Una persona ingiere hasta 68,415 partículas plásticas diminutas y potencialmente peligrosas cada año. ¿Cómo? Simplemente al sentarse a la mesa. Pero demos un paso atrás. Está claro desde por lo menos 1997, cuando Charles Moore, navegante, ambientalista y fundador de la Fundación de Investigación Marina de Algalita para la protección del medio marino, comenzó a hablar del «Pacific Trash Vortex«, un desastre ambiental de decenas de kilómetros cuadrados de desechos plásticos flotando en medio del Océano Pacífico como si fuera un sexto continente. Pero el problema no se refiere «sólo» a la contaminación de nuestros mares, donde, según el informe «Primary microplastics in the oceans: a global evaluation of sources» (Microplásticos primarios en los océanos: una evaluación global de las fuentes), presentado el pasado 22 de febrero por el Programa Mundial Marino y Polar de la IUCN (International Union for Conservation of Nature), «entre el 15 y el 31% de los aproximadamente 9,5 millones de toneladas de plástico derramadas cada año en los océanos son microplásticos primarios», es decir, plásticos casi invisibles, liberados de productos domésticos o industriales, destinados a entrar en la cadena alimentaria, con consecuencias potencialmente peligrosas para la salud animal y humana.
Pero no sólo eso. La mayoría de los plásticos que hemos utilizado durante años para la conservación de alimentos contienen sustancias que pueden desestabilizar potencialmente el sistema endocrino. Entre los ejemplos más conocidos de alteradores endocrinos se encuentran las sustancias que, por contacto, pasan del plástico a los alimentos, como el bisfenol A o el BPA, prohibidas en los biberones, pero que todavía están presentes en muchos objetos y utensilios de plástico para la cocina, como el revestimiento interior de cajas, latas y botellas. Hasta la fecha, no está claro si las personas expuestas a dosis suficientemente altas de BPA pueden sufrir consecuencias para su salud, pero el riesgo existe y en un informe de 2013, la Agencia Nacional Francesa para la Alimentación, la Salud Medioambiental y la Seguridad en el Trabajo (Anses) confirmó los efectos adversos de la sustancia en las mujeres embarazadas, destacando el daño en términos de riesgos potenciales para el feto. Para Anses, de hecho, «la exposición materna al BPA puede provocar un cambio en la estructura de la glándula mamaria del feto y este cambio podría a su vez promover el desarrollo de tumores«.
Aunque muchos países han comenzado a prohibir el uso del BPA y muchos fabricantes han comenzado a reemplazarlo con fluoreno-9-bisfenol o BHPF, los consumidores no podemos estar seguros. Según el estudio «Fluorene-9-bisphenol is anti-oestrogenic and may cause adverse pregnancy outcomes in mice«, publicado hace más de un año en Nature Communications y producido por un equipo de investigadores chinos y japoneses en la Universidad de Beijing y la Universidad Farmacéutica de Gifu, el BHPF parece ser tan dañino como el BPA al interferir con los receptores de estrógeno del cuerpo. «A diferencia del BPA, lo hace sin estimulación, pero bloqueando su actividad normal […] La prueba de BHPF en ratones hembras ha llevado a que los animales tengan úteros y cachorros más pequeños y un aumento en los abortos en comparación con los que no están sujetos a la sustancia», dice la encuesta. El análisis químico de varios envases plásticos para alimentos y bebidas, que normalmente no revela información detallada sobre su composición excepto la llamativa etiqueta «libre de BPA», encontró que la BHPF ha sido liberada en 23 de los 52 artículos probados, incluyendo los tres biberones analizados.
Sin embargo, incluso tratando de utilizar el plástico para fines alimentarios durante el menor tiempo posible, evitando almacenar alimentos calientes, ya que el tiempo y el calor facilitan la liberación de BPA y BHPF, o eligiendo directamente productos «libres de BPA y BHPF», todavía no estamos seguros. Según el estudio «Low levels of microplastics (MP) in wild mussels indicate that MP ingestion by humans is minimal compared to exposure via household fibresallout during a meal«, publicado en febrero en Environmental Pollution por un equipo de investigadores británicos coordinado por el Center for marine biodiversity & biotechnology de Heriot-Watt University «Plastics, which can come, for example, from soft furnishings and synthetic fabrics, enters the domestic dust that falls on the plates and is normally consumed» (los plásticos, que pueden proceder, por ejemplo, de tapicerías y tejidos sintéticos, entran en el polvo doméstico que cae sobre los platos y que normalmente se consume). Poniendo platos de Petri que contenían trampas adhesivas de polvo en la mesa del comedor junto a los platos durante las comidas en algunas casas de muestra, los investigadores encontraron que «al final de una comida de 20 minutos se encontraron hasta 14 pedazos diminutos de plástico en los platos de Petri», es decir, «el equivalente de 114 fibras de plástico cayó en promedio en un plato para el almuerzo, dado su mayor tamaño». Los científicos británicos concluyen que «una persona ingiere hasta 68.415 fibras plásticas potencialmente peligrosas al año con sólo sentarse a comer» e «independientemente de los alimentos que consume».
En particular, el equipo de investigadores trató de comparar las fibras plásticas presentes en algunas muestras de mejillones con las presentes en una comida media de una familia rastreando «menos de dos microplásticos en cada mejillón que podría estar relacionado con el medio marino». Para Ted Henry, profesor de toxicología ambiental de Heriot-Watt y autor principal del estudio «Algunas personas podrían esperar que las fibras plásticas de los mariscos sean más altas que las de los polvos domésticos», pero en realidad «las fibras plásticas que se encuentran en las comidas cocinadas en casa no provienen de los alimentos o del entorno de la cocina, sino de los polvos domésticos, comer es la principal forma en que los seres humanos pueden ingerir este polvo, así como respirarlo desde el aire» y beberlo en agua del grifo. Aparentemente hoy en día la mayoría de las microfibras plásticas que comemos y respiramos provienen de neumáticos, alfombras, muebles, ropa sintética, cosméticos… todos los objetos son casi insustituibles, lo que hace que la lucha contra la contaminación por el plástico esté perdida desde el principio, si no se combate con reglas estrictas y el uso de materiales alternativos.
Alessandro Graziadei
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez