por Alejandro Ochoa
«Es sólo a causa de su estupidez
que son capaces de estar tan seguros de sí mismos».
Franz Kafka, El proceso.
La pregunta inevitable que aflora en estos días es: ¿Y después del 20? Intentaré elaborar una respuesta que está centrada en una premisa fundamental de esta seccción: La política en el presente está gobernada por el contratiempo que supone la inexistencia y relativización del progreso como forma irreversible de la condición humana. Es decir, el fin de la historia planteado por Fukuyama es una verdad a medias, o lo que es lo mismo, una completa mentira.
La complejidad de los procesos políticos es elevada. En las periferias del mundo económicamente desarrollado tal complejidad es mayor porque demanda de esas sociedades el ejercicio de contorsión de pensarse distinto pero, al mismo tiempo, tributando a un pensamiento que siempre los mantendrá en la periferia. Es un ejercicio de desdoblamiento para apelar al desarrollo económico como objetivo, sabiendo que no será posible para las mayorías. En realidad, es la puesta en escena para escoger el grupo de interés que hará negocios con el centro: Una versión edulcorada de un regimen colonial, Pero, por esa disposición tan humana a la ruptura, a lo impredecible siempre puede haber alguien que revele a la imposición de esas dinámicas económicas como formas desnudas de colonialismo y entonces, el salto a la libertad. La libertad es así doblemente costosa.
Por una parte, supone la libertad de asumirse distinto en momentos que una completa mentira puede adueñarse de los medios e imponerse como verdad. De este modo, se desvincula el proceso económico de lo ideológico para apelar a un proceso de auto-legitimación. La economía se autolegitima porque asume como universo al modo de producción/relación capitalista. La libertad entonces adquiere así la condición de una confrontación estructural contra todo un sistema que no sólo te oprime sino que además, ofrece una libertad que hace aquella libertad no sólo más peregrina en conseguirla sino además, considera innecesaria su búsqueda. Es la imposición de una libertad a medias. Esta es la oferta que se hace desde la convicción de la universalidad del capitalismo como “única historia”.
Probablemente, la elección que se da en Venezuela en estos momentos sea la más atrevida apuesta que se puede hacer para mostrar las costuras de la “libertad de consumo” y la “libertad del mercado” como premisas sobre las cuales se busca fundar la democracia moderna. Es de tal magnitud el compromiso que la presidencia pasa a convertirse no en un fin en sí mismo, sino un medio necesario para una tarea más trascendental. No deja de resultar paradójico que estemos en una elección en la cual todo apunta a escoger por una rectificación del curso de la economía y la política del país. En este sentido, el sustrato que parece darle continuidad a la política venezolana es algo que parece estar invisible a los ojos de muchos. Esta es la hipótesis a formular: La sociedad venezolana en su imaginario colectivo se apresta a mostrar al socialismo como el contratiempo ya no sólo a los planes de la derecha sino a toda forma de gobierno de características institucionales burocráticas y de carácter totalizante. Es decir, el socialismo en Venezuela se constituirá en la contracultura a la forma de gobierno del estado moderno. Es la vía que se va mostrando como la más accesible para el momento histórico. El socialismo es la grieta para salir de la caverna.
El socialismo del siglo XXI no sabemos adónde llega. Pero se ha aprendido de dónde no nace: del aparato de gobierno. La lección es particularmente severa para la sociedad venezolana que le ha tomado 5 años (por ahora) en entender el llamado de Chávez de defender lo comunal con la vida si fuera necesario. Allí, en esa apuesta tan simple y local se jugó Chávez su última carta desde el poder. Es decir, entender que el socialismo es un acto inminentemente cultural y requiere de un fundamento en lo cotidiano que permita asumir la solidaridad no como un acto excepcional y desde una posición de poder sobre otro en situación de carencia. Es la solidaridad de la cotidiana de asumir la suerte de todos como propia. Es la esencia de una humanidad compartida.
La “guerra psicológica” ha orientado sus baterías en destruir las condiciones de posibilidad del socialismo como referente para la relación entre los cotidianos encuentros. Se ha impuesto por la vía del oportunismo, la escasez y el pillaje desmedido como las formas dominantes de relación para terminar de imponer una hegemonía cultural de que el hombre es lobo para el hombre (ver https://www.pagina12.com.ar/
Es inevitable que el gobierno venezolano se apegue a los lineamientos económicos del sistema capitalista mundial (bien por la ruta de los Estados Unidos o por aquella denominada ruta de la seda). El tiempo del socialismo como referente de acción /discurso ya no estará en las acciones de quien le corresponda manejar el aparato institucional. Corresponde a otros actores el desarrollar las condiciones para que sea el socialismo un componente más del contratiempo cultural al capitalismo. No se encuentra sólo sin embargo.
El socialismo entendido como un referente cultural más que político-partidista vendrá a darse las manos con el feminismo y la demanda de los pueblos originarios para la constitución de un enclave distinto a la lucha de clases en el plano de la producción. La lucha de clases es esencialmente una confrontación cultural y civilizatoria de forma descarnada y en consecuencia, atroz.
Al final del proceso electoral, el resultado es que el trabajo de quien resulte electo estará enriquecido, evaluado y cuestionado por el trabajo que le corresponde a quienes deberán asumir la epopeya ya anticipada por Ernesto Guevara: “Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina. Lucha de masas y de ideas, epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo..”
Porque a fin de cuentas, no hay ni puede haber un imperialismo que sea bueno, sin importar sus declaradas intenciones.
Emergencia: El patético actuar de las élites dirigentes en América Latina en su servil relación con los imperios, revelan que el dinero no compra la dignidad sino que maquilla la más terrible miseria: la miseria de la ambición desmedida.
A tiempo: Quien cuestiona el ejercicio del voto por su ilegitimidad está militando en la insurrección.
Allende: Las nuevas identidades que emergen en tantas partes como activos políticos revelan que estamos en presencia de una revolución silenciosa que se resume en la frase en una marcha de mujeres: “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”.