientras refuerza su base, mientras que el mensaje de Putin es aplastar la disidencia entre la población general. Refiriéndose al reino de terror de Putin, ella escribe:
El espectáculo de niños arrestados envía un mensaje más fuerte de lo que podría ser cualquier cantidad de violencia policial contra adultos. La amenaza de que los niños puedan ser separados de sus familias es probable que obligue a los padres a mantener a sus hijos en casa la próxima vez y a que ellos mismos se queden en casa.
Niños gritando por sus padres
En las últimas semanas, han surgido informes, imágenes y audios desgarradores en los que los niños, incluidos los bebés, son separados por la fuerza de sus padres, reubicados en centros de detención con poco personal profesional y alojados en lo que algunos periodistas han descrito como jaulas.
Las consecuencias de la xenofobia de Trump son terriblemente claras en los informes de niños migrantes que gritan por sus padres, bebés que lloran incesantemente, niños pequeños alojados con adolescentes que no saben cómo cambiar pañales y familias destrozadas y traumatizadas.
La administración de Trump ha detenido a más de 2.000 niños y se espera que los números crezcan exponencialmente ante la negativa de Trump de cambiar la cruel política.
Además, la administración de Trump ha perdido la pista de más de 1,500 niños detenidos por primera vez, y no tiene planes de reunir a las familias que ha destruido.
En algunos casos, ha deportado a padres sin haberlos reunido primero con sus hijos detenidos. Lo que es igualmente horroroso y moralmente reprensible es que estudios previos, como los realizados por Anna Freud y Dorothy Burlingham en medio de la Segunda Guerra Mundial, indicaron que los niños separados de sus padres sufrieron emocionalmente a corto plazo y estaban plagados de problemas de ansiedad por separación, a largo plazo.
No es de extrañar que la Academia Estadounidense de Pediatría se refiera a la política de la administración de Trump de separar a los niños de sus familias como una «crueldad radical«.
Trump está activando el fervor fascista que inevitablemente lleva a las cárceles, centros de detención y actos de terrorismo doméstico y violencia estatal. El eco de los campos nazis, las prisiones de internamiento japonesas y la encarcelación masiva de personas de piel marrón y negra, junto con la destrucción de sus familias, ahora son parte del legado de Trump.
La desvergonzada crueldad ahora marca el fascismo neoliberal que conforma actualmente la sociedad estadounidense. Trump está utilizando a niños como rehenes en su intento de implementar su política racista de construir un muro en la frontera de Estados Unidos y México y agradar a su base de supremacía blanca.
El racismo de Trump está en plena exhibición cuando se esfuerza por defender esta política de supremacía blanca.
Está comparando a los migrantes con insectos o roedores portadores de enfermedades. En el pasado, también ha llamado «animales» a los inmigrantes indocumentados. Esta es una retórica con un pasado oscuro. Los nazis usaron analogías similares para describir a los judíos. Este es el lenguaje de la supremacía blanca y el neofascismo.
Larga historia en los EE. UU.
Pero seamos claros. Si bien el enjaular a los niños ha provocado una gran cantidad de indignación moral en todo el espectro ideológico, la lógica subyacente ha sido ignorada en gran medida.
Estas tácticas tienen una larga historia en los Estados Unidos y en los últimos años se han intensificado con el colapso del contrato social, la expansión de la desigualdad y la creciente criminalización de una gama de comportamientos asociados con inmigrantes, jóvenes y las poblaciones consideradas más vulnerables.
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El regreso del fascismo y la guerra de Trump contra la juventud
El tratamiento horrible de padres e hijos inmigrantes por parte del régimen de Trump no solo indica odio hacia los derechos humanos, la justicia y la democracia, sino que pone en evidencia un creciente fascismo en Estados Unidos, en el que la política y el poder se utilizan ahora para fomentar la disponibilidad. Los supremacistas blancos, los fundamentalistas religiosos y los extremistas políticos están ahora a cargo.
Es toda una extensión lógica de sus planes de deportar a 300.000 inmigrantes y refugiados, incluyendo 200.000 salvadoreños y 86.000 hondureños, al revocar su estado de protección temporal.
La crueldad de esta política racista también es evidente en la eliminación de DACA de Trump para los 800.000 denominados soñadores y la eliminación del estatus de protección temporal para 248.000 refugiados.
«Hacer que Estados Unidos sea grandioso otra vez» y «América primero» ahora se ha transformado en un acto de terrorismo sin precedentes y sin complejos contra los inmigrantes. Mientras que la administración de Obama también encerró a las familias de los inmigrantes, eventualmente redujo la práctica.
Bajo Trump, esta práctica salvaje se ha acelerado e intensificado. Su administración se ha negado a considerar prácticas más humanas, como la gestión comunitaria de solicitantes de asilo.
Todo funciona como una fórmula sencilla para hacer que Estados Unidos sea blanco otra vez, y señala la falta de voluntad de los Estados Unidos para romper con su pasado y los fantasmas de un autoritarismo letal.
La admiración de Trump de los dictadores
También es más evidencia de la historia de amor de Trump con las prácticas de otros dictadores como Putin y ahora Kim Jong Un. Además, señala una creciente consolidación de poder que se combina con el uso de los poderes represivos del estado para embrutecer y amenazar a aquellos que no encajan en la visión nacionalista blanca de Trump en los Estados Unidos.
Hay más en juego aquí que el colapso de la humanidad y la ética bajo el régimen de Trump, también hay un proceso de deshumanización, limpieza racial y una convulsión de odio hacia aquellos marcados como desechables que se hace eco de los elementos más oscuros de los principios del fascismo.
Estados Unidos ha entrado ahora en una nueva era de odio racial.
Lo que le está sucediendo a los hijos y padres de los inmigrantes no es solamente un hedor a la crueldad, sino un país en el que los asuntos de la vida y la muerte se han desvinculado de los principios de justicia, compasión y democracia.
Los horrores del pasado del fascismo han viajado desde los libros de historia hasta los tiempos modernos. El camino empinado hacia la violencia y la crueldad ya no se puede ignorar. Ha llegado el momento para que el público estadounidense, los políticos, los educadores, los movimientos sociales y otros aclaren que la resistencia al emergente fascismo en los Estados Unidos no es una opción, sino una necesidad grave y urgente.
Henry Giroux, profesor de la Cátedra de Interés Público en el Departamento de inglés y Estudios Culturales de la Universidad McMaster.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Léase el artículo original.
Traducido del inglés por Valeria Paredes