por Diego Chaves

Para explicar la no violencia podemos utilizar la metáfora del radio-comunicador. Hay dos aparatos, el «Yo» y el «Otro» y para establecer un enlace entre ellos son necesarias una serie de condiciones técnicas, tales como una distancia compatible con el alcance de los aparatos, la ausencia de obstáculos que obstruyan la señal, etc. Sin embargo, además de estos tipos de requisitos es necesario también que uno de los lados abra el canal para escuchar lo que el otro tiene que decir.

Podemos entonces decir que hay dos componentes: las «condiciones técnicas» pueden ser entendidas como los recursos o las estrategias; y «abrir el canal» es la capacidad del «Yo» para abrirse al «Otro».

Y es necesario que haya una sincronización entre estos dos componentes para que la conexión ocurra satisfactoriamente.

Si nos enfocamos demasiado en las condiciones técnicas, podemos perder de vista la dimensión de que la apertura al Otro es la condición esencial que organiza esta comunicación; y lo contrario es también está mal, si abrimos el canal, pero no garantizamos estrategias y recursos para que la conexión se establezca, nunca saldremos del campo de las buenas intenciones.

Las estrategias y recursos variarán mucho de contexto a contexto, pero esta apertura al otro es una constante y a lo largo de la historia ha sido llamada de muchas maneras.

El Nuevo Humanismo, sistema de pensamiento no violento creado por el pensador argentino Silo, nombró tal actitud como la disposición para «ver lo humano en el otro».

La «Firmeza Permanente», corriente católica no violenta ligada a la Iglesia Popular y que floreció entre las décadas de 1960-1980, llamaba esta apertura de «gracia», o en otras palabras, una disposición para compartir.

La comunicación no violenta, forjada en el encuentro de la psicología de Rogers con las luchas por los derechos civiles en EEUU, utiliza a su vez el concepto de «empatía».

Para entender el significado de este concepto hay que observar que uno de los grandes dramas humanos es que somos conscientes sólo de nuestros propios pensamientos y por más que amemos a alguien, esa otra persona es como otro mundo diferente al nuestro.

Entre los humanistas se dice que tonto es aquel que tiene un corazón verdadero, pero una cabeza falsa. El hipócrita es muy diferente, es alguien que tiene la cabeza verdadera, pero el corazón falso.

¿Y qué vuelve a un corazón falso?

Entre los nuevos humanistas bueno (o verdadero) es aquello que une a las personas, malo (o falso) es lo que las separa.

Entonces, un corazón falso es aquel que está cerrado en sí mismo, sin empatía, sin el estado de gracia, sin percibir lo humano en el otro.

Entre los católicos un buen ejemplo de corazón falso es Jonás, el profeta, que de tan bien conocer la ley no podía abrir su corazón a la importancia de decir a los asirios que Nínive podía ser salvado. Por la contradicción entre estos dos diseños acabó aislado, cerrado en el vientre de un gran pez.

De esta manera, para ser noviolencia no basta la ley o el conocimiento (las condiciones técnicas), es importante tener el «buen conocimiento», es decir, un conocimiento con un compromiso ético con la noviolencia, es decir, el conocimiento o una ley preocupada por esta conexión entre las personas.

Vean el caso de la CIA, que utilizó metodologías supuestamente no violentas para derrocar a gobiernos no alineados con Washington.

En otras palabras, incluso la noviolencia o la ley sagrada en el caso de Jonás, pierden su esencia y se vuelven hipócritas si su compromiso ético con el Otro se vuelve algo secundario.

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Texto por Diego Chaves