Había una vez…..un pequeño pueblo rural en el que habitaba gente sencilla que vivía de sus cultivos y de la crianza de animales. Todas las mañanas, los hombres partían para realizar las diversas tareas de agricultores, mientras las mujeres daban de comer a cerdos y gallinas, a la vez que recogían los huevos en los gallineros cercados con alambre tejido.
Pero en una ocasión la rutina diaria comenzó a alterarse. Los hombres regresaban del campo apesadumbrados porque una larga sequía afectaba los sembrados; y en los últimos años este problema se venía agravando. Fue así como una noche decidieron reunirse para planificar una solución. Algunos recordaron que a poca distancia de sus cultivos, pasaba el curso de un río que bajaba de la montaña. Decidieron entonces que construirían con piedras del lugar una pequeña represa para contener el curso del agua y poder desviarla hacia los cultivos.
Al día siguiente marcharon todos los hombres hacia el lugar escogido y comenzaron la tarea. Eran gente sencilla, sin más herramientas que sus propias manos, algunos instrumentos de labranza, y escasos conocimientos sobre represas. Comenzaron a recoger las piedras de las cercanías y las fueron arrojando una por una hacia el lecho del río, intentando acumular las suficientes como para desviar la corriente de agua. Pero las piedras del lugar no eran demasiado grandes, y la fuerza del agua que bajaba de las cumbres las arrastraba impidiendo acumular suficiente cantidad como para formar una represa.
Al atardecer regresaron los hombres al pueblo, más apesadumbrados aún porque veían que su única esperanza se había desvanecido. Las mujeres escuchaban sus lamentos en silencio mientras preparaban la cena, evitando intervenir ya que estaba muy mal visto que las mujeres participaran en las conversaciones de los hombres. ¡Deberemos seguir insistiendo!, dijo uno. ¡Debemos arrojar las piedras más rápido, para no dar tiempo a que se las lleve la correntada! agregó otro. Y que nos acompañen también los niños más fuertes así somos más, completó un tercero. Y así salieron los hombres y los niños mayores a la madrugada siguiente, rumbo al río.
Pero una vez más, a pesar de ser muchos arrojando las piedras, una por una las iba llevando la corriente. Abatidos por la frustración, se sentaron en la orilla a descansar maldiciendo su suerte, preocupados por no saber cómo iban a proveer de alimentos a sus familias y a sus animales si la sequía arruinaba sus cultivos. De pronto comenzaron a ver que desde lejos se acercaban las mujeres del pueblo: abuelas, madres, esposas, hijas y hermanas, venían caminando hacia ellos. Al acercarse notaron que sobre sus hombros cargaban rollos de alambre tejido, del mismo que usaban para cercar los gallineros. ¡Hemos venido a ayudarlos!, exclamaron algunas, mientras los hombres las miraban atónitos y dubitativos. Dicho esto las mujeres comenzaron a extender los alambrados a través del curso del río, colocándose un grupo en una margen y otro en la opuesta, mientras tensaban el alambrado que atravesaba la corriente.
Mientras hacían eso, el agua del río continuaba su curso, atravesando sin ningún problema la malla de alambre. Los hombres comenzaron a reír y a bromear ¿quieren encerrar a las gallinas nadadoras?, preguntó uno en tono socarrón. ¡Vuelvan a la granja!, exclamó otro. Las mujeres no hacían caso de las bromas, y cuando el alambrado estuvo bien fijado en ambas orillas del río, les dijeron a los hombres: ¡Ahora arrojen las piedras contra el alambrado! Empezaron los más jóvenes, obedeciendo a sus madres, pero al ver que las piedras una a una se iban quedando atrapadas contra el alambrado sin que la corriente pudiera moverlas, todos los hombres empezaron a llenar de piedras el lecho del río, hasta que se fue acumulando una cantidad suficiente de piedras que la corriente no podría mover, y así se fue logrando desviar su curso hacia la zona de los cultivos.
Este relato, además un mensaje contra el machismo, es un buen ejemplo de cómo en ocasiones las acciones aisladas, por múltiples que sean, no logran cambiar el curso de los acontecimientos. Si hacemos una analogía entre el curso de ese río y el curso de los acontecimientos mundiales, el que aspiramos a cambiar porque nos lleva hacia el abismo, podremos ver que todas las acciones aisladas que se pueden emprender, al igual que las piedras pequeñas, una por una son llevadas por la corriente, y nunca se logra acumular la fuerza suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
¡Cuántas personas, y cuántas organizaciones en tantos lugares del mundo, protestan y trabajan contra el armamentismo, el desastre ecológico, la concentración de la riqueza, la especulación financiera, y tantas otras calamidades provocadas por los poderosos, que como la corriente de un río torrentoso avanzan sin piedad arrastrando al ser humano hacia el abismo! Y sin embargo, una por una las acciones aisladas de esas personas y de esas organizaciones, resultan estériles ante esa poderosa corriente negativa.
Así como las mujeres del relato, pusieron una malla de alambre para lograr que las piedras se acumularan y encajaran unas con otras, hasta formar una represa, así se debiera construir una red mundial que sea capaz de facilitar la articulación de millones de personas y organizaciones que trabajan por un cambio, y cuyas acciones, al estar aisladas, no alcanzan para detener el curso de los acontecimientos.
De eso se trata la Red de Constructores de la Nación Humana Universal, de facilitar la cohesión de fuerzas ya existentes y despertar la esperanza de las fuerzas adormecidas por la resignación y la impotencia.