Como consecuencia de las últimas elecciones presidenciales chilenas, desde el pasado 11 de marzo, una nueva coalición de derecha, ChileVamos, ha asumido la conducción del gobierno. Si bien en el Congreso Nacional ésta no posee mayoría, dos factores contribuyen a facilitar el accionar gubernativo: el fuerte carácter presidencialista del sistema político chileno, y la existencia de una oposición que aún no se repone de la derrota experimentada y que difícilmente actúe unida.
El fracaso de la centroizquierda ha sido consecuencia de su agotamiento y división. Ello se expresa en la no renovación de sus cuadros dirigenciales y de sus objetivos, esto es, en la ausencia de un proyecto político claro y atractivo a los nuevos tiempos, agravado por prácticas non sanctas más propias de la derecha. En síntesis, una suerte de pérdida de brújula.
Se tenía “la pelota” (el gobierno), se quería conservarla, pero ya no se sabía qué hacer con ella y tampoco se quería que la obtuviera la derecha.
Todo ello se confabuló para que se llegara a las elecciones con una centroizquierda facturada, partida al menos en dos: la Nueva Mayoría (NM) y el Frente Amplio (FA). Al menos dos, porque la NM, si bien existió formalmente hasta el término del gobierno de Michelle Bachelet, mostró fisuras desde sus inicios, debilitando su accionar. Dada la envergadura de las reformas que se aspiraban concretar, estas fisuras afectaron significativamente su claridad, eficacia y eficiencia.
Se viven tiempos donde lo expuesto parece darse también en otros países. En Argentina, la división del peronismo abrió la puerta al triunfo de una derecha encabezada por Macri, empresario de fortuna, al igual que Piñera. En Brasil, la derecha accede al gobierno a través de Temer, luego del golpe blando contra Dilma Rousseff. Ya antes, Paraguay había defenestrado a Lugo por el mismo mecanismo. En Ecuador, su actual presidente Lenin Moreno, si bien llegó al gobierno como continuador de su antecesor Correa, al asumir introdujo un giro hacia la derecha. En Perú, la última elección se dio esencialmente entre dos candidatos de derecha. En América del Sur hasta la fecha se han librado de esta tendencia, tan solo tres países, Uruguay, Bolivia y Venezuela. Sin embargo este último país, dada la crisis en que se encuentra sumida, no destaca justamente por ser un ejemplo a imitar.
Las derrotas duelen, pero también son oportunidades para repensar, reflexionar en profundidad, para reencontrar la brújula perdida. Es la tarea que tiene por delante la actual oposición, lo que demanda una alta tasa de responsabilidad. Ya se dio un importante primer paso, al actuar unida para presidir el Senado y la Cámara de diputados. Estos años que vienen serán para saber qué hacer con la “pelota” (gobierno) con miras a tener el país que queremos. Ojalá 4 años sean suficientes.