por Eduardo Camín – CLAE
No podemos entender nuestra época si no tenemos una idea clara de lo que constituye el argumento de su vida colectiva. Cada tiempo tiene sus creencias básicas, sus pretensiones profundas, no siempre manifiestas, sus grandes temas, sus palabras preferidas, sus conceptos más elocuentes.
Todos esos rasgos, componen lo que podríamos llamar la identidad de una época, aquello que lo caracteriza y a la vez la expresa.
Nuestro Siglo XXI, seria ininteligible si no se tiene en cuenta lo que significan dos conceptos, ecología y desarrollo sostenible. Es algo indiscutido, todo el mundo lo pide, nadie lo niega, menos se atreviese oponerse a ella. Bastaría que un partido político, un grupo, un gobernante declarase que es adversario de estos postulados para quedar descalificado, nadie lo dejaría fuera de su programa. Ahora una vez que estamos todos de acuerdo en la ecología y el desarrollo sostenible son necesarios y convenientes, condición inexcusable para ser hombre del Siglo XXI, convendría ir un poco más allá y ver la realidad, tal cual nos lo cuenta las principales organizaciones del sistema.
Según nuevos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), nueve de cada diez personas respiran aire con altos niveles de contaminantes. Las estimaciones actualizadas muestran que siete millones de personas mueren cada año por la contaminación del aire ambiente (de exteriores) y doméstico; es una cifra alarmante. «La contaminación del aire representa una amenaza para todos, si bien las personas más pobres y marginadas se llevan la peor parte», dice el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS. «Es inadmisible que más de 3000 millones de personas, en su mayoría mujeres y niños, sigan respirando todos los días el humo letal emitido por cocinas y combustibles contaminantes en sus hogares. Si no adoptamos medidas urgentes contra la contaminación del aire, el desarrollo sostenible será una simple quimera.»
Siete millones de muertes cada año
La OMS en su Informe, estima que cerca de siete millones de personas mueren cada año por la exposición a las partículas finas contenidas en el aire contaminado, las cuales penetran profundamente en los pulmones y el sistema cardiovascular provocando enfermedades como accidentes cerebrovasculares, cardiopatías, cáncer de pulmón, neumopatía obstructiva crónica e infecciones respiratorias, por ejemplo, neumonía.
La contaminación del aire ambiente por si sola provocó aproximadamente 4,2 millones de muertes en 2016, mientras que la contaminación del aire doméstico originada por la cocción de alimentos con combustibles y tecnologías contaminantes causó unos 3,8 millones de muertes en el mismo periodo.
Más del 90% de las muertes relacionadas con la contaminación del aire se producen en países de ingresos bajos y medianos, principalmente de Asia y África, seguidos por los países de ingresos bajos y medianos de la Región del Mediterráneo Oriental, Europa y las Américas.
Aproximadamente 3000 millones de personas —más del 40% de la población mundial— siguen sin tener acceso a combustibles y tecnologías de cocción limpios en sus hogares, lo que constituye la principal causa de contaminación del aire doméstico.
La OMS reconoce que la contaminación del aire es un factor de riesgo crítico para las enfermedades no transmisibles (ENT), ya que se estima que causa una cuarta parte (24%) de todas las muertes de adultos por cardiopatías, el 25% de las muertes por accidentes cerebrovasculares, el 43% de las muertes por neumopatía obstructiva crónica y el 29% de las muertes por cáncer de pulmón.
En la base de datos de la OMS sobre calidad del aire ambiente figuran actualmente más de 4300 ciudades de 108 países, lo que la convierte en la base de datos más exhaustiva del mundo sobre esta cuestión. Desde 2016, más de 1000 ciudades adicionales se han añadido a esta base de datos, lo que evidencia que un número de países sin precedentes está midiendo la contaminación del aire y adoptando medidas para reducirla. Este año, la OMS organizará la primera Conferencia Mundial sobre la Contaminación del Aire y la Salud (30 de octubre – 1 de noviembre de 2018) con el fin de reunir a los gobiernos y los asociados en el marco de una movilización mundial para mejorar la calidad del aire y luchar contra el cambio climático.
Cumbres del clima …cumbres borrascosas
Tanto el Protocolo de Río, como posteriormente el de Kioto o el de París, han planteado medidas para frenar el cambio climático, eso si, poniendo como prioridad número uno, no la defensa del medioambiente sino evitar, en todo momento, aquella medida que pueda afectar al comercio mundial, es decir, al libre mercado. Y, ¿cuál es el resultado tras más de cuatro décadas? Un acelerado empeoramiento, de la situación del planeta, mientras se ha creado una fuente de negocio y especulación que en nada frena la degradación del medioambiente.
Muchos de los distintos gobiernos firmantes han puesto en marcha incentivos fiscales, subvenciones y ayudas, y otras medidas similares en beneficio de las multinacionales, entre ellas, curiosamente, las petroleras, las gasísticas o las compañías de automóvil, convirtiéndose el cambio climático en un nuevo negocio.
Por ejemplo, el Protocolo de Kioto creó un mercado de emisiones. Los empresarios pueden comercializar comprando y vendiendo porcentajes de emisiones, generándose un mercado especulativo. Si algún país contamina menos, en vez de dejarlo estar, contribuyendo así a reducir las emisiones, puede vender sus emisiones sobrantes y seguir contribuyendo a contaminar y elevar la temperatura del planeta. Un auténtico absurdo. Y esto sin contar la corrupción inherente al sistema, tal y como se ha constatado con el escándalo de Volkswagen y sus motores alterados.
Otro efecto está siendo la privatización masiva de bosques para recibir los llamados “créditos de carbono”, una forma para que multinacionales de combustibles fósiles o eléctricas —responsables del grueso de las emisiones de CO2— maquillen sus balances respecto a dichas emisiones, dándose publicidad como compañías “verdes” mientras alimentan la especulación y la corrupción existente en este lucrativo mercado surgido en torno a las emisiones y el cambio climático.
El cambio climático se ha convertido en una realidad y en un grave peligro para el futuro del planeta y de la humanidad. Pero, llamemos las cosas por su nombre, esto es en gran medida una consecuencia directa de la acción del hombre, o, mejor dicho, de la lógica y el funcionamiento del sistema de producción capitalista. En 2016, el Congreso Internacional de Geología determinó que hemos entrado en una nueva era geológica: el Antropoceno, marcado por la huella dejada ya por el hombre como consecuencia del desarrollo de la sociedad industrial desde hace poco más de dos siglos. Paradójicamente, los avances científicos actuales permitirían comenzar a frenar el cambio climático y garantizar un mundo sostenible ecológicamente. Sin embargo, bajo el capitalismo, sin planificación democrática de la economía y primando la obtención del máximo beneficio a corto plazo de las multinacionales, esta tarea se convierte en un imposible.
* Periodista uruguayo, exdirector del semanario Siete sobre Siete. Miembro de la Asociacion de Coresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)