Por Franci Corrales Acosta
Las últimas tres semanas es la pasión el sentimiento que se ha exacerbado en las redes sociales, se caldean los ánimos y se generan reacciones que convergen alrededor de las campañas políticas, a favor o en contra de la “Colombia Humana” de Gustavo Petro, que propone un cambio como ruptura con las dinámicas de país gobernada por una élite política; y a favor o, en contra, de “Es El Que Es”: Iván Duque, que propone un cambio con respecto al actual gobierno, pero que significa un retorno a la política de élite que controla todas las esferas del poder. El primero un cambio lleno de incertidumbres y el segundo, la certeza de la clase política colombiana que siempre ha gobernado.
Ambas campañas han logrado mover desde lo más profundo, la humanidad colombiana, la necesidad de expresar sentimientos y emociones que representa eso que para cada uno y cada una es Colombia. Las emociones y las pasiones han sido descartadas en la vida política por considerarse la fuente de la irracionalidad. En ello, se socaba la capacidad del ser humano por aprobar o reprobar los actos de humanidad del otro y su sentido ético y moral; la capacidad de leer su momento histórico desde las creencia y los valores sociales.
Pero las campaña política saben muy bien cómo se juega el mundo interior del electorado y, es justo eso, lo que se ve en la cotidianidad de la política cuando Iván Duque, emulando a un homólogo español, escribe una carta a su hija describiendo el país que le quiere dejar o, cuando Petro, llegada la fecha de la segunda vuelta, envía un mensaje que inicia con la imagen de la familia sentada compartiendo el desayuno e invitando a la esperanza. Con ello, no es justamente la racionalidad a la que se alude, es al fuero íntimo en el que se mueve la pasión, donde se produce el amor y el odio. Es una apuesta por conquistar la humanidad del pueblo colombiano. Un apuesta que representa la misma humanidad de los dos candidatos.
En este juego de emociones, en esa imagen humana de quienes aman y tienen familia se abre la pasión por el país, la pasión por Colombia, pero que indiscutiblemente representa dos proyectos de país. Representa un pueblo que se ha dividido y cree que el respectivo camino elegido es el que mejor representa su sentir, un proyecto se ama el otro se odia. Dos razones que se han convertido en la fuente de la discordia y han permitido que la política haya conquistado el terreno del fanatismo, reduciendo la reflexión a memes con frases cortas que hablan odio, historias mal contadas y de versiones precarizadas de las disputas por el poder. El miedo, como la fuente del argumento, sugiere la renuncia a la sensatez que advierte momentos históricos como los que vive un país que desea la paz.
Uno de los proyectos del país, pro establishment con el concurso de todas las fuerzas políticas que han desangrado históricamente el país y que han llevado a esta sociedad a la debacle, produciendo los niveles de inequidad más altos para Latinoamérica, permeado por la corrupción y la mafia, con altos niveles de impunidad y un sin número de promesas incumplidas, habla de desarrollo y de oportunidades. Otro proyecto de país, que emerge de un ex M-19, que carga con el peso de la historia por revelarse ante el orden institucional, con un estigma que le precede y que, por demás, representa la perspectiva de descolocar la zona de confort de muchos en Colombia. Un proyecto que acompaña, lo respalda y condiciona fuerzas sociales, políticas y académicas que emergen del desencanto y habla de posibilidad, de reto y de progresión.
Sin embargo, la conducción de la emoción por obra de los medios de comunicación ha posicionado irrestrictamente dos sentimientos el de simpatía a favor del candidato Iván Duque y el de animadversión en torno al candidato Gustavo Petro. Mientras el primero es presentado afable, cercano y con dominio de la cotidianidad; el segundo es representado como un sujeto rígido, controversial y paranoico. Con el primero las risas y las confianza; con el segundo el sarcasmo y la mordacidad. Claramente dos sentimientos muy humanos, pero contradictores.
La decisión que se lleva a las urnas puede hacer la diferencia, pero no en todos los casos es cándida, por supuesto está atravesada por valores y creencias que hablan de las prioridades que emergen en cada uno y cada una de los ciudadanos. Hay que apelar al afecto y a la pasión humana que nos conduzca a una decisión que brinde paz. Según Nossbaum las emociones públicas tienen consecuencias en la consecución de objetivos referidos al progreso de la Nación. Estas pueden imprimir vigor a la lucha o puede descarrilar la lucha, introduciendo y reforzando divisiones y jerarquías. En este caso, ¿cuál es el proyecto de país que mueve la pasión por una vida mejor en tiempos de cambio?