Reseña del libro «La Caída del Cielo
En septiembre de 1984 se publicó en Turín el libro Gli ultimi Yanomami (Los últimos Yanomami). La portada también incluye el subtítulo «Una inmersión en la prehistoria». En ese momento ya había vivido cuatro años en la zona de Catrimâni, trabajando con y para los indios yanomami, viviendo con ellos los años más felices de mi vida. Como mis esfuerzos profesionales surgieron de la necesidad de contribuir a la supervivencia física y cultural de los yanomamis, la palabra «último» me indignó completamente. En julio de 2017 el Corriere della sera publicó un reportaje, uno de cuyos subtítulos es «La plegaria de los últimos yanomamis». Han pasado 33 años entre 1984 y 2017, pero en Italia, refiriéndose a este grupo étnico, se utilizan las mismas palabras banales y estereotipadas. En enero de 2018 la entrevista que me concedió Sveva Sagramola fue transmitida por RAI-TRE. Una amiga periodista, me escribió: «Por supuesto, el hecho de que se hayan duplicado, de que se hayan salvaguardado (¡bien!) ha quitado algo de carga emocional… ¿qué podemos hacer por ellos? ¿O ellos por nosotros?»
¿Qué pueden hacer los yanomamis por nosotros? Pueden ayudarnos a recuperarnos del etnocentrismo, que es una enfermedad tremenda y contagiosa. Recientemente se ha publicado el libro La caduta del cielo. Publicada en francés e inglés en 2010, en portugués en 2015 y ahora en italiano, la obra está destinada a llegar a todo el mundo, como espera el coautor Davi Kopenawa, chamán yanomami. En diciembre de 1989, el etnólogo francés Bruce Albert comenzó a grabar las palabras de Davi, y lo hizo durante más de diez años; luego, gracias a su extraordinario dominio de la misma lengua hablada por Davi, las tradujo al francés. El libro es el resultado de la complicidad entre los dos hombres y su preocupación por el destino del pueblo yanomami, siempre amenazado sistemáticamente por los frentes de expansión de la sociedad occidental. Es una autobiografía que convierte, al mismo tiempo, el etnólogo, en biografía. Es una enciclopedia yanomami, dada la cantidad de información sobre el hábitat, el idioma, la mitología, la botánica, la zoología, la cultura material.
La lectura de la obra nos permite penetrar en la cosmogonía yanomami, conocer en qué valores este pueblo ha construido su estructura social; nos hace meditar sobre diferentes formas de ver, sentir, actuar; compara la llamada sociedad «civilizada» con la llamada «primitiva». Para los occidentales, «ecología» es una palabra de moda; para los yanomamis, es una forma de vida. La acumulación, el consumismo, la agresión contra la naturaleza y la explotación salvaje de los recursos naturales han transformado la tierra en un vertedero de basura. Ya no podemos deshacernos de los residuos. Los tóxicos envenenan el aire, el agua, el subsuelo, todo lo que comemos, y morimos de cáncer. Los peces mueren asfixiados por el plástico; mueren en el mar los «diferentes» que nuestro egoísmo rechaza. Concebidas por mentes enfermas, las faraónicas centrales hidroeléctricas y nucleares se han convertido en desastres ambientales, devastando territorios incluso más lejos de los lugares donde fueron construidas. Todo sucede en nombre del llamado progreso, que, al aumentar, no hace más que vaciar el alma de las personas, haciéndolas individualistas y desconsoladamente solitarias.
Las palabras de Davi y Bruce nos confrontan con todo esto. Davi es tan generoso como para preocuparse también por los hombres blancos: sugiriendo que nos aseguremos de que el cielo no se caiga, está diciendo que junto con los yanomamis nos salvaremos también nosotros. Por otra parte, la generosidad es el mayor valor para los yanomamis. Según ellos, sólo aquellos que han sido generosos en la vida llegarán a la «tierra de arriba», es decir, a la dimensión que llamamos cielo. A finales de los años setenta, los demás miembros del equipo de trabajo de Catrimâni y yo realizamos un proyecto llamado Plan de Concientización, cuyo objetivo era ayudar a los yanomamis a comprender lo que amenazaba su territorio en ese momento (apertura de carreteras, aserraderos, colonización). Al principio no fue nada fácil, porque los nativos objetaron que el bosque es grande y que hay espacio para todos. Cuando las epidemias y las muertes redujeron trece aldeas a ocho pequeños grupos de sobrevivientes, comprendieron en carne propia lo que llevaba el hombre blanco.
Entre las reivindicaciones de los indios brasileños en los últimos años -y los yanomamis no son una excepción- está la de no hablar de ellos como de un pasado remoto, de dejar de colocarlos en la prehistoria. Están. Existen. Han resistido la invasión de sus tierras durante más de quinientos años. Son nuestros contemporáneos. Sus culturas y sociedades no son inferiores, sólo son diferentes. Tendrían mucho que enseñarnos, si tan sólo tuviéramos la humildad de escucharlos por lo que son: seres humanos con conocimientos, experiencias, derechos, sentimientos, sueños, al igual que nosotros. A pesar de los continuos y agotadores ataques a su territorio y a su modo de vida, en los últimos años los yanomamis han aumentado considerablemente, se han organizado en asociaciones, tienen maestros, enfermeras, líderes que viajan por el mundo para mantener la atención en su situación, denunciando violaciones, reclamando derechos.
No, claro que no: no son ni serán los últimos yanomamis. Si el cielo cae, ellos y los demás pueblos indígenas tendrán una oportunidad de sobrevivir, porque saben cómo tratar la tierra, cómo disfrutarla sin violarla, cómo dejarla embarazada y perpetuar su descendencia. Durante una estancia en la aldea de Davi, Bruce me tomó una foto con la hija de Davi en brazos: para mí es más valioso que todo el oro y los minerales preciosos que los ladrones blancos ya han extraído ilegalmente del territorio yanomami. Asociado a la imagen de la foto está el deseo de que la pequeña sociedad yanomami siga creciendo fuerte y saludable, a pesar de todo y de todos.
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Davi Kopenawa y Bruce Albert
La caída del cielo
Palabras de un chamán yanomami
traducción: Alessandro Lucera y Alessandro Palmieri
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez