Kalwant Bhopal, Universidad de Birmingham para The Conversation
El racismo sigue vivito y coleando en la sociedad británica, incluso en las universidades liberales y progresistas. Esto resultó ser evidente a principios de marzo, cuando una estudiante negra publicó un video de personas que gritaban “odiamos a los negros” afuera de su habitación en los pasillos de su residencia. Desafortunadamente, este incidente no es un caso aislado.
En mi nuevo libro analizo cómo la raza y el racismo continúan desfavoreciendo a quienes provienen de etnias negras y minoritarias, tanto en las universidades como en la sociedad en general. En virtud de su identidad racial, se posiciona a tales grupos como forasteros en una sociedad que valora y privilegia la blancura.
En Gran Bretaña, las políticas que intentan ser inclusivas en realidad retratan una imagen de una sociedad posracial, en la que las desigualdades raciales y el racismo ya no existen. En la realidad siguen existiendo grandes desigualdades entre comunidades blancas, negras y de minorías étnicas. Existen en el acceso al mercado laboral, en las escuelas y en la educación superior.
Bastiones de blancura
Por un lado, las universidades se posicionan como bastiones de la igualdad y la diversidad, liberales en sus perspectivas y en la vanguardia de instigar cambios en sus contribuciones al conocimiento y en sumarse a las experiencias de los estudiantes. Sin embargo, por otro lado, fallan al representar la diversidad étnica del cuerpo estudiantil, con la gran mayoría de los puestos más altos ocupados por personas blancas. Y siguen siendo dominados por personas de origen blanco de clase media.
La evidencia reciente de Equality Challenge Unit, que trabaja para promover la igualdad y la diversidad para el personal y los estudiantes del Reino Unido, sugiere que el personal negro, de minoría étnica está sub representado en los niveles más altos de contrato y sobre representado en el más bajo, siendo solamente el 1,6% de los jefes de las instituciones y solo el 2,9% que trabajan como altos directivos y directores. Hay solo 80 profesores negros en el Reino Unido en comparación con los 13,295 que son blancos, o el 0,6%.
Una encuesta de 2016 realizada por la Universities College Union encontró que el 72% de los académicos negros informaron haber sufrido alguna forma de intimidación y acoso por parte de sus colegas. También se vieron excluidos de la toma de decisiones al ser considerados solo para dar la impresión de aceptación racial y al ser sujetos a la insensibilidad cultural.
No se lo considera racismo
En la investigación para mi libro, entre personas que trabajan en la educación superior he descubierto que el comportamiento racista se manifiesta de formas sutiles, matizadas y encubiertas, y que a veces los altos directivos no lo toman en serio. Una de las mujeres a las que entrevisté experimentó micro-agresiones como no ser atendida en las reuniones, no recibir contacto visual o no solicitar su opinión. También fue testigo de los comentarios despectivos hechos en público acerca de los grupos étnicos minoritarios por parte de la persona que, según alegó, la estaba intimidando racialmente.
Cuando se hacen denuncias por racismo, me han informado que no fueron tratadas como racistas. La aceptación de este racismo encubierto socava la posición de la víctima y cuestiona si tal comportamiento es genuino. Esto perpetúa el privilegio blanco en el que se utilizan mecanismos que aquellos de origen étnico negro se posicionen como extraños en el espacio blanco de la academia.
He oído hablar de algunos altos directivos en universidades que se mostraban reacios a reconocer o abordar el racismo, negándose a aceptar que pueda tener lugar en los pasillos de la academia liberal. Una persona a la que entrevisté habló de los comentarios negativos y despectivos que se hicieron sobre ella y otros grupos étnicos minoritarios. Se quejó con su director quien dijo que probablemente se trataba de un “choque de personalidades” en lugar de racismo.
La idea de que el racismo no puede tener lugar en la educación superior se relaciona con el rechazo a aceptar su existencia, y refuerza la protección de las identidades blancas que enmascaran actos encubiertos de racismo. Si un alto directivo se niega a aceptar un comportamiento como el racismo, de hecho está descartando tal comportamiento y desanimando a otros a quejarse sobre el mismo. Dado que los altos cargos están ocupados por personas blancas, este comportamiento funciona para reforzar y privilegiar la blancura. Este proceso permite a los blancos proteger activamente y perpetuar su propia posición de privilegio y la blancura de las instituciones.
Exacerbando las desigualdades
Algunas políticas diseñadas para abordar estos problemas de hecho han exacerbado las desigualdades en vez de abordarlas. A primera vista, la formulación de políticas sobre la inclusión en la educación superior pinta una imagen positiva de equidad. La mayoría de las universidades tienen políticas específicas sobre equidad e inclusión. Y, teniendo en cuenta que las universidades, al igual que otras organizaciones, están legalmente obligadas a cumplir con la Ley de Igualdad de 2010, esto debería ser relativamente fácil de cumplir.
El desarrollo más importante de la Ley de Igualdad fue la inclusión de «características protegidas», una de las cuales es la raza. Esta ley establecía un deber general en las escuelas y las instituciones de educación superior de tener debidamente en cuenta la eliminación de la discriminación, el acoso y la victimización para avanzar en la igualdad de oportunidades y fomentar las buenas relaciones.
Pero en sus intentos por proteger a las personas contra el racismo y la discriminación, la Ley de Igualdad ha marginado a las personas para las que fue diseñada. La ley reunió toda la legislación anterior en un solo acto para proporcionar un marco legal para proteger la igualdad de derechos de las personas. Antes de esto, la legislación individual como la Ley de Enmienda de Relaciones Raciales se enfocaba en la raza. Esto ahora se ha amalgamado con otra legislación en virtud de la Ley de Igualdad. Al hacerlo, la atención prestada a las desigualdades raciales se ha debilitado.
Dentro de la cultura de la educación superior, esto significa que el privilegio blanco a menudo está protegido y la blancura se refuerza de una manera que puede dejar de reconocer el racismo. Hasta que las instituciones de educación superior se den cuenta de esta realidad, los grupos étnicos negros y de minorías seguirán experimentando racismo, ya sea en las residencias o en los corredores de las instituciones académicas.
Kalwant Bhopal, Profesor de Educación y Justicia Social, Universidad de Birmingham
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el artículo original.
Traducido del inglés por Valeria Torres