Por Diana Lenton*

Falleció Gualberto, el papá de Daniel Solano, trabajador rural guaraní perteneciente a la comunidad Misión Cherenta, de Tartagal, Salta; desaparecido desde el 5 de noviembre de 2011 en Río Negro.

Hasta el último día luchó para que se revele la verdad sobre lo que hicieron con su hijo, contra la complicidad de las instituciones que deberían haberlo apoyado en su búsqueda de justicia.

En las últimas semanas, después de varios años y ya con el juicio encima, recién la «justicia» autorizó la apertura del jagüel donde los testigos aseguraron que estaría el cuerpo de Daniel.

Ese trabajo, que debió ser pagado y gestionado por la querella como si fuera un capricho, todavía no se pudo terminar. Hay que tener una fortaleza muy grande para estar al borde del jagüel esperando encontrarte con algún indicio del cuerpo de tu hijo, y luego en las audiencias, escuchando los espantosos testimonios que describen su secuestro.

Gualberto, finalmente, no pudo aguantar más.

Quedan los hermanos menores de Daniel en Salta, sin mamá, sin su hermano y ahora sin papá.

Ni siquiera sabemos si Gualberto, como algunos dicen fue a reunirse con su hijo, porque aunque sea más que probable que a Daniel lo haya matado la policía, hoy por hoy está desaparecido y los que saben que pasó con él no lo han dicho todavía.

Lo único positivo de todo esto es que con el juicio se va destapando una olla inmensa que tiene que ver no sólo con Daniel Solano sino con el resto de los trabajadores golondrinas, los abusos que sufren, la explotación de todo tipo, la trata de personas. Como para que si la justicia o algún gobierno estuviera interesado en intervenir, tenga con qué.


(*) Antropóloga, integrante de la Red de Investigadorxs en Genocidio y Política Indígena en Argentina