Marcha Petitorio Feminista de las estudiantes de la Universidad de Chile
Son las cinco de la mañana, las estudiantes duermen en las tomas feministas, el trabajo ha sido arduo: elaborar el petitorio para hacer de la universidad un espacio seguro, sano, libre de discriminación, con capacidad para abordar las situaciones de violencia a la que está expuesta la comunidad en su interior y con herramientas para la detección temprana de acoso sexual, acoso laboral, discriminación y cualquier tipo de violencia machista.
A esa misma hora la señora Margarita baja de la micro camino a su trabajo, está oscuro todavía cuando los cinco hombres la detienen y la golpean hasta morir, no es mucho lo que le pueden robar; es aseadora en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, probablemente trabajadora de alguna empresa externa. Ante sus gritos, los vecinos cierran sus ventanas.
Es abrumador, después de tanto canto y baile, ese minuto de silencio por la señora Margarita Ancacoy. Hay dolor, la noticia es reciente y muchas de las cientos de estudiantes que repletan el patio interior de la universidad más antigua de Chile, la desconocen.
La marcha que acompañó la entrega del documento al Rector Vivaldi transcurrió alegremente. No estaba autorizada sin embargo fue pacífica, incluso cuando las estudiantes ocuparon una de las pistas de la Alameda, nada de tóxicas bombas lacrimógenas ni chorros de agua. El alma femenina se impuso.
Es un petitorio justo, mínimo pero justo. Hace 40 años, cuando el Rector era un joven profesor en la Escuela de Medicina esto no se habría ni soñado. Ahora ya no, el acoso, la vulneración de derechos elementales, el maltrato y la discriminación hacia las mujeres y los disidentes sexuales está dejando de ser algo normal, al menos en la universidad, está dejando de ser aceptado. Es un avance.