Por Elisa Loncon Antileo*
En la economía mapuche de subsistencia la mujer aporta un ingreso sustantivo para el hogar y para la educación de sus hijos. Las productoras de hortalizas o verduleras, heredan los saberes del cuidado, cultivo y producción de la tierra, trabajan la producción orgánica, sin transgénicos, con lo que abstienen y venden productos saludables.
Ayer vimos cómo Carabineros reprimió esta práctica ancestral en las calles de Temuco, llevando presas a más de 30 personas. No es la primera vez ni el primer rubro de trabajo mapuche reprimido, también lo han hecho con las artesanas. Los hechos indignan porque el alcalde de Temuco y el Gobierno, lejos de reprimir, debieran tener políticas destinadas a respetar, proteger e impulsar los modelos de vida y producción de los conocimientos de las mujeres indígenas, ellos forman parte del desarrollo sostenible, que las mujeres indígenas han reproducido e impulsado por cientos de años hasta el presente. Tanto la comida mapuche como la producción de las verduras forman parte de los conocimientos ancestrales de las mujeres y de las prácticas de resistencia y protección de saberes; si no fuera por ellas, hoy su mesa sería más pobre y ni merkén tendría.
Los hechos represivos demuestran la urgencia de contar con políticas para proteger y valorar el trabajo de las mujeres indígenas, pero que también promuevan su valor agregado, como lo es la alimentación sana y orgánica, la misma que en los países desarrollados hoy tiene más valor que la producción industrial y química. Los productos del huerto mapuche no tienen comparación con la verdura y fruta que se venden en los supermercados, escasas de minerales y vitaminas; la verdura del huerto tiene color, aroma, durabilidad, no se pudre con la rapidez que lo hace el producto del supermercado; por eso las madres lo prefieren.
Los conocimientos indígenas están reconocidos en el Convenio 169 de la OIT y por otros instrumentos nacionales e internacionales, como la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas. Le corresponde al Estado garantizar estos derechos y en específico reconocer y valorar los derechos intelectuales de todas las producciones que han realizado o realizarán las mujeres indígenas, garantizar la producción de alimentos propios, que además dan respuesta a los severos problemas de desnutrición, anemia, sobrepeso u otras enfermedades que hoy afectan a sus familias.
Detrás del pepino, el cilantro y el perejil desparramado ayer por el acto represivo, hay niños que espera su pan, sus útiles escolares, están los sueños de las madres que anhelan que sus hijos algún día tengan una profesión y no tengan que sufrir la discriminación y la pobreza económica como ellas; porque hay una conexión directa entre el trabajo de las mujeres y la educación de sus hijos, tanto para acceso a la educación formal como para educar a las niñas y los niños con los valores comunitarios y sobre la naturaleza. La ñañas fendekafe (vendedoras), son trabajadoras, sabias y modernas, que usan el comercio a pequeña escala, no para emborracharse con las ganancias obtenidas, sino para dar mejor vida a su familia.
Por cierto, soy hija de verdulera mapuche y también fui verdulera, y no soy la única; sembrando, aporcando, desmalezando, regando y vendiendo, aprendimos el valor de la responsabilidad, la autonomía como mujeres, aprendimos a ser libres y a ganarnos un espacio en el mundo. Nuestras madres con este trabajo y Kimvn así nos enseñaron.
*Doctora en Lingüística, Magíster en Lingüística, Profesora de Estado, Especialista en mapudugun y en educación intercultural bilingüe. Académica del Departamento de Educación de la Universidad de Santiago de Chile.