Por George Monbiot para The Guardian
Así es cómo se puede controlar el poder corporativo y evitar que los ejecutivos despiadados se enriquezcan al perjudicarnos.
Una vez más, se alejan. Tal como sucedió con RBS, Northern Rock y una serie de zombis corporativos, los altos ejecutivos de Carillion, el gigante de la contratación externa que colapsó en enero, se fueron a casa para contar sus millones, que no fueron afectados. El dolor que infligieron lo sintieron otros, pero la codicia imprudente ha pagado una vez más.
El informe de Commons sobre este fiasco es una de las evaluaciones más fulminantes sobre el comportamiento corporativo que el parlamento haya publicado alguna vez, pero sigue siendo patético. Si bien arrasa con los ejecutivos y con la junta de la compañía, al mismo tiempo que lamenta la debilidad de los reguladores, apenas toca las causas estructurales que hacen que la glotonería sea una característica constante de la vida corporativa.
El problema empieza con un asunto que el informe no menciona ni una sola vez: la naturaleza extrema de la responsabilidad limitada. Permitir a los propietarios de una compañía limitada no arriesguen nada más que el dinero que han gastado en acciones es otorgarles una indemnización gratuita y sin límites contra los riesgos que imponen a los demás. Es el equivalente a permitir que los conductores salgan a las carreteras sin comprar un seguro, sabiendo que si causan un choque no tendrán más responsabilidad que el costo de reemplazar su propio automóvil, independientemente del gasto, lesiones y muertes que puedan causar a los demás.
El modelo actual de responsabilidad limitada permitió a los directores y ejecutivos de Carillion acumular un déficit de pensiones de 2,6 mil millones de libras esterlinas, dejando a los 27 000 miembros de sus programas para que sean rescatados por el fondo estatal (que se financia con un impuesto sobre su pensión, si es que se posee uno). Esta indemnización permitió a los propietarios de la compañía alejarse de los 2 mil millones de libras esterlinas que debían a sus proveedores y subcontratistas. El mismo pase gratuito hizo que el costo de rescatar los servicios públicos tan tontamente confiados a esta compañía volviera al gobierno.
El informe de Commons sobre este fiasco es una de las evaluaciones más fulminantes sobre el comportamiento corporativo que el parlamento haya publicado alguna vez, pero sigue siendo patético
Un estudio reciente muestra un vínculo directo entre la generosidad del régimen de responsabilidad limitada y el incentivo corporativo para volcar los costos a otras personas. En 1998, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictaminó que las empresas matrices solo eran responsables de daños definidos de forma limitada por sus subsidiarias. El estudio revela que a raíz de esta decisión, las emisiones tóxicas de las compañías subsidiarias en los Estados Unidos aumentaron en un promedio del 10%, ya que redujeron la inversión en tecnologías de eliminación.
La responsabilidad limitada no solo permite a las empresas actuar imprudentemente con respecto a los intereses de los demás, sino que les obliga a hacerlo. Los directores tienen el deber de utilizar todos los medios legalmente disponibles para maximizar el valor para los accionistas. La responsabilidad limitada los obliga a externalizar el riesgo.
No hay forma de que las compañías de combustibles fósiles puedan pagar por el colapso climático que causan. No hay forma de que las compañías automotrices puedan cumplir con los costos de salud de la contaminación del aire. Sus modelos comerciales dependen de volcar sus costos a otras personas. Si no estuvieran protegidos por la forma extrema de responsabilidad limitada que prevalece hoy, se verían obligados a cambiar a tecnologías limpias.
Diversas estimaciones ponen el costo que las empresas arrojan a la sociedad en algún lugar entre el 4% y el 20% del PIB. En otras palabras, excede la tasa de crecimiento económico. Si se internalizaran tales costos, la economía debería ejecutarse sobre una base completamente diferente. La salud humana y la supervivencia del mundo natural vendrían primero; la avaricia corporativa sería lo último.
Los incentivos para ejecutivos también entran en conflicto con los intereses de la sociedad. Incluso cuando Carillion descendió en espiral, la paga y los bonos subieron vertiginosamente. El código de gobierno corporativo del Reino Unido recomienda que los directores que no cumplan con sus deberes pierdan parte del pago que debían recibir, pero los detalles quedan a la discreción de sus compañías. En el caso de Carillion, el comité de remuneración definió los términos de manera tan estricta que incluso el fracaso total no desencadenó una retroacción de los enormes bonos de los ejecutivos.
Sus planes de incentivos a largo plazo fueron inútiles. El director de finanzas, Richard Adam, tenía un montón de acciones de rendimiento que fueron retenidas durante tres años, aparentemente para evitar un comportamiento imprudente. Pero el informe Commons alega que los «trucos contables» apuntalaron el valor de las acciones hasta el día en que se hicieron pagables, con lo cual las vendió. En dos meses, su valor había disminuido en tres cuartas partes. Incluso cuando funcionan bien, tales incentivos protegen solo los intereses de la corporación, en lugar de los intereses de la sociedad.
¿Así que, qué debe hacerse? El primer paso, creo, es una reevaluación radical de la responsabilidad limitada. Un ensayo del profesor de derecho estadounidense Michael Simkovic propone que las empresas paguen una tarifa por esta indemnización, calibrada al nivel de riesgo que imponen a la sociedad. ¿Por qué, después de todo, debería este seguro ser gratis? Como muestran numerosas filtraciones, las empresas tienden a ser mucho más conscientes de los riesgos que infligen que los gobiernos o el resto de la sociedad. Los honorarios que están dispuestos a pagar por responsabilidad limitada revelarán su propia evaluación de los costos que externalizan actualmente. Las prácticas antisociales podrían disminuirse de forma progresiva.
La responsabilidad limitada es el equivalente a permitir que los conductores salgan a las carreteras sin comprar un seguro
En cuanto a los ejecutivos, tengo una propuesta propia. Cualquier administrador que gane más de una cierta cantidad, digamos 200 000 libras esterlinas, colocaría la mitad de su remuneración total en una cuenta de depósito en garantía, que no estaría controlada por la empresa sino por una agencia externa. La mitad aplazada de sus ingresos no sería pagadera hasta que la agencia considere que la compañía ha cumplido los objetivos establecidos en la provisión de pensiones, el salario de los trabajadores, el tratamiento de proveedores y contratistas, y un desempeño social y ambiental más amplio. Esta apreciación debe basarse en informes sociales y ambientales obligatorios, evaluados por auditores independientes.
Si no cumplen con sus objetivos, los ejecutivos perderían parte o la totalidad de la suma diferida. En otras palabras, pagarían por cualquier desastre que impongan a otros. Para asegurarse de que no sea capturada por los intereses corporativos, la agencia sería financiada por los ingresos que confisca.
¿Son estas las soluciones correctas? Todavía no estoy seguro Así que, por favor, apóyenlos, opóngase a ellos o sugiera mejores ideas en el hilo de comentarios debajo de este artículo. Sé que, en el mejor de los casos, estas soluciones solo abordan parte del problema. ¿Deberían las corporaciones, como las conocemos en la actualidad, existir en absoluto? ¿Es el capitalismo compatible con la vida en la Tierra? Radical como suenan, las ideas en esta columna son pequeños pasos. Pero en comparación con las medidas tímidas que propone el informe de Commons, son pasos gigantes.
- George Monbiot es columnista de The Guardian
Traducido del inglés por Valeria Torres