Los asesinatos, el exilio, la represión y el neoliberalismo no podrán borrar de nuestra memoria que durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, campesinos, jóvenes y desamparados pudieron desafiar de igual a igual a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.
“…para matar al hombre de la paz, para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla. Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte.” (Allende, poema de Mario Benedetti)
Cuando Salvador Allende, en su discurso del 11 de septiembre, antes del bombardeo a La Moneda, dice “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”, simboliza su concepción política. No es a una minoría oligárquica sino al pueblo chileno que le corresponde transformar la sociedad y hacer historia. Esa transformación significaba para Allende asegurar a cada familia, hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos y oportunidades en la vida.
Mientras la revolución cubana, promovía la lucha armada, para transformar las estructuras oligárquicas Allende insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. Transformar radicalmente, pero en el marco de las instituciones vigentes.
En el Pleno Nacional del Partido Socialista, el 18 de marzo de 1972, el Presidente Allende cuestiona los conceptos leninistas sobre el Estado, insistiendo en la vía chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva, en estos momentos, a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.”
Allende fue perseverante en su lucha por la transformación, pero también insistente en la defensa de la democracia. Construir una nueva sociedad en que impere el pluralismo, las libertades individuales y las elecciones, pero con los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores participen en las decisiones del país. Por ello durante los mil días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca había ocurrido en la historia republicana.
En efecto, las libertades de reunión, de opinión y de prensa, alcanzaron su máxima expresión bajo el gobierno de Allende. Periódicos, radios y canales de TV, de variado tinte político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Trabajadores, que nunca habían podido manifestarse, multiplicaban los sindicatos exigiendo sus reivindicaciones y aportando a las decisiones de las empresas. Estudiantes, que participaban en el destino de sus universidades, con los mismos derechos de las autoridades académicas. Campesinos que se organizaban y reunían libremente para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra. Y, mujeres y hombres, que en los barrios se organizaban en juntas de vecinos y comandos comunales. La democracia adquirió su expresión más elevada durante el gobierno de la Unidad Popular.
Los grandes intereses internacionales y nacionales no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia. El 11 de septiembre de 1973 se clausuró un ciclo de luchas y auge del movimiento popular. Los errores propios y la resistencia de los dominadores, nacionales y extranjeros, impidieron que se materializaran los anhelos de Allende y del pueblo de Chile.
Los tres años de la Unidad Popular y la figura de Allende jamás serán olvidados. Se han instalado en la memoria colectiva. Nuestros nietos sabrán que hubo un presidente que llenó de dignidad a Chile, que representó como ningún otro líder a los humildes y que conmovió al mundo con su valentía. Los asesinatos, el exilio, la represión y el neoliberalismo no podrán borrar de nuestra memoria que durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, campesinos, jóvenes y desamparados pudieron desafiar de igual a igual a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.
El sistema político excluyente y el modelo económico de desigualdades, instaurado por Pinochet, han hecho retroceder a nuestro país en muchas décadas. En la actualidad son unos pocos grupos económicos los que han monopolizado la riqueza que producen todos los chilenos y su poder les ha permitido poner a su servició a la clase política.
Finalmente, en este recordatorio del 110 aniversario del nacimiento de nuestro líder y mártir corresponde un comentario adicional. No se puede ocultar que gran parte de la generación política, que acompañó a Salvador Allende en su lucha transformadora, ha terminado administrando el régimen político de injusticias y el modelo económico de desigualdades que instaló el dictador Pinochet. Esa es la verdadera tragedia que impide al pueblo chileno hacer hoy día su propia historia.