Cada cuatro años, cuando se acerca la fecha de las definiciones decisivas antes de cada torneo mundial de fútbol, comienza el drama popular en la Argentina. No es la expectativa, no. Porque lo presupuesto es que “somos los mejores del mundo”, frase pensada y dicha no por los jugadores sino por los aficionados que se identifican con el equipo nacional. No importa que los desempeños y las estadísticas coloquen al equipo en un segundo plano, conciencia que anima a un criterioso Leonel Messi a decir que “el objetivo posible es estar entre los cuatro mejores del mundo”. No importa que Brasil -ganador de 5 campeonatos mundiales- o Alemania -ganador de tres- o de España, también campeón mundial y que nos propinó una derrota ultrajante (6 a 1) en marzo de este año, sean indudablemente mejores equipos. Nada de eso es importante porque “tenemos al mejor del mundo” y no se piensa que con un genio no alcanza en un juego donde el trabajo colectivo es determinante.
La hinchada parte del supuesto de que este es el año en que vamos a ganar “nuestro tercer trofeo mundial”…, a menos que una conjura de los poderosos, o del destino, lo impida. Y cuando empiezan a aparecer imprevistos -algunos lo son, efectivamente- o cuestiones que, con más atención y ciencia pudieron resolverse, la sombra de una “mufa” alimenta el sentimiento de estar presos en esa trama de fuerzas poderosas. La pasión por el drama está presente en la cultura de los argentinos y lo impregna todo. En este torneo el melodrama estuvo presente en los partidos por la clasificación, obtenida angustiosamente en la última fecha; en las lesiones de los principales jugadores (Agüero, Otamendi); en la fatídica derrota ante España y, ahora, en la pérdida de una de las columnas psicológicas del plantel, el guardameta -para los argentinos, “el arquero”- Sergio Germán “Chiquito” Romero.
Golpe anímico en el grupo humano; estupor por lo inesperado de la noticia; desánimo; tristeza por el jugador, que tenía un fuerte ascendiente entre los compañeros. Es que “Chiquito” es un grande: participó en dos ediciones de la Copa Mundial (Subcampeón en 2014), fue finalista en dos copas América y ganó la medalla de oro con el equipo argentino en los juegos olímpicos de Pekín 2008. Fue el guardameta argentino con el récord de valla invicta en la Copa Mundial y quien defendió el arco de la selección argentina en más oportunidades. En los clubes, “ganó una Europa League (con Manchester Unided 2016/17); 1Copa de Inglaterra (M. United, 2016-2017); 1Liga Holandesa (AZ Alkmaar, 2008-2009); 1Supercopa de Holanda (AZ Alkmaar 2009-2010); 1FA Cup (M. United 2015-2016); 1Community Shield (M. United 2016-2017)”, según el palmarés del diario deportivo AS.
“Un bloqueo articular en su rodilla derecha lo ha dejado fuera de la convocatoria” informó la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). El golpe lo recibió de Diego Costa el 27 de marzo en el partido contra España -debió ser reemplazado- y dos meses después estaba aparentemente recuperado. No fue así y el hecho crudo es que no participará en el mundial. Ahora Sergio debe encarar un futuro que no está cerrado: tendrá que ponerse bien; elegir un equipo donde pueda tener continuidad deportiva y prepararse pensando en volver para Qatar 2022. Ese mundial puede ser una nueva oportunidad para “Chiquito”, quien tendrá 35 años, una edad posible para defender su puesto en la cancha. Esa es la mira que puede acelerar su recuperación y hacer de su vida un ejemplo de superación.
En cuanto a los fanáticos argentinos: nada. Las pasiones que anidan en el trasfondo psicosocial de un pueblo no cambian fácilmente. Una improbable victoria fortalecería uno de los peores aspectos de la personalidad colectiva, mientras que un nuevo naufragio de la Selección Argentina podría ser un saludable baño de humildad. Pero a esta última posibilidad no podemos desearla ni augurarla. Es más, estamos tentados de escribir: “con Messi, todo es posible”.