En una escueta comunicación televisiva, el presidente Macri anunció que su gobierno solicitará una línea crediticia al Fondo Monetario Internacional. Dicho anuncio, junto a la desbocada apreciación del dólar producto de una corrida financiera en curso, encendieron la alarma roja en gran parte de la población.
¿Está la Argentina tocando fondo? ¿Es último recurso o simplemente preludio de un ajuste aún más salvaje, justificado por el monitoreo institucional? En todo caso, más allá de poses o estrategias, es visto por la gente como debilidad y fracaso.
Objetivamente, el nivel de reservas actuales es de algo más de 56 mil millones de dólares, algo por encima de las existentes en 2011, pero más del doble de las de Diciembre 2015.
En esto no hubo magia sino endeudamiento. La deuda totaliza alrededor de 335 mil millones de la moneda estadounidense, 80 mil más que cuando asumió el nuevo gobierno. Esta deuda equivale al 59% del PBI argentino y a seis veces las reservas del Banco Central.
Y este enorme nuevo endeudamiento no ha repercutido favorablemente en la situación social. Un cuarto de la población argentina (según el gobierno) o un 31.4% (según el informe Marzo 2018 del Observatorio de Deuda Social de la UCA) vive por debajo de la línea de pobreza. Más alarmante aún: Según datos del INDEC, 40% del total de las personas pobres son niños menores de 14 años y el 70% no ha cumplido aún los 30 años.
Lo cierto es que el fraude político – aunque todavía no el mediático – ya son certeza en una importante porción de la población argentina. En especial, en aquellos asalariados y cuentapropistas que votaron por Macri enojados por el impuesto a las ganancias, que recortaba mínimamente sus haberes. O en miles de personas que, envenenadas por una prensa artera, creyeron clavar con su voto un puñal a una corrupción populista tantas veces anunciada pero jamás comprobada.
Hoy el alza de tarifas en los servicios, la disminución del salario en relación a la inflación y el severo estancamiento del mercado interno, con la consecuente baja de ventas y servicios y crecimiento de la desocupación, castigan de un modo mucho más agudo la economía doméstica de esos sectores. Mientras tanto, el monopolio mediático continúa mintiendo.
El trasFondo político
El anuncio de volver a tomar créditos del FMI no es tan sólo una cuestión de números. Representa una pérdida lisa y llana de soberanía. Y no es metafórico. En el sitio del organismo, en la ficha técnica titulada “La condicionalidad del FMI” puede leerse: «Cuando un país obtiene crédito del FMI, el gobierno se compromete a ajustar la política económica para superar los problemas que le llevaron a solicitar asistencia financiera a la comunidad internacional.”
Por otra parte, la aprobación de créditos (o sus habituales refinanciaciones) dependen del voto de los miembros. En el FMI no rige el principio “un país, un voto”. El peso de cada país tiene relación a la cuota de capital suscrita. No es difícil imaginar, tratándose de un organismo surgido en la conferencia de Bretton Woods, cuál país es el de mayor peso relativo en las decisiones del Fondo.
EEUU detenta 16.52% del total, diez veces el poder de voto combinado de 23 naciones africanas o dos veces y media el de Japón o China, a los que sigue Alemania con 5.32% y Francia y el Reino Unido con 4.03%.
El porcentaje de voto estadounidense no es casual. Le permite poder vetar ciertas decisiones que requieren una mayoría especial del 85%.
Con esa relación de fuerzas, la orientación política del FMI sigue habitualmente los dictados de EEUU o al menos no se opone a estos. Y el imperio vela por sus intereses, en absoluto coincidentes con los de los países pobres o en desarrollo.
Un poco de memoria
Durante los años de dictadura militar, la deuda externa argentina aumentó seis veces, de 7 mil millones en 1976 a 42 mil en 1982. Es sabido que banca y dolor van siempre en yunta. La democracia llegó, pero con la deuda al cuello. La piedra se agrandó a 65 mil millones, pero lo que rodó cuesta abajo no fue la roca sino el gobierno de Alfonsín.
Lo que siguió fue prestidigitación pura. Menem vendió todas las empresas públicas y recortó el aparato del Estado para eliminar el supuesto déficit. Todo desapareció, salvo la deuda que trepó al doble.
En el siguiente acto, el entonces secretario de Estado norteamericano Nicholas Brady armó un plan que salvaría al país (y a otros cuantos más de América Latina). Pero no resultó como se esperaba. O sí, pero para la banca: en 1992, la deuda rondaba los 63000 millones; para el año 2000, después de abultados pagos, la deuda llegó a los 150 mil millones de dólares. A lo que siguió la debacle económica, financiera, pero principalmente social del 2001.
Al asumir Nestor Kirchner, la deuda rondaba los 180 mil millones. Con entereza y habilidad, asumió el reto del desendeudamiento y armó en 2005 la operación de canje de la deuda en default, que permitió renegociar aproximadamente tres cuartas partes del monto adeudado.
El 3 de enero de 2006, la Argentina canceló su deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Al asumir Cristina Fernández, dos años después, el pasivo público estaba en 120 mil millones. Pero se había ganado soberanía, contante y sonante. Por un lado, el peso de la deuda respecto al PBI había bajado entre 2005 y 2011 del 80% a menos del 40%. Por otra parte, la deuda en manos extranjeras se redujo entre el 2005 y el 2015 de un 47% al 28,5 por ciento[1].
Lo demás es historia cercana, demasiado cercana.
La desmemoria de las muchas memorias
Para muchos argentinos es incomprensible este regreso histórico. Se habla de amnesia histórica, de una dosis increíble de desmemoria colectiva, de un camino ya tristemente recorrido y de su doloroso final.
¿Pero es cierto que no hay memoria colectiva? ¿Por qué un número importante de argentinos “olvidó” las desgracias que ocasionó el neoliberalismo y votó a este gobierno corporativo? Dejemos apenas por un instante el terror mediático para ver que hubo “de este lado” del televisor.
Sucede que hay muchas memorias conviviendo al mismo tiempo. Memorias generacionales que no guardan los mismos recuerdos ni las mismas vivencias.
No da lo mismo en qué tiempo se nace y en qué tiempo se vive mentalmente, a pesar de vivir en otro físicamente. A una generación adulta sucede otra más joven cuya vida ha transcurrido en otras condiciones. No es lo mismo haber nacido en los sesenta que en los 80 y mucho menos en los albores del nuevo milenio. El germen neoliberal, el individualismo, el consumismo desenfrenado calaron hondo en toda una generación y buscaron su revancha. En otros, ya sesentones, apareció el discurso milico. Y en algunos más viejitos, el antiperonismo puro y duro posterior a la Revolución Libertadora.
Las memorias generacionales son la tragedia y la renovación de la historia al mismo tiempo, porque colocan cierta sordina sobre lo ocurrido para que aparezca algo distinto, aunque el cambio no siempre sea para mejor, como en este caso.
Memorias antiguas
Por debajo de estas memorias de tiempos recientes, hay memorias añejas, que influyen decisivamente el modo de vivir. Son las culturas, las procedencias históricas que señalan rumbos bien definidos y no siempre coincidentes.
En el subsuelo de un argentinismo frágil, yacen pertenencias activas a mundos bien diferentes. Los de aquí y los de allá, una grieta letal, un desamor permanente.
Los que gobiernan son los que quieren ser de allá. No son la civilización frente a la barbarie. Son la civilización de la barbarie.
Muerte y renacer de la memoria
Son también falsificadores de la historia. Tienen memoria corta y ombligos desmesurados, el mundo empezó con ellos. Se muestran como lo nuevo, aunque ya los vimos pasar muchas veces. Son Roca, son Sarmiento, son Mitre. Son los dueños de esclavos, los ganaderos que se repartieron las tierras luego del genocidio indígena. Los que sirvieron dócilmente a los ingleses, a los americanos, los lacayos del amo imperialista. Son los blancos que no quieren ser negros, indios o mestizos. Y algunos pocos son mestizos que tan sólo quisieran ser blancos.
Más allá de ellos y de las pequeñas desmemorias, hay una memoria grande y universal. Irreversible e irrepetible. Es la memoria humana, que entre aciertos y desaciertos nos conduce a la senda de la liberación.
[1] Datos citados por Juan Manuel Telechea en http://chequeado.com/el-explicador/como-evoluciono-la-deuda-en-los-primeros-dos-anos-del-gobierno-de-macri-cambiemos/