El gobierno de Piñera, como todos los gobiernos chilenos, desde Pinochet en adelante, no han hecho más que adecuarse a las exigencias del capitalismo global. El capital es libre de ingresar a Chile y, sin embargo, no sucede lo mismo con los trabajadores.
“Ha llegado el momento de poner en orden este hogar”, dijo el Presidente Piñera al anunciar su reforma migratoria. Adopta un conjunto de regulaciones para el ingreso de los extranjeros al país, que llaman la atención por su complejidad y discriminación. Seis visas creadas por vía administrativa, entre las que destaca un “cupo humanitario” para ciudadanos haitianos, y “visa de responsabilidad democrática” para los ciudadanos venezolanos.
Las visas deberán solicitarse fuera de Chile, en los consulados correspondientes. Llaman la atención, sin embargo, los particulares requisitos para la “visa temporaria de orientación internacional” y la “visa temporaria de orientación nacional”. La primera exige contar con posgrado en universidades de elite, vale decir establecimientos que se encuentren en los 200 primeros lugares del mundo según el QS World University Rankings. A la segunda sólo podrán optar aquellos extranjeros que obtengan posgrado en universidades chilenas acreditadas y que deseen trabajar en nuestros país.
Hubiese sido más práctico, menos burocrático y más humanitario otorgar automáticamente la residencia a todos los extranjeros ya instalados en territorio nacional. Y, a partir de ahora definir nuevos requisitos. Es lo que hizo el Presidente Menem, a mediados de los noventa, con cientos de miles de chilenos en situación irregular en Argentina.
Sin embargo, el gobierno de Piñera, como todos los gobiernos chilenos, desde Pinochet en adelante, no han hecho más que adecuarse a las exigencias del capitalismo global. El capital es libre de ingresar a Chile y, sin embargo, no sucede lo mismo con los trabajadores. En efecto, los hacedores de la política económica han sido en extremo permisivos con las inversiones directas, así como con el flujo libre del capital financiero. En este último caso, desde fines de los años noventa, con la apertura de la cuenta de capital de la balanza de pagos.
La instalación de empresas extranjeras en nuestro territorio ha sido facilitada por el propio Estado, sin imponer regulación alguna sobre el tipo de trabajo que crean, ni tampoco si afectan a empresarios nacionales. Tampoco se las expulsa del país cuando se coluden, como han sido los casos manifiestos de las farmacias y los servicios públicos. Al mismo tiempo, el capital financiero, incluso el que ingresa y sale con fines especulativos, no tiene regulaciones, aún cuando sus flujos sean determinantes en la inestabilidad del tipo de cambio.
¿Por qué entonces se permite la libertad del movimiento de los capitales y no sucede lo mismo con los trabajadores?
La teoría económica internacional, en tiempos de los clásicos del comercio internacional, fundamentó los beneficios del libre movimiento del factor capital y el factor trabajo entre países. Cuando ello sucede los precios de los factores tienden a igualarse entre los países, dando lugar a una convergencia de los salarios reales. Sin embargo, esta concepción se ha enfrentado, como siempre, a la realidad de los intereses dominantes del capital.
En efecto, el capital en su esfuerzo permanente por aumentar sus ganancias, apunta hoy día agresivamente sus dardos hacia los territorios con los salarios más bajos. El capital salta las fronteras de las economías desarrolladas para minimizar costos y ampliar ganancias. Así, en los últimos veinte años se ha trasladado la actividad industrial desde los países avanzados a los emergentes, en primer lugar China y otros países del Asia. De hecho, la República Popular China se ha convertido en la primera potencia manufacturera del mundo, con dinámicas importaciones y exportaciones. Y hoy es el país más abierto en el proceso de globalización
Pero, las empresas transnacionales, para hacer efectiva y beneficiosa la externalización de sus procesos productivos, han impulsado la ampliación y protección de los derechos de propiedad intelectual, junto a exigir la libre movilidad del capital, tanto bajo su forma directa como financiera. Así las cosas, las redes internacionales de producción y circulación de las transnacionales explican, según la UNCTAD, cerca del 80 por ciento del comercio mundial.
Especialmente en el siglo XXI, la globalización se sustenta en la libertad del capital, pero no del trabajo. Este panorama define nuevas y complejas relaciones entre las naciones, economías y sociedades en un esquema multinacional, en que los países centrales, gracias a notables tecnologías generan nuevos bienes y servicios, controlando rigurosamente la propiedad intelectual, mientras los países asiáticos manufacturan los nuevos productos de empresas multinacionales. Esta división del trabajo ha acorralado a los países de América Latina y África en la producción de alimentos y materias primas, con escaso valor agregado.
En consecuencia, en la economía mundial contemporánea el capital se expande a cualquier parte del mundo, en contacto directo y rápido, con los movimientos de producción de fábricas distantes, gracias a la facilidad e inmediatez para enviar o recibir fondos, para aprovechar las ventajas competitivas, ya sea en costos laborales, tasas de interés, expectativas comerciales o en donde existen menores controles políticos y jurídicos.
Las empresas transnacionales, con la fuerza de las nuevas tecnologías, la elevada concentración de capitales y la externalización industrias, han incrementado su poder económico y político, generando un tercio de la producción industrial mundial.
Así las cosas, hoy día la economía de mercado tiende a crear un único sistema mundial, favorecida por los estados nacionales que han desmantelado todo tipo de protecciones a las economías nacionales. Pero lo hace sólo para el capital, no para el movimiento de los trabajadores. La libertad irrestricta de los flujos financieros y de los movimientos de capital ha sido muy acelerada. Es lo que viene sucediendo en Chile con el modelo económico en curso, que además ha impulsado una apertura indiscriminada al mundo.
La liberalización de las principales economías, la globalización financiera y la difusión de nuevas tecnologías han desempeñado un papel fundamental en facilitar y estimular un cambio profundo en la dinámica del capitalismo global. Sin embargo, el Estado nacional sigue siendo fundamental. El capital lo necesita precisamente para reducir el costo del trabajo y su capacidad de organización. Sin los estados nacionales la externalización de las transnacionales sería imposible.
Los países avanzados predican la libre entrada de mercancías y capitales, pero no sucede lo mismo con el libre ingreso de los trabajadores. Donald Trump está deportando masivamente a millones de inmigrantes que sin autorización legal viven en Estados Unidos. Ahora, el Presidente Piñera, en vez de extender un abrazo generoso a los inmigrantes provenientes de países vecinos está dificultando su ingreso. Sin embargo, no hace lo mismo con el capital que se mueve sin restricciones por nuestro territorio.