Dicen que España está en crisis económica, financiera, laboral, política. No pocos afirman que ya tocó fondo, y que se observa una recuperación en todos los planos, excepto la política. El gobierno, encabezado por Rajoy, del PP (Partido Popular), de derecha, está esterilizado por una corrupción que la golpea una y otra vez como consecuencia de acciones dolosas de no pocos de sus más cercanos colaboradores que están siendo investigados, imputados y/o condenados. Esto, más la rebelión independentista que anima a Cataluña, constituye un lastre que debilita todo esfuerzo por su recuperación.
Sin perjuicio de lo expuesto, España sigue viva, en movimiento. Tuve ocasión de vivir allí en la década de los 80, en tiempos de la transición democrática, de las movidas madrileñas, cuando se abrió hacia Europa luego de décadas de autarquía franquista. Desde entonces, España ha sido capaz de ponerse a tono, de contagiarse del espíritu europeísta, iniciando una etapa de crecimiento y desarrollo que solo vino a desmoronarse con la crisis financiera de fines de la primera década del presente siglo.
El desarrollo científico-tecnológico también ha tenido su lado oscuro, al igual que en tantos otros países. Miles de pequeños y medianos locales comerciales, así como de industrias han quedado en el camino, arrastradas por la irrupción del comercio electrónico, de internet, de las empresas en línea, reemplazadas por unos pocos grandes conglomerados empresariales.
Madrid sigue teniendo el atractivo de antaño a pesar de la paulatina desaparición de sus clásicos bares atestados de gentes y sus suelos tapizados de servilletas. La modernización también los ha alcanzado. El toreo está de baja y el fútbol en alza, como lo ilustra el interés despertado por la final por la liga de campeones que tendrá lugar este sábado entre Real Madrid y Liverpool.
Mientras tanto, en Chile parecen soplar nuevos vientos. Las noticias que llegan a Madrid y a todo el mundo dan cuenta de una intempestiva irrupción de las causas feministas pospuestas una y otra vez, pero que ya no admiten mayor dilación. Dentro de las esferas del gobierno no pocos ariscan la nariz, por tratarse de causas que históricamente han estado asociadas a la izquierda. Sin embargo, la justicia que encierran las peticiones por una igualdad de trato, por la no discriminación, más allá de todo cálculo económico, está impidiendo que la derecha y al propio gobierno hagan la vista gorda. Hoy parecen estar obligados a asumir una postura que habría sido impensable tan solo unos años atrás. ¡En buena hora!